Apertura comercial sin estrategia: ¿exportar más para producir menos?
Argentina atraviesa una nueva fase de apertura comercial, impulsada por una política de desregulación radical del comercio exterior. Bajo la lógica del “libre mercado”, el gobierno nacional ha eliminado las licencias no automáticas, el sistema SIRA y diversos controles técnicos y aduaneros.
El discurso oficial promete mayor competitividad, menores precios internos y una inserción global acelerada. Sin embargo, esta decisión no es neutra ni técnica: implica optar por un modelo económico de consecuencias estructurales profundas. Y lo preocupante no es solo lo que se intenta hacer, sino cómo, cuándo y con qué sustento.
Se trata de la tercera gran experiencia aperturista en nuestra historia reciente, luego de la Convertibilidad de los años noventa y la gestión de Cambiemos entre 2015 y 2019. En ambos casos, el camino elegido llevó inicialmente a un crecimiento del ingreso de bienes importados, cierta estabilidad de precios y una ilusión de modernización.
Pero a mediano plazo, el resultado fue una acelerada desindustrialización, deterioro del empleo, caída del salario real y aumento de la dependencia externa. La historia económica argentina ya mostró que una apertura abrupta, sin política industrial, sin crédito y sin condiciones macroeconómicas adecuadas, no conduce al desarrollo. Conduce al colapso productivo.
La paradoja de la apertura: crecen las exportaciones, se derrumba la producción nacional
Según datos del INDEC, las exportaciones crecieron un 10,2?% interanual en el primer semestre de 2025. No obstante, este crecimiento está fuertemente concentrado en el complejo energético: petróleo crudo, gas natural y derivados asociados a Vaca Muerta y el Gasoducto Néstor Kirchner explican gran parte del dinamismo externo.
Es decir, no hay un fenómeno de diversificación exportadora, sino una reprimarización intensificada.
Al mismo tiempo, los sectores intensivos en valor agregado y empleo presentan cifras alarmantes. La producción industrial cayó 8,3?% interanual en mayo, según la UIA, y la construcción, el comercio y las economías regionales muestran retrocesos sostenidos. Las pymes, que explican más del 70?% del empleo privado formal, enfrentan una combinación letal: caída del consumo, encarecimiento del crédito y competencia desleal por parte de productos importados, muchas veces subsidiados en origen.
Así se configura la gran paradoja del modelo actual: se promueve la apertura para exportar más, pero se destruyen las condiciones internas para producir. Se prioriza la balanza comercial de corto plazo, aunque a costa de un debilitamiento del entramado productivo nacional.
Una apertura sin piso macroeconómico ni reglas simétricas
La economía argentina no ofrece hoy las condiciones mínimas necesarias para competir en igualdad de condiciones en el mercado global. El tipo de cambio real está apreciado, desincentivando exportaciones industriales y abaratando artificialmente las importaciones.
La presión fiscal sobre el sector productivo continúa siendo elevada, especialmente a nivel provincial y municipal. La infraestructura logística es deficitaria, el financiamiento productivo está virtualmente paralizado y los costos sistémicos son altísimos.
En este contexto, la liberalización comercial unilateral se transforma en una transferencia directa de ingresos desde la producción nacional hacia los oferentes externos. El resultado previsible es la sustitución de producción local por importaciones, sin capacidad de respuesta por parte de los actores internos.
Efectos sobre el empleo y la cohesión social
Los datos laborales ya reflejan el impacto de este modelo. En el primer trimestre de 2025 se perdieron más de 200.000 puestos de trabajo registrados, concentrados en la industria y la construcción.
La informalidad crece y el salario real ha perdido más del 20?% en términos interanuales en lo que va del 2025 ( y un 17% fue en el 2024). El tejido social se debilita en forma acelerada, especialmente en las economías regionales y en los sectores medios urbanos, históricamente sostenidos por el empleo industrial y de servicios conexos.
La experiencia histórica indica que, cuando se desprotege el mercado interno sin una estrategia de reconversión productiva y laboral, el desempleo estructural se vuelve crónico. La apertura comercial no genera empleo por sí misma: requiere políticas complementarias que hoy están ausentes.
Sin política industrial, no hay desarrollo
La apertura actual carece de una política industrial que oriente y potencie sectores estratégicos. No hay planes de reconversión productiva, ni incentivos a la innovación, ni integración tecnológica. Se han desfinanciado los organismos de ciencia y técnica, se recortaron los programas de formación profesional y no existen instrumentos de financiamiento para la inversión productiva.
La desregulación ha sido total, pero sin contrapartida estratégica. Abrir los mercados sin proteger el conocimiento, la tecnología y el tejido industrial nacional es equivalente a renunciar a cualquier proyecto de desarrollo autónomo.
Para que la apertura comercial sea parte de una estrategia de desarrollo y no un simple mecanismo de ajuste, se requieren al menos tres pilares fundamentales: 1) Consistencia macroeconómica: Un tipo de cambio real competitivo, baja presión fiscal sobre la producción y estabilidad financiera que brinde previsibilidad al sector privado, 2) Política industrial activa: Identificación y promoción de sectores estratégicos con potencial exportador, metas de desempeño, incentivos concretos a la innovación, integración tecnológica y estímulo a los encadenamientos productivos nacionales, y 3) Provisión de bienes públicos e infraestructura clave: Inversión sostenida en logística, transporte, energía, conectividad, educación técnico-profesional, y en el sistema científico-tecnológico.
La apertura comercial vigente es funcional al corto plazo y al consumo inmediato (courier, productos electrónicos importados, etc.), pero deja al descubierto la fragilidad estructural del entramado productivo nacional. Sin un entorno macroeconómico estable, sin política industrial y sin bienes públicos que acompañen, la liberalización comercial no promueve desarrollo: lo posterga.
Lecciones del pasado: cuando el espejismo se convierte en crisis
La historia reciente argentina ofrece ejemplos contundentes. Durante la Convertibilidad, el tipo de cambio fijo y la apertura comercial desmantelaron buena parte de la estructura industrial. El desempleo llegó a niveles récord, y la dependencia del financiamiento externo terminó en la crisis de 2001. Entre 2016 y 2018, el nuevo intento de liberalización sin protección productiva generó una nueva oleada de cierre de fábricas, endeudamiento y crisis cambiaria.
En ambos casos, el crecimiento de corto plazo fue seguido por un deterioro irreversible del aparato productivo. Hoy, bajo una lógica similar, se corre el mismo riesgo, pero con un agravante: una sociedad más empobrecida y un Estado con menor capacidad de respuesta.
¿El futuro o un déjà vu?
El dilema no es apertura sí o no. Es cómo se abre, con qué propósito y con qué instrumentos. Una inserción internacional inteligente requiere estabilidad macroeconómica, política industrial activa, inversión en infraestructura y articulación público-privada. Nada de eso está presente hoy.
La apertura comercial sin un Estado que planifique, invierta y proteja, es simplemente ajuste. Un ajuste que no solo destruye empleos, sino también capacidades productivas y capital social. El camino que se está tomando no conduce a la modernización, sino a una mayor vulnerabilidad externa y a una estructura económica más desigual y concentrada.
Si no se revierte esta lógica, Argentina puede repetir el mismo error histórico por tercera vez. Pero esta vez, el costo puede ser aún mayor: no solo el colapso de sectores productivos clave, sino también la pérdida definitiva de soberanía económica.
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