No es la economía, “es la política, estúpido”
No hay especialista en marketing político que no tenga presente la frase “es la economía, estúpido”, que se transformó en los últimos 15 años en la síntesis más cruda de la incidencia de factores como crecimiento, inflación o empleo a la hora de votar.
Esta frase se hizo célebre en 1992 cuando posibilitó que Bill Clinton ganara una elección en un contexto en el que parecía imposible, ya que un año antes su rival (Bush) tenía un 80 % de aprobación.
Sin embargo, una vez ganada la elección, Bill Clinton tenía el respaldo del centenario Partido Demócrata, mientras que Javier Milei viene construyendo un partido político con tan escasa historia como estructura.
Hoy, en Argentina Javier Milei también ganó una elección que parecía imposible dos años antes, cuando los Libertarios accedieron a sólo 2 bancas en la Cámara de Diputados.
En ese contexto, la economía parece haber ganado una centralidad que a mi juicio no le corresponde, y de allí el título del presente artículo que cambia el eje de la famosa frase sobre la economía, para poner el acento en la política.
En mis largos años como especialista en finanzas públicas, siempre tuve muy claro que la condición “necesaria, pero no suficiente” para que los números puedan ordenarse es la clara y unívoca decisión de un camino a seguir, o sea de la fijación de un programa concreto de gobierno (dije programa de gobierno, no programa económico).
Es que, en momentos de crisis, no hay nada que afecte negativamente tanto a la economía como las marchas y contramarchas de un gobierno, y la inestabilidad política de un país.
Habiendo resumido muy brevemente las razones por la que entiendo que es la política (y no la economía) hacia donde debe dirigirse nuestra atención en este momento, para que se establezcan primero las condiciones necesarias para que pueda ser posible un crecimiento económico, corresponde preguntarse ¿Cómo se puede cambiar el sistema político?
En una primera apreciación, tenemos la idea de que cada vez que cambia el presidente, gobernador e intendentes, hay un cambio de gobierno.
Ello es sólo una verdad parcial, porque si bien cambia la cabeza del poder ejecutivo, no todo el poder ejecutivo cambia, sólo un porcentaje del poder legislativo cambia, y no necesariamente cambian ni el poder judicial, ni las leyes que nos gobiernan, ni siquiera cambian los empleados de la administración pública.
El sistema político de cualquier país es el reflejo de su sistema cultural, por lo tanto, para que cambie este, es necesario que se produzca una verdadera revolución cultural en la sociedad.
Mientras tanto estamos en un proceso de mucha inestabilidad política en nuestro país, que se ve reflejado por ejemplo en la situación de un DNU que ha cambiado sustancialmente algunos aspectos de nuestras vidas (como la ley de alquileres), y que se encuentra prácticamente pendiente de un hilo, haciendo así que, si alguien estaba pensando en invertir en ladrillos para generar renta, claramente ponga su proyecto en pausa
.
Lo mismo ocurre con la llamada Ley Bases, que no hay certeza todavía de su aprobación final, y el llamado Pacto de Mayo, del cual a la fecha no se sabe si no se va a intentar firmar el 9 de julio y llamarse Pacto de Julio.
Todo este desatino va en detrimento de la seguridad jurídica, lo que afecta el rumbo económico del país, sobre todo en materia de inversiones, y por ende en el nivel de actividad económica.
En este escenario de permanente confrontación política, es difícil generar expectativas positivas que estimulen el ingreso de nuevas inversiones (factor que consideramos imprescindible para el desarrollo económico de cualquier país).
Si bien todos estamos de acuerdo en que sería deseable tener un país con mayor desarrollo económico, en lo que no hay consenso es en el camino a seguir para lograrlo (meritocracia vs. colectivismo).
Mientras tanto el peor de los escenarios, es ir un poco por un camino y otro poco por el opuesto, que es lo que nos muestra la realidad de nuestro país.
El vetusto sistema político argentino, que vive en permanente discusión, continúa sin dar respuesta a los principales desafíos de la actualidad (que hoy se debaten en las principales economías del mundo), como por ejemplo ¿cómo crecer con menor desigualdad social?
Para el ganador del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, la “meritocracia” y la teoría del “esfuerzo personal”, son considerados como una mentira, señalando que el 90 % de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo o mérito que hagan, mientras que el 90 % de los que nacen ricos mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito para ello.
Mientras que para el gobierno actual (Libertario) la meritocracia sería el único camino válido para ser acceder a la riqueza.
En nuestra opinión, debería ampliarse la mirada de la meritocracia individual (que sólo considera el mérito de un individuo en particular), y considerarse la meritocracia en términos sistémicos, que significa que cada sistema y su particular metodología de distribución de los beneficios, determinará quién lo disfruta.
O sea, que el individualismo a ultranza es tan perjudicial como el colectivismo extremo.
Como ejemplo del primero, tenemos a los EEUU donde hay sobradas evidencias empíricas que muestran que la desigualdad en este país, ha aumentado en las últimas décadas, a pesar del crecimiento experimentado por la economía. Y como ejemplo del segundo, tenemos el caso de nuestro país, y los pésimos resultados obtenidos en los últimos años.
La incapacidad de nuestro sistema político para generar y redistribuir la riqueza ha llevado a una profundización generalizada de la desigualdad.
Esto hace que el sistema democrático difícilmente puede tener sostenibilidad en el tiempo, con el descontento del 99 % menos favorecido.
Es una realidad que las libertades políticas están en riesgo ante los crecientes niveles de desigualdad, tanto en nuestro país como en las democracias del mundo en general.
Para que cambie el sistema político argentino, entendemos que debería haber un profundo cambio cultural, siendo lo deseable que se establezca a través de una visión sistémica de la meritocracia, con nuevas políticas orientadas no sólo a producir eficientemente, sino a redistribuir más equitativamente, y de esta manera tratar de evitar que el descontento social actual, se pueda convertir en una repetición de las tantas crisis económicas y sociales que ha tenido nuestro país.
En resumen, la sociedad argentina ya entendió esta necesidad de cambio profundo, pero parecería que el sistema político no lo advierte (por ello los últimos gobiernos no fueron reelegidos), por lo que, si el sistema político no cambia, seguramente en las próximas elecciones la gente si va a cambiar a los políticos.
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