Aldeas entrerrianas y primeros inmigrantes
Quizás las generaciones actuales conozcan muy poco de lo referente al importantísimo rol que cumplieron las aldeas en sus inicios poblacionales allá por el año 1900 en la provincia de Entre Ríos, antes de que se iniciaran las distintas corrientes inmigratorias que fueron colonizadas en nuestro suelo.
En los 75.759 kilómetros cuadrados que tiene nuestra provincia, se mezclaron paulatinamente los inmigrantes de distintas corrientes con los criollos bajo este diáfano y privilegiado cielo entrerriano.
Al decir del escritor Alberto Gerchunoff en su libro póstumo “Entre Ríos, mi país”, los hijos de extranjeros de más acusada cristalización racial, como el germano, el ruso, el español o el italiano, por citar los mayores contingentes radicados en nuestra provincia, tienen ya en su modelación fisonómica, algo del oriundo de las tierras de Montiel. El entrerriano concibe el país a través de la provincia y a ésta a través de la aldea menuda en que en las escuelas se originaron las manifestaciones iniciales de la vida de relación, esbozaron su espíritu y lo imantaron con el amor regional.
Por todo ello debemos intuir que hay, que existe un hombre entrerriano. Un singular hombre entrerriano, como tal vez los hay en otras provincias argentinas, cada uno con su particular idiosincrasia estrechamente relacionada con la topografía del suelo en que habita, pero este hombre entrerriano al que nos referimos es nuestro, somos todos y cada uno de nosotros.
El General Justo José de Urquiza trajo, cuando el campo estaba todavía erizado de lanzas gauchas, pedagogos expertos. Los entrerrianos interpretaron el pensamiento de Sarmiento y transformaron la escuela en el mejor patrimonio de la comunidad. Como ilustración sobre este tema citaré algunos párrafos de lo descripto por mi padre, David Gorskin, en uno de sus libros de a serie “Reflejos Entrerrianos”, donde nos habla sobre una aldea puntual. San Gregorio, situada al centro este de nuestra provincia a la vera del Arroyo Grande que limita los departamentos Concordia y Colón, y que marca el inicio de la población en la zona.
El nombre de Aldea con que se conocían estos asentamientos se toma de una expresión europea con que se designa a un conglomerado de personas que tienen algo en común y se repite en varias localidades de nuestra provincia, principalmente en el área de las ciudades de Nogoyá y Diamante, también en inmediaciones de Paraná.
La Aldea San Gregorio como tantas otras, se formó a mediados del siglo XIX, con algunas familias que no tenían trabajo fijo. Eran, según la circunstancia, troperos, hacheros, esquiladores, etc., estando instalados en predios donde tenían una vaca lechera y algunas gallinas que era la base del sostén familiar, generalmente cerca de alguna aguada. Por aquellos años era sabido en Entre Ríos que el General Urquiza, para congraciarse con la gente que vivía en sus estancias en la costa del Río Uruguay, aceptaba ser compadre de muchos de ellos, siendo padrino de sus hijos; estos ahijados eran sus fieles servidores, a los que regalaba de vez en cuando algún parejero.
Después del triunfo de la batalla de Caseros en el año 1852, el General Urquiza ubicó a muchos de sus soldados en chacritas con algunos vacunos, varios en las cercanías de San Gregorio, donde ya había negocio de campana.
Después de años, cuando en el camino de tierra que atravesaba la aldea, (hoy Ruta Nacional N° 14) comenzaron a circular los primeros automóviles Ford T “a bigotes”, el comercio principal pertenecía a don Alberto Corvetto, quien como importante adelanto para aquella época, instaló un surtidor de combustibles.
Gran parte de las personas instaladas por Urquiza no cultivaban la tierra. Vivían de la venta de algún animal vacuno y algo de lana. Por su afición a las carreras de caballos y a las jugadas de taba despilfarraron su patrimonio.
