La muerte de un poeta conspira en favor del olvido. Es, muchas veces, el inicio de un ostracismo mayor a otros casos, incluidos novelistas o cuentistas. Si bien es cierto, como dice Roberto Bolaño en “Los detectives salvajes”, “un día la Obra muere, como mueren todas las cosas (incluso), la más recóndita memoria de los hombres”, esencialmente ese olvido se torna más inexorable porque los poetas son poco conocidos y la poesía es un género de apasionados, pero exiguos entusiastas.
En contados casos, cuando el poeta es cantautor el espectro de seguidores se amplia y la posibilidad del recuerdo posterior a su partida, por un tiempo más prolongado, podría ser más factible, aunque no está garantizado.
El 4 de abril de 2020, cuando el coronavirus era una amenaza universal y todavía distaba la posibilidad de una vacuna que mitigara los riesgos, Luis Eduardo Aute, el más formidable cantautor de lengua castellana fallecía en un hospital de Madrid, víctima de la incipiente calamidad que azotaba al mundo.
Su físico se encontraba debilitado luego de haber estado en coma durante dos meses entre agosto y octubre de 2016 a raíz de un infarto cerebral que sufrió al concluir un concierto en Huelva, Comunidad de Andalucía al sur de España. La recuperación lo tuvo a maltraer durante los años siguientes no pudiendo concretar nuevas actuaciones.
Aute había nacido el 13 de septiembre de 1943 en Manila, Filipinas. Tal como el padre del poeta Juan Gil de Biedma, el padre de Aute, de origen catalán, había ido a ese país a trabajar en la compañía de Tabacos de Filipinas, una empresa multinacional de capitales españoles que explotaron varias décadas el tabaco y otros productos en el país asiático.
Desde temprana edad, Aute se sintió atraído por el arte. El dibujo y la pintura fueron sus inicios. El canto y el cine agregaron interés en un joven que, además por sus estudios, tuvo acceso a varios idiomas, llegando con los años a hablar tagalo (el idioma nativo de Filipinas), inglés, francés y catalán además del español. Con los años también incursionaría en la escultura. Pero nunca dejó de elegir al cine. “Es el arte que sintetiza a todas las demás, y a su vez es creadora de otro lenguaje”, decía.
Dueño de una voz muy particular, inicialmente compuso canciones para otros artistas, entre ellos la cantante Massiel, hasta que el productor y compositor Juan Carlos Calderón y los directivos de RCA le insistieron que grabe sus propias composiciones.
Sus primeras grabaciones fueron temas sueltos hasta que en 1967 presenta su primer larga duración “Diálogos de Rodrigo y Gimena” (homenaje al Cid y su esposa) en el cual incorpora la mayoría de los temas que había grabado Massiel y él mismo, además de algunos inéditos.
No obstante, su principal interés en esos años seguía siendo la pintura y el cine, de forma tal que participó en algunas películas como ayudante de dirección (en “Cleopatra” de Joseph L. Mankiewicz, en “La vida es magnífica” de Maurice Ronet y en “Chaud, chaud, les visons” de Marcel Ophüls) e incluso dirigiendo algunos cortos como “A flor de piel” (1974) con Ana Belén, “Chapuza uno” (1976) y “Minutos después” (1976). Años después, en 2001 realizó, tal vez, su película más reconocida, el largometraje “Un perro llamado dolor”, ejercicio experimental -surrealista, en parte- con 4000 dibujos en siete historias que cuentan la relación entre artista y modelo, con un perro como nexo y referencias a Goya, Duchamp, Picasso, Sorolla, Frida Kahlo, Diego Rivera y Velázquez. Fue nominado al Goya como Mejor Película de Animación. En sus últimos recitales, daba a conocer, “El niño y el basilisco”, corto animado, una recreación de su infancia, con 300 dibujos en los que un niño en 1945 mira el mar desde el malecón, con una ciudad destruida detrás. Referencia a la batalla de Manila en la Segunda Guerra Mundial que implicó la muerte de más de cien mil personas.
Aute, a partir de 1973 se involucró con la música y comenzó una carrera que lo convirtió en un cantautor con letras de notable valor literario, amén de ser un referente para varios intérpretes, quienes, en muchos casos reconocieron su generosidad y desinterés en colaboraciones y espaldarazos a sus propias carreras. Postergó hasta 1978 sus actuaciones en vivo, porque, en un primer momento, había asumido la intención de solo grabar y no dar conciertos.
En otro orden, Aute mostraba su compromiso político y social, al que nunca renunció -muy por el contrario, fue muy crítico de una Europa que se desangraba en pos de un capitalismo inhumano, o exagerado libre mercado (como decía)-. Su posición política se evidenció, entre otros temas, con claridad en “Al alba”, “Presiento que tras la noche/vendrá la noche más larga”, extraordinaria composición que, si bien inicialmente Aute la vinculaba con los condenados a la pena de muerte en cualquier latitud, se la relacionó con los fusilamientos que el franquismo realizó en 1975, a pocos días de la muerte de Franco. Sus recitales, luego de más de dos horas de actuación, los cerraba cantando “Al alba” a capella.
