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    El toro pampa

    Don Eugenio estaba de puestero en la misma chacra desde que se casó, allí nacieron todos sus hijos, siendo el hombre de confianza del patrón colaborando en todas las tareas rurales que surgían en las distintas temporadas de laboreo en el campo, ya sea como alambrador, ordeñador, domador, guapo para madrugar y atar el arado y buen padre de familia, orientando sus hijos a que fueran a la escuela y que respeten a sus patrones, pues algún día ocuparían un puesto, al igual que él, del que serían responsables. Cierto día se apersona ante el patrón manifestándole que le ofrecieron ser capataz de una estancia cercana, por lo que pide permiso para retirarse, pero a su vez le solicita dejar en su lugar a su hijo mayor que acaba de salir del servicio militar, soltero, y a quien en los últimos años venía adiestrando en todas las actividades que se desarrollan en el desenvolvimiento de una chacra.

    13 de septiembre de 2025 - 20:30
    El toro pampa
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    El patrón no sólo accede a lo solicitado, sino que le ofrece que, al retirarse del puesto, elija, como atención a su trayectoria, el potro que más le guste y una lechera con cría de regalo, aparte de la liquidación completa de sus haberes, y mediante un sincero apretón de manos sellan el final de muchos años de trabajos compartidos y de innumerables situaciones de asistencia mutua en sus respectivos roles de patrón y puestero.
    De esa manera “el Piluncho”, en reemplazo de su padre, pasa a ser el nuevo mensual, haciéndise cargo de las tareas con el beneplácito del colono que lo vió crecer teniéndole un especial aprecio, por lo que le permitía licencias sobre las que el joven conocía sus limitaciones.
    En el vecindario se sabía que, con la peona del vecino, “la Mary”, había cierta simpatía. Algunas veces se los solía ver a la tardecita cuando el muchacho largaba su malacara echándole unos baldazos de agua en el lomo y el animal se revolcaba en el pasto, conversando a través del alambrado que dividía los patios linderos. Mary era una esbelta moza y por sus miradas y actitudes era evidente que el joven no le era indiferente.
    Piluncho tenía dos caballos propios, el malacara, animal de mucho aguante para el trabajo rudo, blando de boca y hábil para tropear, sabía pararse de costado cuando había que abrir una tranquera sin apearse o aparearse a un vacuno chúcaro cuando había que enlazarlo a campo abierto, y el zainito, caballito de poca alzada, muy caracolero y escarceador cuando lo montaba y con una tremenda fuerza en las cinchadas, obediente a la rienda y muy inquieto cuando lo “tocaba” con los espuelines. Diríase que era el preferido de los dos animales, sobre todo cuando iba al pueblo los fines de semana o a alguna cuadrera de la zona.
    En oportunidad en que el patrón compró en un remate de hacienda un toro para mejorar su plantel, les dio bastante trabajo arrearlo hasta la chacra pues continuamente buscaba volver, embistiendo los caballos negándose a marchar, por lo que entre los dos y ayudados por los perros que saben trabajar en el campo, lograron traerlo y largarlo al potrero donde estaba la hacienda vacuna. Era un animal colorado pampa, mocho, de buen desarrollo y muy nervioso; a diario balaba como enfurecido, escarbando la tierra echándola hacia atrás levantando la cabeza cuando le caía encima y tratando de topar al jinete que iba al campo a atajar los terneros o encerrar en el corral las vacas lecheras, a la nochecita, para ordeñarlas a la madrugada.
    En el campo de un vecino tenían un toro holandés, y a veces acercándose al alambrado lindero parecía que desafiaba al pampa, solíase escuchar tarde en las noches, en el profundo silencio del campo, cómo mugían roncamente, parecían rugidos de cada uno con su rebaño.
    Cansado de esas bravuconadas del toro pampa, Piluncho le pide permiso al patrón para hacerle frente y “sacarle las mañas”. No viendo mayor riesgo en ello, este accede. Al día siguiente sale el peón al campo montando su zainito llevando un arreador con trenza de 8 y un talero a la cintura, además del lazo atado a lo tientos del recado, se acerca al toro dando varias vueltas a su alrededor para provocarlo, hasta que el animal lo embiste furioso.
    Al ser el zaino más bien bajo, el toro no logra meter su cabeza bajo la panza, y ni bien se acerca el jinete le propina un fuerte talerazo en la trompa, frenando la embestida, pero al minuto vuelve enfurecido y ataca nuevamente, por lo que el peón “toca” con los talones al zainito girando y descargando fuertes chirlos en las ancas del toro, alejándose un poco, regresando al galope con las riendas tensas, conteniendo al excitado caballo. El toro ataca nuevamente y un potente talerazo lo frena y comienza a correr en retirada, por lo que poniendo al zainito a la par le propina una gran paliza al animal que sigue corriendo tratando de escapar de la golpiza, pero no le dan tregua, mientras el muchacho, con todo el vigor de su juventud y sabiendo que desde la casa del patrón todos lo miran, además de la Mary que se acercó al alambrado haciéndose sombra con la mano sobre la frente, dando un fuerte zapucay , sin dejar de castigar se le escucha gritar: Entregáte...’ijuna gran puta!!! Yo te vi’á enseñar a rispetar, carajo!!!
    Viendo que el animal comienza a babear y disminuye su carrera, se adelanta con el caballo atravesándolo delante del toro que se detiene jadeando, sacando la lengua al respirar agitadamente.
    Desata el lazo y armando diestramente una lazada le tira al pezcuezo enlazando a la bestia, pechándolo con el caballo en el anca obligándolo a volver hacia el corral mientras el perro le salta tranando de prenderse al hocico.
    El patrón sale a su encuentro abriendo el portón del corral felicitando al joven mensual que echando el chambergo hacia atrás con el mango del arriador y con una amplia sonrisa de triunfo estrecha la mano que le extiende quien desde siempre consideró como un amigo de su familia expresando:
    Vio patrón? No hay duro que no se ablande ni tiento que no se corte... Lo que le hacía falta era una buena chirleadura!
    Con la compra del toro pampa logró en el primer año una buena parición de robustos terneritos, todos con las caritas blancas. Era un placer para el colono y su familia verlos retozar en el campo, parecían todos sacados de un mismo molde.
    De esa manera mejoró mucho la calidad de su hacienda, ampliando también la explotación del tambo por la incorporación de vaquillas de primera parición, lo que, sumado al laboreo de la tierra en la siembra de forraje, cosecha fina y gruesa, era el fruto de muchos años de trabajo en la chacra que fuera asignada a su padre, inmigrante, cuando fué colonizado en 1908 en la colonia Santa Isabel.
      Transcurridos un par de años de haber incorporado el semental, en una recorrida de rutina por su campo controlando la hacienda, con pesar advierte que entre sus animales falta el toro pampa. No obstante haber hecho la denuncia policial, haber lonjeado cueros en las carnicerías de la zona, se sospechaba de algunos conocidos cuatreros, sin haber podido comprobar nada. En consecuencia, decidió dejar en la próxima yerra, un ternero entero, (sin castrar) para así tener un nuevo torito pampa en su hacienda.

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    Adolfo Gorskin
    Adolfo Gorskin
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