La trampa del ingreso medio: el error de recortar donde se crece
Mientras el mundo compite por innovación, Argentina debate cómo achicar su sistema científico. No es una discusión presupuestaria: es una definición de modelo de desarrollo.
Los países que lideran la frontera tecnológica construyeron durante décadas un ecosistema de universidades, financiamiento sostenido, competencia y transferencia al sector productivo. Los que no lo hicieron quedan atrapados en una economía de imitación y rentas: la trampa del ingreso medio.
En los rankings globales de producción científica (2019–2022), China aparece en posiciones dominantes: universidades como Zhejiang y Shanghai Jiao Tong se ubican entre las primeras del mundo, según el CWTS Leiden Ranking. Pero lo decisivo no es el podio: es lo que revela.
China consolidó un “régimen de crecimiento” donde ciencia y tecnología son infraestructura estratégica. La inversión china en I+D ya ronda niveles comparables a países desarrollados: 2,56% del PBI (2022, World Bank) y 2,58% (2023, WIPO). Con esa escala, la ciencia deja de ser “costo” y se vuelve poder: patentes, productividad, exportaciones complejas y disputa de estándares.
Con esa escala, la ciencia deja de ser un “costo” y se transforma en poder: patentes, industrias, defensa, productividad, exportaciones de alto valor, y capacidad de disputar estándares globales.
El motor cambió: de recursos naturales a productividad por innovación
Argentina sigue discutiendo con categorías del siglo XX. La economía global se ordena por productividad e intangibles: datos, software, biotecnología, materiales avanzados e IA.
Los recursos naturales importan, pero en el siglo XXI valen “de verdad” cuando se transforman en cadenas tecnológicas (genética, maquinaria, química fina, servicios basados en conocimiento, logística, energía con ingeniería local).
Una economía primaria puede crecer, pero difícilmente converge: si no crea capacidades propias queda expuesta a vulnerabilidad externa, salarios reales bajos y dependencia tecnológica (equipos, patentes y know-how importados).
Aghion y la trampa argentina: de la imitación a la innovación
En octubre de 2025, Philippe Aghion recibió el Nobel de Economía (junto con Peter Howitt y Joel Mokyr) por trabajos centrales sobre crecimiento e innovación y el papel de la “destrucción creativa” en el desarrollo.
Su enfoque (schumpeteriano) es útil para leer a la Argentina: los países suelen crecer en una primera etapa por imitar, acumular capital y explotar ventajas existentes. Pero el salto al desarrollo requiere otra cosa: innovación endógena, competencia real, apertura inteligente, instituciones que premien el riesgo productivo y el aprendizaje tecnológico.
En lenguaje simple: al principio se crece copiando; después, solo se crece creando.
La trampa del ingreso medio—trabajada también en literatura multilateral—describe justamente esto: economías que logran industrializarse parcialmente o insertarse en el mercado mundial, pero no reconfiguran sus instituciones para sostener un régimen de innovación.
Quedan “a mitad de camino”: no son baratas para competir por salarios, pero tampoco son sofisticadas para competir por tecnología.
Argentina tiene una marca histórica de ese problema: ciclos de crecimiento por exportaciones primarias, seguidos por crisis externas y conflictos distributivos, con baja productividad y una estructura productiva que no termina de escalar hacia sectores intensivos en conocimiento.
Argentina hoy: ajuste en ciencia, deterioro y fuga “racional”
En este contexto global, el retroceso del sistema científico argentino no es una anécdota. Es una decisión con consecuencias de largo plazo.
Según relevamientos sobre el empleo del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, durante 2024 se registró una caída significativa de puestos, con el CONICET explicando una parte central de la contracción: 1.055 trabajadores menos en 2024, incluyendo investigadores y becarios.
En paralelo, las estimaciones sobre financiamiento muestran un deterioro fuerte. Un informe del Grupo EPC–CIICTI señala que la Función CyT del presupuesto nacional se proyecta en torno a 0,164% del PBI (2025), por debajo de niveles de crisis anteriores, y con desplomes marcados en componentes críticos como transferencias e inversión.