Muchos tuvieron que vender sus campitos para luego trabajar de peones o encargados, instalándose en la aldea, manteniendo la integridad familia' contrariamente a lo que hacían los gauchos que por divergencias conyugales abandonaban mujer e hijos para nunca regresar, mientras que la naciente casta criolla defendía el honor de la familia hasta con armas. Estos inculcaban el respeto a sus hijos que trataban de "usted” a los padres, y al saludarlos solían pedir la bendición al "tatita”.
De esta manera se reflejaba la vida en la aldea antes de comenzar el siglo XX, pero cuando en la primera década se fundaron colonias agrarias en las inmediaciones, algunas por Urquiza, otras por empresas colonizadoras, entre las que estaba la Jewish Colonization Association, fundadora de la colonia “Santa Isabel” entre los arroyos Rabón y Grande, la demanda de braceros dio vida a la aldea, aunque muchas familias se instalaron como puesteros en las chacras de los nuevos colonos donde no les faltaba el trabajo.
Como en las nuevas colonias no existían lugares de concentración poblacional, a medida que aumentaban las exigencias y necesidades, motivo que en San Gregorio se instalaran todo tipo de artesanos y diversos comercios los que edificaron viviendas de material y aljibes para la provisión de agua. Hubo herreros, carpinteros, albañiles, sastres, peluqueros, hojalateros, poceros, estafeta de correos y destacamento policial, por lo que la aldea fue adquiriendo el aspecto de un pueblito de gran movimiento, pues desde todas las colonias que lo circundaban en varias leguas a la redonda acudían a proveerse de todo lo indispensable para la subsistencia y el trabajo.
Para acceder a ese pueblito desde el norte, cuando el arroyo Grande no daba paso por estar crecido los lugareños instalaron un tipo ce puente rudimentario al que llamaron “pasarela”, que consistía en dos largos hierros en forma de T que cruzaban el arroyo de lado a lado atravesados con maderos en forma horizontal del tipo durmientes como los del ferrocarril, uno al lado del otro, los que tenían cierto movimiento, por lo que al ser surcados por algún vehículo producían un sonido muy particular; esta pasarela no tenía barandas laterales, siendo muy peligroso el tránsito, habiéndose producido muchos accidentes, sobre todo en épocas de crecientes del arroyo en que la correntada arrastró en más de una oportunidad distintos carruajes que osaban vadear el arroyo, siendo por muchos años el único cruce que existió.
Toda esta euforia, duró relativamente pocos años, ya que en 1912, al construirse el ramal ferroviario entre las ciudades de Concepción del Uruguay y Concordia, a cinco kilómetros al norte de San Gregorio, al centro de la colonia Santa Isabel se inauguró la estación ferroviaria “Pedermar” y a su alrededor, casi de inmediato se formó un pueblito hacia el cual se trasladaron todos los artesanos, vaciando prácticamente la aldea San Gregorio, quedando muchas casas abandonadas.
En noviembre de 1948 se realizaron importantes festejos conmemorando los primeros 40 años de la fundación de la Colonia Santa Isabel, organizados por la primera generación de argentinos que le dieron un importantísimo impulso a la producción agrícola de la colonia, creando una cooperativa agrícola de producción y consumo, cremerías, escuelas, templos, un sistema de servicio sanitario, un salón cultural, cooperadoras escolares, un local de remate de haciendas, un bañadero de hacienda, correo, farmacia, destacamento policial, panadería, carnicerías, desarrollándose una actividad social y cultural muy intensa.
Hoy, a cien años de aquella quimérica epopeya colonizadora sólo quedan en esa zona campos abandonados o forestados y alguna que otra tapera, mudo testigo de un pasado no tan lejano que fue orgullo de sus fundadores y de los gobernantes de turno con trascendencia nacional y muy importantes premios a su producción. En numerosos casos, buscando algún tipo de explicación al éxodo casi total de esos pobladores pioneros, recordamos la metáfora que alguien expresara: “Los colonos sembraron trigo... para cosechar doctores”.
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