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    Los conquistadores del oro

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    01 de noviembre de 2025 - 17:30
    Los conquistadores del oro
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    La denominada conquista del continente americano fue consideraba, durante muchos siglos, de manera unívoca. Los hechos desencadenados a partir del siglo XVI por el ingreso de europeos en el territorio que, años después, se denominó América fueron transmitidos como la incursión de una civilización superior en un terreno que era habitado por individuos impregnados de supersticiones, idiomas, costumbres, religiones e historias que se consideraron como inferiores.
    Unos años después del 12 de octubre de 1492 (cuando muy temprano a la mañana, los residentes de las actuales Bahamas se encontraron con tres embarcaciones desconocidas), en 1532 Francisco Pizarro, Hernando de Soto y Sebastián de Benalcázar junto a sus hombres, cruzan los Andes en procura de riquezas y glorias, para arribar al imperio inca.
    Solo un año le alcanzó a los conquistadores para destruir al imperio que durante siglos se había establecido en el oeste del continente; un exiguo tiempo para diezmar, masacrar y reducir a su máxima expresión al pueblo inca y, fundamentalmente, saquear el oro, enorme e inesperado botín que desangró al continente “descubierto” y enriqueció, mayormente, a los poderosos de España y en menor medida a los intermediarios de ese despojo.
    Éric Vuillard, es un prestigioso escritor, periodista y cineasta francés, nacido en Lyon el 4 de mayo de 1968. Autor que se ha especializado en hechos históricos. Se acercó a los anónimos que generan revoluciones como aquellos que el 14 de julio de 1789 avanzaron sobre la Bastilla, en “El 14 de julio”. Ese libro le mereció el premio Alexandre Vialatte en 2017. Abordó la reunión secreta en febrero de 1933 entre los más importantes industriales alemanes que donaron sustanciales montos para financiar los planes económicos de Hitler y así permitir la evolución de la política nazi con la anexión de Austria en “El orden del día”. Con él obtuvo el prestigioso premio Goncourt, en 2017.
    Vuillard relató  los episodios desencadenantes de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra que desangró a Europa, con puntos de vista inéditos en “La batalla de Occidente”, ganadora del premio Franz Hessel en 2012 y el Valery-Larbaud en 2013. En “Congo” se refirió a la conquista colonial de África. Se aproximó a la historia de Buffalo Bill y el Wild West Show en “Tristeza de la tierra”, premio Joseph Kessel en 2015 (el premio que homenajea al escritor nacido en Villa Clara, Entre Ríos).
    Hace un par de años publicó “Una salida honrosa” sobre la guerra de Indochina y en 2019, en una alegoría, de cómo los pobres no pueden modificar la estructura histórica de los países, “La guerra de los pobres” relata la guerra de los campesinos alemanes en el sur de Alemania y luego en Suiza y Alsacia, en 1524 y por la que fue finalista del Broker Prize Internacional. 
    Vuillard había publicado en el año 2009 en francés, “Conquistadores” que recientemente se conoció en español. Con ese libro obtuvo el premio Ignatius J. Reilly en 2010. En él relata la incursión de Pizarro, de Soto y Benalcázar y el resto de los españoles, su llegada al imperio Inca, la resistencia de este pueblo y la disputa posterior entre los propios europeos.
    La narrativa que utiliza Vuillard es vibrante, atractiva y más que fiel a los hechos históricos. No es imparcial, en su prosa se preocupa por reflejar las personalidades de los principales personajes, codiciosos, desalmados e inhumanos que invadieron, dominaron, sometieron y asaltaron los recursos y las tradiciones de los indígenas. 
