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    La Perrera. El universo en una villa

    Entre Páginas y Pantallas

    04 de octubre de 2025 - 19:30
    La Perrera. El universo en una villa
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    El lugar de nacimiento y el de residencia, generalmente, condicionan. No solo en cuanto a la posibilidad de vinculación, desarrollo y futuro. También las relaciones humanas. Todo ello deriva en ubicar socialmente a la persona. Sobre todo, si se suman los prejuicios sociales. 
    Entonces, nacer y vivir en una favela, un cantegril, una callampa o una villa de emergencia en Latinoamérica es un condicionante. Se presume que sus habitantes son marginales. Por ello, se ve con extrañeza cuando algún artista emerge de esos barrios. 
    Así, sorprendió César González con sus películas y sus libros. “La venganza del cordero atado” lo presentó en sociedad; con “El fetichismo de la marginalidad” exteriorizó su posición frente a las opiniones frecuentes respecto a la vida en los márgenes; “El niño resentido” y recientemente “Rengo yeta” emergen como autobiografías.
    Gustavo Barco nació en 1971 y vivió su infancia y juventud en la villa 12, ex villa Piolín, en el límite de los barrios de Nueva Pompeya y Soldati, cercano a las vías del tren Belgrano, en lo que se conoce como Barrio Charrúa (por la calle que cruza el barrio) en el suroeste de la ciudad de Buenos Aires. El barrio, desmerecido con el nombre de villa, fue donde se asentaron muchos inmigrantes, principalmente, de origen boliviano y paraguayos. La casa donde residió Barco era identificada con el número 98. Durante algunos años, su familia esperaba el desalojo inminente. “El miedo más grande era que un día llegaran las topadoras a tirar nuestras casas abajo. Hasta vimos en la tele que en la villa de Retiro los militares habían rajado a todos, decían que era para el Mundial, que íbamos a salir campeones”, recuerda de sus años infantiles Barco.
    Si bien no llegaron las topadoras, pero dos incendios devoraron las casillas de madera, cartón y nilón. Uno de ellos, provocado por las chispas de una virulana que los chicos usaban para la nochebuena, está relatado en “Fuegos de Navidad”, el primer cuento de “La perrera”, libro de Gustavo Barco. En el mismo, narra cómo, en medio del incendio, se conocieron sus padres.
    El libro, escrito con especial sentimiento autobiográfico, “con imágenes poéticas, (con) una ternura que nunca cede al sentimentalismo y una potencia que sacude”, como dice la contratapa, es un reflejo del barrio, de la conjunción e integración de las nacionalidades de sus integrantes, del mantenimiento de los idiomas y las costumbres, de la fortaleza de seres que se levantan para trabajar y retornan de sus trabajos pesados de noche, de la protección mutua entre todos, de las fatalidades muchas veces tentadas, de la marginalidad que, en ocasión, desemboca en la droga.
    También en el primer cuento, Gustavo cuenta de la reconstrucción del barrio luego del incendio. El protagonista, con la fuerza que la voluntad le imprime al deseo, afirma respecto a los habitantes del barrio qué como su padre, Don Américo, obrero de la construcción: “Si ellos levantaban de la nada los edificios más altos de Buenos Aires, ¿no iban a poder construir las casas para sus hijos?  Y lo hacían, a la vuelta del trabajo, los sábados, los domingos, los feriados. 
    El cuento que le da título al libro habla del temor tanto de Gusty (el propio autor) como de otros a la llegada de la perrera que, impiedosamente, entra al barrio para perseguir a los perros que están en los pasillos, sin importar que sean reclamados por Gusty o por algún otro vecino.
    En el libro hay mucha referencia musical y gastronómica. Por otra parte, algunos de los cuentos incursionan en un realismo mágico, con rayos paranormales, exorcismos, poderes y tormentas; otros son absolutamente reales, con su carga emotiva de las condiciones en que se viven en esos asentamientos. 
    En “Gerardo, el tahuichi” cuenta de la Academia Tahuichi Aguilera, equipo de futbol que representaba a la comunidad boliviana que, en el año 1980 logró en el estadio de Vélez Sarsfield el mundialito de clubes al derrotar a Independiente de Avellaneda, cuando no era frecuente los mundiales de jugadores juveniles.
    Escrito por Barco en sus tiempos libres de su trabajo nocturno en IBM, cuando no soñaba con publicar un libro; en otros cuentos, habla de Martha, su mamá con su estrictez y su exigencia que, “se partía el lomo” trabajando en el taller de costura en su casa. Cuenta de una conexión irregular eléctrica que se lleva a Celia por una plancha “maltrecha “, todavía conectada cuando se puso a baldear el patio. Y de Chang, el coreano que tiene su taller textil en su casa, en la villa, como era habitual en los años infantiles de Gustavo y que después de muerto vuelve a su casa a tomar la tradicional sopa de maní. Don Ponce, un veterano de la Guerra del Chaco con su cirrosis a cuesta en “Infierno verde”. Y Ceferino, bailando después de las muertes. Y así todo el barrio, como un universo.
    Barco es argentino, pero mantiene y rescata las costumbres andinas de sus padres, que habían recalado en Villa Piolín en la década del ´50. En un lastimoso matiz de época, recobra la actitud de ellos de no enseñarles el quechua que entre ellos hablaban para que sus hijos no sean discriminados en la sociedad por “bolitas” y “villeros”, o igualmente, por su condición de morochos y hablar quechua. 
    En el último cuento, rescata la condición de periodista (ha trabajado en La Nación y actualmente en Telenoche) y documentalista de Gustavo. Es sobre su padre. Américo (lo nombra) y su recorrido desde el Oruro natal hasta la ciudad de Buenos Aires. Lo hace con una mirada enternecedora y de absoluto respeto.
    Inicialmente, algunos cuentos fueron publicados en Mundo Villa y distribuido en los barrios populares. Ninguna Orilla, una editorial artesanal con ejemplares numerados y cosidos y serigrafía artesanal en las tapas sobre cartulina italiana y en la que ha publicado Sergio Chejfec y Luis Guzmán, entre otros hace unos años publicó la primera edición de “La perrera”. Recientemente, se ha conocido una nueva edición de Cía. Naviera Limitada.

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    Gustavo Labriola
    Gustavo Labriola
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