Vamos por el milagro económico de Concordia
Concordia no está condenada a la pobreza. No nacimos para depender, no estamos atados a la miseria. Pero durante décadas, una clase política decadente nos hizo creer lo contrario, que sin el “Estado presente” no podríamos sobrevivir. Que sin subsidios, sin planes, sin regulaciones, no tendríamos futuro. Y, sin embargo, acá estamos: cada vez más pobres, cada vez más atados, cada vez con menos oportunidades.
Nos dijeron que el mercado es cruel, que la competencia es injusta, que el lucro es inmoral. Y mientras tanto, ellos se enriquecieron con nuestros impuestos (algunos fueron a parar a Paraguay), con nuestros sueños frustrados, con nuestra pobreza.
Nada es gratis: cada vez que el Estado dice que te va a dar algo, te está quitando la libertad. Cada regulación, cada traba, cada “beneficio” que nos prometen es una cadena más que nos ata a la dependencia. Nos hicieron creer que necesitamos un salvador, alguien que decida por nosotros. Pero la realidad es que no hay plan social que reemplace la dignidad de ganarse la vida con esfuerzo propio.
Las sociedades ricas no lo son porque alguien repartió la riqueza, sino porque las personas la generaron. No hay atajos. No hay milagros estatales. Sólo hay creatividad, esfuerzo y la oportunidad de intercambiar valor con el otro. Cada emprendedor que se anima, cada comercio que abre, cada vecino que apuesta a su propio talento está empujando el verdadero milagro económico.
Nos dicen que emprender es difícil. Y lo es. Pero también lo es vivir en la dependencia, resignados a que el político de turno decida hasta dónde podemos llegar. La verdadera justicia social no es recibir un cheque del gobierno. Es tener oportunidades reales. Es saber que si trabajamos, si nos esforzamos, si innovamos, podemos quedarnos con el fruto de nuestro trabajo sin que nos frenen impuestos asfixiantes y regulaciones absurdas.
No somos pobres por falta de recursos. No somos pobres por mala suerte. Somos pobres porque nos gobiernan con ideas de subdesarrollo. Porque nos imponen un modelo económico basado en la envidia, el resentimiento y la desconfianza en la libertad. Nos dicen que el que gana dinero es un explotador, que la competencia es injusta, que el éxito ajeno es una amenaza. Así destruyen la cultura del esfuerzo y premian la mediocridad.
Cada traba burocrática es un obstáculo para que un emprendedor genere empleo. Cada regulación absurda es una piedra en el camino de alguien que quiere invertir. Cada peso que nos sacan en impuestos es un peso menos en el bolsillo de quienes quieren producir.
El problema no es que falte dinero: es que el Estado nos lo quita antes de que podamos elegir qué hacer con el resultado de nuestro esfuerzo.
Si abrazamos los valores del capitalismo de libre empresa, Concordia puede prosperar. No hay otro camino. La historia lo demuestra: las sociedades que crecen son las que dejan a las personas decidir, crear y comerciar libremente. Y sí, siempre habrá quienes prefieran seguir dependiendo, quienes tengan miedo a la libertad. Pero el futuro no se construye con miedo, sino con acción.
Es hora de dejar de pedir permiso y empezar a actuar. Es hora de mirar a nuestro alrededor y preguntarnos: ¿Qué podemos hacer hoy para ganar plata mañana? Sí, ganar dinero, efectivo. No hay nada de malo en ello. Al contrario: es la forma en que se genera prosperidad. En cada transacción libre y voluntaria, en cada negocio que nace, en cada servicio que se ofrece, hay un acto de creación de valor.
El estado no está para reemplazar al empresario. El empresario exitoso no es un enemigo.
Es un benefactor social. Porque sólo tiene éxito si logra servir mejor a los demás. Si ofrece mejores productos, mejores precios, mejor atención. Esa es la verdadera solidaridad: la que nace del intercambio voluntario, no de la confiscación estatal.
No necesitamos políticos que nos “salven”. No necesitamos subsidios que nos mantengan atados. Necesitamos libertad. Un marco jurídico claro, con reglas simples, estables y justas.
Un Estado limitado, que no interfiera con quienes quieren trabajar y producir.
Por eso, invito a cada habitante de Concordia a dar un primer paso. No esperemos a que nos resuelvan la vida desde una oficina. Pensemos siempre en buscar oportunidades.
Preguntémonos: ¿Qué puedo hacer hoy para generar valor mañana? La respuesta a esa pregunta es el comienzo de nuestro propio milagro económico.
De la crisis no se sale con discursos vacíos ni con promesas políticas. Se sale trabajando, creando, arriesgando. Cada pequeño negocio, cada nueva inversión, cada iniciativa privada es un paso hacia la prosperidad.
Y cada uno de esos pasos es una victoria contra la pobreza Concordia puede volver a ser una ciudad próspera. Pero para lograrlo, debemos dejar atrás el modelo que nos condenó a la pobreza.
Debemos abrazar la libertad económica, la cultura del esfuerzo y la dignidad del trabajo.
El milagro económico está a nuestro alcance.
No esperemos más.
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión