La soledad en el mundo tecnológico actual
El rol de los estados nacionales para intentar dar una solución a este flagelo.
Un hombre mayor ingresa a un restaurante en Texas, Estados Unidos. Elige una mesa, se sienta a ella, lo atiende un mozo y le ordena su almuerzo. Hasta aquí una escena común, de los millares que ocurren en cualquier casa de comidas del mundo y allí mismo también. De repente, el comensal coloca una botella arriba de la mesa y hace que sirvan dos copas, a pesar de encontrarse solo. Transcurrido un breve lapso de tiempo comienza a llorar desconsoladamente. ¿Qué ocurrió, que le habrá pasado a ese anciano para que no pueda contener sus lágrimas? ¿Le hicieron algo?
No le hicieron nada, pero las razones de su comportamiento son varias. Para comenzar, el recipiente contenía las cenizas de su esposa. El almuerzo citado ocurrió el 14 de febrero, fecha en que se conmemora el día de los enamorados. Una mujer tomó una foto con su teléfono y lo posteó en Twitter, generando más de quinientos mil likes y fue compartida en una cifra similar.
La soledad y no solo por las noches como la canción de la Bersuit desespera a las personas, buscando diferentes formas de encontrar cooperación en un mundo que cada año se vuelve cada vez más implacable, voraz e individualista, sobre todo con la gente mayor.
La vida nos plantea dilemas existenciales que son difíciles de sobrellevar. Ni siquiera la avalancha de adelantos tecnológicos pueden suplir el vacio que lleva a la gente a una vida más sustentable. Desde los tiempos de Adán y Eva, nos acompaña la soledad del desterrado junto con el engaño. Nos encontramos un poco en “pelotas” como Adán, para recorrer el difícil y fascinante camino de la vida.
El mundo de hoy no ha mejorado los problemas asociados con la epidemia de la soledad. Las ventajas tecnológicas avasallantes no han podido ser una respuesta certera a los males del mundo. El mundo virtual nos invadió y esclavizó de tal modo que podemos observar como el teléfono celular es una prolongación de las manos. No escuchamos, ni observamos al que se encuentra al lado, vivimos obsesionados por lo que acontece en la pantalla. Estamos solos, aun cuando estamos acompañados. Somos más torpes con las relaciones, el virtualismo se ha convertido en un nuevo dios, como tantos otros y que prevalecen al día de hoy.
El rol de los Estados Nacionales
Los Estados Nacionales ven disminuir su productividad causado por la epidemia de la soledad que padecen sus ciudadanos. No hay distinción entre países con mejores ingresos que los más pobres. Los británicos son los pioneros en el tratamiento directo contra la soledad de sus residentes.
La primera ministra del Reino Unido Theresa May anunció que, para atenuar este flagelo, se creará el Ministerio de la Soledad confirmando a Tracey Crouch al frente de la cartera. Tendrá como finalidad la realización de políticas que mermen la dolencia social que padecen los británicos, que causan grandes pérdidas económicas en las empresas y en el estado. El ausentismo, la baja productividad han llamado la atención de los gobernantes que tratan de encauzar y bajar los abultados costos en salud que insumen los recursos estatales.
La soledad produce no solo baja de productividad, sino que también la salud se ve resquebrajada derivando en problemas psicológicos graves como la depresión, el miedo, la ansiedad y problemas cardiológicos. Un estudio de del Centro de Investigación para el Medioambiente, la Sociedad y la Salud (CRESH, sus siglas en inglés) indica que sentirse solo, sube sensiblemente el riesgo de morir tempranamente con proporciones similares a fumar quince cigarrillos por día.
Argentina no escapa a la tendencia en alza de los “sin nadie”.
Nuestro país no es ajeno al fenómeno de la soledad. En 2017, un estudio realizado por el Barómetro de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, indicó que alrededor de de 1.200.000 adultos mayores viven solos. Las cifras de personas que viven solos se incrementan año a año. Datos de la Dirección General de Estadísticas y Censos del gobierno porteño ya alertaban en 2012 que entre 1980 y 2010 se duplicó la cantidad de personas que viven solas en la Ciudad de Buenos Aires, en especial los jóvenes de entre 25 y 34 años (17,4%) y los mayores de 65 años (42,4%).
Los datos no son alentadores en un país desvastado, con estadísticas que nos muestran la desigualdad, la pobreza en aumento, la baja productividad, y que son potencialmente perjudiciales en la calidad mental que afecta a la salud física de los argentinos.
El Estado con sus recursos tiene que lograr que sus habitantes puedan desarrollarse en un ambiente estable y armónico. Al menos esa debería ser su intención, porque sus habitantes no deberían ser tratados solo como entes que tributan impuestos para engrosar las arcas estatales. Al menos desde una mirada exclusivamente económica, se deberían tomar los recaudos para que la soledad no afecte la contribución individual que realiza una persona al PBI nacional. Ni hablar de que los gobernantes nos vean desde una postura humana, ya lo decía Enrique Santos Discepelo:
Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
Yira, yira
La vida nos trae solos y en el momento final de la muerte nos encuentra en soledad, pero ésta en el intermedio, en el transcurso de la vida, nos muestra vulnerables e indefensos. No solo somos seres individualistas, somos gregarios, vivimos en sociedad, somos interdependientes, y debemos inculcar a quienes nos precedan de los valores de la cooperación y la fraternidad, para que la vida sea llevadera y el mundo sea una experiencia bella que valga la pena vivirla.
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