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    El acto de nutrirse; ya no sólo de pan, también de ilusiones

    “Hemos de activar el soplo del amor verdadero, ese que nos embellece mar adentro y que se nutre de miradas que acarician, porque la vida hay que nutrirla de afecto, no de desafecto; además de un espíritu donante, jamás egoísta”.

    16 de octubre de 2025 - 17:00
    Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net
    Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor [email protected]
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    Todo ser humano requiere, tanto alimentarse como alentarse cada aurora, para comenzar su propio camino, que es lo que garantiza la digna existencia de la persona humana. Es verdad que cada época se nutre de sueños, que es lo que nos da subsistencia, pero también se necesita poner al alcance de la ciudadanía, la pluralidad de alimentos nutricionales como medio para lograr la seguridad alimentaria con dietas sanas, de las que nadie quede excluido. Por tanto, es vital no olvidar la dimensión social y humanística que tiene el acto de ampararse. 
    De ahí, la significación de tomar el ideal de justicia como pauta de nuestro acontecer diario, al menos para poder atendernos y entendernos, ya no únicamente como sustento, también como apoyo a las necesidades de las personas.
    La humanidad, agobiada por el aluvión de tormentos y herida por tantas injusticias, con apremiante urgencia, suele pedir a gritos desesperantes otra sintonía entre sus análogos, con medidas resolutorias para llevar un proceder más fraterno, donde impere la serena convivencia y no la interesada conveniencia. 
    Tenemos corazón, no lo olvidemos nunca; pues, escuchemos hasta nuestros propios latidos verdaderos, esos que nos alertan las dificultades y nos instan a salir de los bochornos. 
    Ello nos demanda asimismo que nos dejemos interpelar y conmover por la voz de los que nadie escucha y que la solidaridad se convierta en el principal pulso de nuestras disposiciones. 
    De lo contrario, nos hundiremos aún más y el veneno de la indiferencia nos dejará sin hálito. 
    Desde luego, hemos de activar el soplo del amor verdadero, ese que nos embellece mar adentro y que se nutre de miradas que acarician, porque la vida hay que nutrirla de afecto, no de desafecto; además de un espíritu donante, jamás egoísta.
    Si haciendo el bien y cultivando la bondad nos llenamos de alegría, esparzamos las semillas del gozo y veamos los caminos, con sus horizontes de otro modo, mediante un aire compasivo que derrote definitivamente la dolorosa lacra de la miseria y el hambre en el mundo. Únicamente trabajando en equipo, entre gobiernos, organizaciones, sectores y comunidades, podemos garantizar que todas las personas tengan acceso a una dieta saludable, viviendo en armonía consigo mismo, que es como se hace familia en nuestra casa común. 
    Lo importante es ejercitar el anhelo; ya que, si es benigno hallarse, todavía es más preferible distinguir. Aun así, lo mejor de todo, radica en imaginar despierto para poder sacudir los zapatos y comenzar un nuevo tiempo, sin que nadie sea excluido. 
    Nuestro orbe y también nosotros, somos demasiado interdependientes para que nos dividamos en bloques, con una escandalosa polarización que nos deshumaniza por completo. 
    Indudablemente, hay que avivar otros estímulos más auténticos y desinteresados, que edifiquen una civilización que encuentre en el respeto mutuo y en la ayuda participativa, la llamada de la conciencia para orientar andares, volcándonos sobre todo en las gentes que más sufren, como los hambrientos y sedientos; mientras otros, saciados se ceban y derrochan. 
    Nuestras acciones, ante este abusivo contexto de mundanas miserias, debe guiarse por las realidades de los desfavorecidos; lo que nos insta a superar la fría lógica del mercado, centrada vorazmente en el mero beneficio económico. Mal que nos pese, nuestros estilos y prácticas de consumo habituales, suelen demolernos a poco que nos adentremos en esas muchedumbres frágiles estigmatizadas, a las que se les intenta invisibilizar. 
    En consecuencia, hoy más que nunca se advierte, de no dejar a nadie atrás desesperanzado, por falta ya no sólo de comida, también de asistencia sanitaria y de viviendas asequibles, de trabajos decentes y salarios justos; o de protección social universal, ante la falta de seguridad alimentaria y de una educación de calidad.  
          

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    Víctor Corcoba Herrero
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