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    La prevención del suicidio: entre la literatura y el psicoanálisis

    Goethe sufre el desengaño del amor no correspondido de Carlota Buff. A la depresión incluso con ideas de suicidio, sigue la escritura. Con el dolor aun en ciernes crea una obra. Nombra la ausencia, da palabras al dolor, porque parafraseando a Shakespeare, el dolor que no se dice gime en el corazón hasta que lo rompe. Hace el duelo dando el lugar a lo inexistente, esa idea de Macedonio Fernández, donde lo que no está habita una psique sin cuerpo.

    06 de diciembre de 2025 - 09:00
    La prevención del suicidio: entre la literatura y el psicoanálisis
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    La obra que crea para elaborar la tristeza, es una creación monumental, tanto que Napoleón la lleva en las batallas como su libro de cabecera. La novela se llama “Las penas del joven Werther”. Werther escribe cartas a Guillermo sobre su enamoramiento de Carlota, así, se llama el personaje, cada vez más intenso, cada vez más desesperado por el rechazo de la joven ya comprometida con Albert. Es un rechazo a medias con un coqueteo seductor que enloquece a Werther de esperanzas. Establece un triángulo tal que en algún momento Werther dice “alguno de los tres debe morir”, como forma de suprimir el sufrimiento cada vez más tortuoso. De ese modo se da el episodio más extraordinario y dramático, cuando manda a un criado a pedir a Albert revólveres para ir de caza. Carlota sabe que el destino de las armas es el suicidio, pero no puede intervenir sin delatar su participación en la tragedia. Así cargada de angustia, no dice nada. Werther finalmente, sumido en la melancolía, se quita la vida. La novela se publica y cientos de jóvenes románticos de toda Europa se suicidan como Werther. De ese modo, esas consecuencias de la identificación con el personaje, son llamadas efecto Werther, el efecto contagio de los suicidios. Por esa razón la obra fue prohibida en varios países. La confusión entre la ficción y la realidad provocó que muchos lectores enviaran cartas hostiles a los verdaderos Carlota y Albert. De ese modo Goethe sació también su venganza del amor no correspondido.  La melancolía, explicará Freud, es el efecto de la pérdida de un amor idealizado, al que en lugar de un duelo hay una identificación con el objeto perdido. El yo se tortura a sí mismo como si fuera un objeto, impide la tramitación de la pérdida y lo arroja al riesgo de la autoeliminación. Esto sucede ante todas las pérdidas traumáticas que pueden desarrollar depresiones melancólicas. La muerte de un ser querido, la pérdida de la autoestima, las frustraciones, los abusos sexuales, la violencia, la pérdida del trabajo, etc. pueden dar lugar al duelo o a la melancolía. El suicidio, de todos modos, se puede prevenir porque en la mayoría de los casos no es un acto impulsivo, brusco y sorpresivo, sino la acción final de un proceso, de una historia que exhibe manifestaciones de alerta, señales, advertencias, que identificadas permiten una intervención que abra las vías alternativas para procesar el dolor insoportable que está en su base. Al modo en que lo consiguió Goethe de modo personal, con su talento literario. El arte es una vía maravillosa para transformar el sufrimiento en vida y creatividad. No es otro su impulso, como lo dijo Artaud: “No hay nadie que jamás haya escrito, pintado, dibujado, esculpido, modelado, a no ser para salir del infierno”. Algunos poetas no lo han logrado. Es el caso de Alfonsina Storni que, dicho sea de paso, reveló abrumadoramente en su obra, sus intenciones suicidas. Si hablamos de signos para la detección y prevención, Alfonsina escribió ni más ni menos que 18 poemas premonitorios. La manifestación verbal de las ideas suicidas, las cartas, los escritos, las sugerencias en redes sociales o  estados de Wasap, las autolesiones, las adicciones, el incremento del consumo de alcohol o de drogas, son los signos principales, junto a otros indicadores del derrumbe: el odio hacia sí mismo, el insomnio o la hipersomnia, la pérdida del apetito o la compulsión alimentaria, el descuido del aspecto o higiene, la disminución del rendimiento escolar o laboral, etc. Alfonsina es, junto a Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones, iconos de la epidemia de suicidios de la década del 30, la década infame, la que más altas tasas de suicidio proporcionó en la historia argentina. La década de la violencia política, la corrupción moral, la miseria económica, el desempleo y la prostitución como forma de subsistencia para las mujeres pobres. Es decir, un mundo que era sordo y mudo, indiferente al sufrimiento del otro, de la destrucción de los lazos de amor y solidaridad, como muy bien lo expresan los artistas de la época, en este caso Enrique Santos Discépolo, con Yira Yira y todos los tangos de esos años. El artista refleja aquí un concepto fundamental,  que el suicidio no es solo un acto meramente individual, una decisión íntima de una conciencia atormentada, sino que, es multidimensinal, es decir que, en sus determinaciones opera otros órdenes de la realidad humana, la angustia económica, la crisis social, la degradación ética y cultural, la violencia política, la explotación laboral y la desocupación, el desempleo, son los ámbitos de la vida que inciden en la producción de sufrimiento humano. El área del trabajo como lo mencionó Miguel Orellano en su libro “Trabajo desocupación y suicidio”, es particularmente determinante de la angustia y la depresión del desocupado que siente que es su culpa no cumplir con los mandatos sociales y se castiga a veces hasta el auto-flagelo por el fracaso y la frustración que lo borra como sujeto. Es Juan Gelman que refleja que, en nuestro país, el sufrimiento del trabajador, es un “viejo asunto”. “El suicidio es multicausal, todas las circunstancias derivadas de la violencia inciden en su causación: la violencia familiar y de género, el maltrato infantil, el desprecio, la indiferencia, la crueldad, el bullying, la soledad, el desamor, las pérdidas traumáticas. El suicidio se puede prevenir si la comunidad se orienta al cuidado de los semejantes, si puede construir salud mental, que según Freud es la capacidad de amar y trabajar, para reconstruir lazos que potencien la pulsión de vida, la creación y la empatía. Amar y trabajar es lo que tanto el psicoanálisis, como la literatura proponen a través de la palabra, de la apuesta a la transformación de lo siniestro en maravilloso. Este martes 9 de diciembre a las 20, en la biblioteca Julio Serebrinsky, Urquiza 751, los invitamos a todos, de manera abierta y gratuita, a un encuentro organizado por “Lazos en red” para conversar sobre estos tópicos, para analizar la prevención del suicidio entre la literatura y el psicoanálisis, los esperamos.
     

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    AUTOR
    Sergio Brodsky
    Sergio Brodsky
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