Chequeado, analizando presupuestos oficiales, reportó que en 2024 se destinaron 30% menos fondos (en términos reales) para la función “Ciencia y Técnica”, con continuidad de la preocupación para 2025.
O sea, para comparar internacionalmente, el indicador estándar de I+D (% del PBI) muestra una brecha enorme: China por encima de 2,5% y Argentina en torno a 0,55% (último dato disponible 2022).
En ese marco, la “fuga de cerebros” no es un eslogan: es una respuesta racional de individuos frente a un sistema que ofrece carreras largas, salarios licuados, laboratorios parados y financiamiento intermitente.
La matemática del desperdicio: formar talento para exportarlo gratis
La pregunta económica es brutal: ¿Cuánto invierte el Estado en formar capital humano avanzado y cuánto recupera si migra? La OCDE estimó gasto público por estudiante terciario de USD 3.329 en Argentina versus USD 15.102 promedio OCDE.
Sumado a años de formación, infraestructura, becas y equipamiento, la inversión acumulada es relevante.
Cuando el investigador formado se va y produce papers, patentes o desarrollos en otro país, ocurre esto: el país receptor obtiene capital humano “listo” sin haber financiado la formación, y Argentina pierde retornos fiscales futuros (impuestos), retornos productivos (empresas, productividad) y retornos tecnológicos (patentes, transferencia).
No es solo plata: es masa crítica, redes, dirección de tesistas y un “mercado interno” de ideas indispensable para innovar.
El dilema: economía primaria + ajuste a la ciencia = trampa asegurada
Argentina sigue teniendo una matriz que descansa demasiado en bienes primarios y en rentas (naturales, regulatorias o financieras). Eso no es “malo” en sí mismo; es incompleto. La pregunta es si vamos a usar esa base para construir escalamiento tecnológico o si vamos a resignarnos al patrón clásico: exportar naturaleza / importar tecnología / endeudarnos en cada ciclo / volver a ajustar / repetir.
Desfinanciar el sistema científico en este punto del mundo es como ahorrar en mantenimiento de un puente: el presupuesto baja hoy, pero el costo aparece después—y siempre es más caro.
Además, hay un detalle estratégico que en Argentina se subestima: la ciencia y la tecnología se miden por continuidad.
Los países que compiten en frontera lo saben.
La inversión que no se hace en un año no se “recupera” mágicamente al siguiente: se pierde tiempo, se pierde gente, se pierde reputación, se pierden redes, se pierde acumulación.
El recorte que parece ahorro es, en realidad, un subsidio a otros países
Llegamos al punto político y ético que no se puede esquivar. Cuando Argentina recorta ciencia en plena carrera global por el conocimiento, hace algo muy concreto: financia formación con recursos públicos para exportar talento gratis.
Es una política industrial al revés: en vez de usar el Estado para empujar sectores de alto valor, lo usa—por omisión—para abastecer de recursos humanos a quienes sí invierten.
Y la pregunta final, entonces, no es sentimental. Es estratégica: ¿Queremos un país primario que discute el tamaño del Estado cada año, o un país que invierte en capacidades para salir de la trampa del ingreso medio?
Porque el mundo ya eligió. China eligió. Corea eligió. Finlandia eligió. El propio debate europeo gira alrededor de productividad e innovación. Y cuando la tecnología cambia “cada segundo”, la respuesta no puede ser achicar el motor que produce conocimiento.
El dilema, en limpio, es este: Si recortamos ciencia, ahorramos hoy y pagamos con décadas de estancamiento, o si sostenemos ciencia con reglas, evaluación y misión, construimos la única salida estructural: productividad por innovación.
No se sale de la trampa del ingreso medio exportando más de lo mismo.
Se sale creando lo que todavía no existe.
Y para eso, el conocimiento no es un gasto: es la infraestructura estratégica del siglo XXI.

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