Así fue como también participó en recitales a beneficio, entre ellos el concierto “Recuperando memoria” de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que exige justicia por los crímenes cometidos por la dictadura de Francisco Franco en España.
Sus letras, de elaborada textura, tienen dosis de melancolía e introspección. Algunas de ellas, aluden al recuerdo del amor adolescente, “Aquella fue la primera vez/tus labios parecían de papel”, al amor que se desvanece “Desde hace algún tiempo te siento distinta/no sé qué será pero no eres la misma/observo en tus ojos miradas/que esquivan la mía”; al amor perdido, “De alguna manera, tendré que olvidarte/por mucho que quiera, no es fácil, ya sabes/me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde/y nada más, y nada más, apenas nada más”; al dolor por no poder recuperar el amor “Maldigo el paraíso que cuando se presenta/no dura lo que una estrella fugaz”; al amor compartido “No lo pienses dos veces/haz lo que te pida el alma/puede que cambie tu suerte/mira que eres canalla”; al amor erótico “Tendida, con los muslos como alas abiertas”; al amor necesario “Quiéreme, aunque sea de verdad”; incluso a la “Alevosía” “ es amar hasta que duela, como un golpe de puñal”, pero también a la inconsistencia de la sociedad, “este mundo absurdo/que no sabe a dónde va”, a su amor por el cine, “Cine, cine, cine, cine/más cine por favor/que toda la vida es cine/que toda la vida es cine/y los sueños cine son”; a la pintura en el “Tríptico de Luces y Sombras” sobre Velázquez y Goya; al recuerdo de su infancia “ Y daría lo vivido/por sentarme a su costado/para verme en su futuro”; a la belleza como oposición activa a la deshumanización “Reivindico el espejismo/de intentar ser uno mismo/ese viaje hacia la nada/que consiste en la certeza/de encontrar en tu mirada/la belleza”; Incluso una referencia metafórica al fondo monetario internacional en su tema “Feo mundo inmundo”.
Aute actuó con otros artistas y muchos de ellos, han manifestado su admiración por la calidez y prodigalidad con que se manejó durante toda su vida. Reconocidos cantantes como Ana Belén, Joan Manuel Serrat, Patxi Andión, Jorge Drexler, Pancho Varona, Víctor Manuel, Joaquín Sabina (a quien le recomendó en sus primeros años de cantante que visitara Buenos Aires), Silvio Rodriguez (con el que compartió escenario en la Plaza de Mayo un 25 de mayo en un concierto gratuito y multitudinario) y Cristina Nerea quien fue su coro en las actuaciones de los últimos 20 años.
A propósito, ha sido un visitante frecuente de Argentina, desde noviembre de 1992 cuando se presentó en La Casona del Conde en Palermo hasta diciembre de 2014 cuando en el Teatro Coliseo de Buenos Aries presentó el corto “El niño y el basilisco” y su trabajo discográfico “El niño que miraba el mar”, con su punto de vista sobre el paso del tiempo y la pérdida de la inocencia. En oportunidad de esa visita, fiel a su postura ideológica, hablaba de que el mundo se encontraba a merced de un “neofeudalismo”, y que “las marcas invaden todo y creo que en un tiempo el planeta Tierra se llamará Google Earth”. Su vinculación con Argentina y con sus poetas populares, llevó a Aute a escribir “Siglo Veintiuno” en homenaje a Enrique Santos Discépolo.
Hay poetas, está claro, que merecen un reconocimiento permanente. “Fidelidad a sí mismo, plasmada en una obra que posee todos los visos de la perdurabilidad, cuando algunos figurones demagógicos de relumbrón reposen en el panteón del olvido”, afirma a propósito de Aute, Antonio Martínez Sarrión en el prólogo de “Liturgia del desorden”, poemas de Aute de los años 1976 al 1978, incluidos en “Volver al agua”, su poesía completa.
Cinco años después de su partida, se recuerda que, en ese momento, numerosos artistas lamentaron su muerte con conceptos altamente elogiosos a la personalidad de Aute. Entre ellos, Ismael Serrano dijo “Su lucidez brillaba y señalaba el camino. Tuve la suerte de estar a su lado unas cuantas veces. Doy gracias a la vida por esa oportunidad. Yo trataba de aprender de él. De su honestidad, de su compromiso e independencia”. Y Juan Luis Guerra, jugando con la letra de un tema de Aute, expresó lo que tal vez, los que admiramos al español pensamos “Querido Luis Eduardo Aute. Nosotros solo “Pasábamos por aquí, pero tú te quedarás para siempre”. Así sea.
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