Salud mental: luz y fuerza
La salud mental como búsqueda de un estado de bienestar, es un concepto multidimensional, es decir, no está individualmente determinado, no depende, solo, de un procesamiento psico-biológico de las vivencias y de la experiencia humana. De ese modo las posibilidades de bienestar que propone la clásica definición de la OMS de 1949, implica necesariamente la satisfacción social de las necesidades humanas, como la subsistencia, la alimentación, el abrigo, la higiene, el afecto, la identidad, la dignidad. la participación, la libertad, la educación, la salud, la justicia, la igualdad, el trabajo. Y su conversión en derechos, garantizados por el Estado.
No es casual que esa histórica definición de la salud como un “Completo estado de bienestar bio-psico-social y no solo ausencia de enfermedad” se haya producido con el nacimiento de los “Estados de bienestar” como garantes de asegurar los derechos sociales, laborales, humanos, a los trabajadores. Ese fue el contexto. Es curioso que la definición replique el concepto de “Estado de bienestar”, que remite al Modelo Keynesiano. Es que solo interesadamente los sectores del Poder real han fragmentado y disociado la unidad de la realidad y sus dimensiones, separando la salud de sus determinantes, económicos, sociales, culturales, políticos, etc. con reduccionismos biologicistas y las súper especializaciones que pierden de vista la totalidad, el pensamiento complejo y crítico. Esa epistemología “científica” de la fragmentación del sujeto social interpreta los efectos de los malestares desde una perspectiva únicamente individual. Así los emergente actuales de la crisis multifactorial traducidos en depresiones, suicidios, ataques de pánico, enfermedades psicosomáticas, adicciones, las distintas formas de violencia y conductas autodestructivas, surgen de los conflictos intra psíquicos, mentales, espirituales o biológicos, de modo que es el sujeto responsable de su pesar y por lo tanto su” tratamiento” serían las terapias de autoayuda, psicológicas de adaptación, aprender a respirar, meditar, recomponer la química cerebral con psicofármacos, o volver a vidas pasadas. Responsabilizar solo al individuo de sus síntomas, desazones y desasosiegos, es una operación ideológica que desprende de las raíces del sufrimiento a las determinaciones socio-históricas-económico-culturales que atraviesan la subjetividad, justificando en esa desconexión causal el orden destructivo de una política antipopular. Es lo que pasa en el presente, son la pérdida del trabajo, el endeudamiento para poder comer, el no llegar a fin de mes, no poder pagar la luz, no poder comprar los remedios, no tener acceso a la salud y la educación, la discriminación y la explotación laboral, las causas de una angustia social desbordante. Y esas condiciones enfermantes y alienantes, no son responsabilidades psico-biologicas del individuo, sino de políticas concretas que destruyen las posibilidades de satisfacción de las necesidades humanas y del individualismo, la indiferencia y la crueldad que actualmente predominan como marco cultural degradatorio. Esta calamitosa situación de nuestra salud mental, de la salud mental de la población, esta epidemia de padecimientos emocionales, son el producto de una política y una cultura que ha creado un mundo y una vida absolutamente inhabitables. Y son esas políticas y esos mundos los que hay que transformar coherentemente para crear condiciones de vida saludables. Fundamentalmente es hoy preocupante el trabajo, como eje ordenador de los hombres y las mujeres, escaso y problemático porque los despidos convierten al campo laboral en un infierno. Los trabajadores desocupados no deberían ser leídos como números o estadísticas, sino como tragedias tramadas por el desamparo, la depresión y la desesperación, no solo de un hombre, sino de toda una familia y una comunidad. El trabajo, que debería ser fuente de subsistencia, identidad, socialización, creatividad y dignidad, se ha transformado en causa de estrés, indignidad y alienación, porque a la precarización se sumó un nivel de explotación inhumano, y un proyecto de “reforma laboral” que tiende a acentuar el trabajo esclavo y la infelicidad de los trabajadores. Está claro que la salud mental no tiene nada que ver con una vida emocional autónoma y abstracta de las condiciones concretas de existencia de los seres humanos. Es necesario la unidad y la lucha como remedio de los estragos que el actual sistema y las actuales políticas generan en la salud mental, es necesario estar lucidos y fuertes colectivamente para enfrentar colectivamente la masacre que se proyecta sobre los trabajadores y los jubilados, más y más destrucción de esos pilares de la Patria. Luz y fuerza, coraje y patriotismo, honestidad y sentimiento de comunidad como la tuvo el gran Agustín Tosco, que honró con su lucha la defensa de los derechos de los trabajadores y el derecho a la libertad y a ser felices. El 5 de noviembre se cumplió un aniversario de su muerte, en la clandestinidad, enfermo y perseguido por los Dictadores y Tiranos. El mejor homenaje a esos referentes extraordinarios de la historia del sindicalismo es asumir su valentía y su ética para de una vez por todas, curarnos del oprobio y la violencia.

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