    En el desarrollo de la historia, con tintes de ensayo político, el autor parte de la irrupción en tierras, hoy, peruanas, de los extremeños (Francisco Pizarro González, su hermano Hernando y Hernando de Soto, lo eran), castellanos como Sebastián de Benalcázar (en realidad, Sebastián Moyano y Cabrera) y   vascos que, impelidos por la miseria, la rusticidad y la marginalidad se invisten de guerreros para sojuzgar a los incas. Continúa con la caída del imperio de este pueblo cuando los españoles llegan a Cajamarca, la aprensión de Atahualpa, la extorsión a éste para concederle la libertad si llenaba una estancia de oro hasta un límite que iban modificando y una guerra civil entre los conquistadores con sus revueltas y luchas por la hegemonía que duró tres décadas. 
    Atahualpa había vencido a su hermano Huascar en la disputa por la sucesión del trono inca. Enterado de la llegada de los españoles, recibió en su campamento a una delegación comandada por Hernando Pizarro y Hernando de Soto. Éstos le hicieron una encerrona, lo apresaron. En un intento para congraciarse con Francisco Pizarro, Atahualpa le ofreció su hermana, Quispe Sisa en matrimonio. Con ella, Pizarro tuvo dos hijos. Atahualpa nunca recuperó la libertad. Se ordenó su ejecución por los delitos de sublevación, poligamia, adoración de falsos ídolos y por la muerte de su hermano Huáscar, pese a haber entregado el oro. Murió un año después, en la noche del 26 de julio de 1533, en Cajamarca, estrangulado luego que fuera amenazado de ser quemado atado en un tronco en el medio de la plaza. “Fueron esclavos negros o indios de otras tribus, quienes ejecutaron la sentencia”, relata Vuillard.
    El autor descubre a Pizarro como un discreto cazador de fortuna, ajeno a un trabajo honesto y que recurría a la crueldad en sus correrías. Hijo ilegítimo, iletrado, su sueño era alcanzar fama, reputación, riquezas y reconocimiento social. El rey de España Carlos V le concedió a Pizarro los derechos de dominio en un territorio que iba desde el río de Santiago en el norte de Ecuador hasta el Cuzco. En 1531 Pizarro salió desde Panamá con cuatrocientos veinte hombres y treinta y siete caballos hasta lo que es hoy Machala que formaba parte del Imperio incaico y desde allí avanzar hacia Cajamarca. 
    Más adelante, en el relato de la historia documentada, los españoles, mientras “el imperio (inca) se hacía trizas”, al rayar el alba el 14 de noviembre de 1533, entran en Cuzco. La resistencia y las sucesivas disputas entre los incas que, incluso aceptan un monarca impuesto por los invasores, y éstos, es contada con notable realismo y descarnado detalle en combates, en los cuales, “sin duda, cada vida es poca cosa”, dado que “durante la conquista reinó la locura”. Almagro, la detención de Hernando Pizarro, su liberación y su venganza, en una cruenta guerra civil es un momento relevante de la historia como lo es también la muerte de Francisco Pizarro en manos de otros españoles. 
    El autor afirmó que “El oro fue el verdadero motor de la conquista”. Cuando, en uno de los tantos sucesos, relata el saqueo al templo de Corincancha dice: “aquello duró tres días, después de los cuales el recinto y los templos del Corincancha quedaron vacíos y llenos de orificios. El saqueo se extendió muy rápidamente a los demás templos y palacios. (…) Los siglos enteros de un reino que celebrara sus victorias fueron enrollados como billetes de banco y alineados unos junto a otros, bien apretados. No se tomó precaución alguna. El expolio fue rápido, brutal. No hubo ninguna explicación, ningún intento de justificación”, y en una revalorización de la historia interpretando el presente “las multinacionales que reinan en todos los países colonizados han tomado el relevo a los conquistadores”. 
    En un reportaje Vuillard dijo, en una elipsis que el presente es la continuidad en el futuro del pasado: “La historia de la colonización no ha terminado, se sigue escribiendo incesantemente. La ropa que llevamos, los objetos que nos rodean están producidos en países pobres con mano de obra mal pagada y gran parte de nuestros recursos naturales vienen de países pobres, donde son explotados por nuestras empresas”.

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    Gustavo Labriola
    Gustavo Labriola
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