El aislamiento físico o mental es un elemento constitutivo del mundo moderno. Muchas personas intentan resolver de diversas maneras su propio sentido de incomunicación, el que disputa palmo a palmo con la excesiva información y con el paroxismo derivado de lo que se recibe sin medida ni organización.
Sin embargo, la fantasía que emana de las redes sociales oculta un cada vez más habitual encerramiento en sí mismo que, en determinadas personas, alcanza niveles de desagregación del sentido social que tiene la comunidad. No siempre ello se exterioriza en situaciones radicales, violentas y agresivas (que las hay y muchas), sin embargo, es más corriente ver personas que transitan un confinamiento personal.
En “A veces pienso en desaparecer” (2023) película de Rachel Lambert, Fran (Daisy Ridley) es una joven de alrededor de treinta años, solitaria, tímida, introvertida, en cierta forma reprimida; empleada administrativa en una triste oficina de una empresa portuaria en la pequeña ciudad costera de Astoria, estado de Oregón al noroeste de Estados Unidos, a orillas del Océano Pacífico.
Sus días transcurren desde su casa al trabajo. En éste, en las rutinarias, monótonas y aburridas horas laborales, mayormente se concentra en su pequeño lugar, frente a una computadora. Y luego del trabajo a su casa. Así, todos los días en, a primera vista, una vida insustancial.
Fran, en algunas distracciones, tanto en su trabajo como en su casa o, incluso, en cualquier lugar, divaga en imágenes (colgada de una grúa, calentado su comida, atacada por serpientes, en una playa vacía o cubierta de insectos en un bosque) que coquetean con tendencias suicidas, las que suponen menos una intención que una exploración, en una especie ontológica de no ser, siendo, en esa fantasía de hurgar con ver que sucede con uno cuando ya no está.
En cierta forma es una reflexión más vinculada con la individualidad que con el individualismo. Una individualidad a la que Fran se aferra y que no se percibe como frustración ni como desesperanza. Ella se siente más cómoda en su soledad que en la perspectiva expectante de una vinculación con otra persona.
En su rutinario lugar de trabajo se mantiene en silencio, concentrada en planillas de cálculo. Cuando es invitada a un festejo absolutamente modesto, banal y desteñido por la jubilación de una de sus compañeras, participa, pero se mantiene distante. Incluso en algunas escenas grupales es manifiesta su ajenidad más que incomodidad, su deseo de permanecer imperceptible.
El ingreso de Robert (Dave Merheje), el reemplazo de la empleada que se retira, un simpático, bromista, mundano y amante del cine, genera en Fran un interés especial. De forma tal que comienza una relación a partir de una invitación al cine y posterior cena. En ese vínculo, inicialmente, se muestra tan apartada como se podría inferir de alguien misántropo tal como supone el carácter de Fran, pero luego se genera una interrelación entre estos dos seres con características diversas sin que la protagonista modifique sustancialmente su aislamiento.
La relación entre ambos (en cierta medida, caracteres opuestos) se desarrolla en un medio tono, infrecuente en tramas adyacentes a lo sentimental, por su escaso romanticismo y que por efecto traslativo tiene mucho del cine de Jim Jarmusch. Pero en el tratamiento, se dice mucho, no solo de la dificultad para las relaciones humanas, sino también sobre el engaño, la integridad de la persona y la levedad del futuro.
La película tiene su origen, indisimulable, en una obra de teatro, “Killers” (2014) de Kevin Armento. En 2019, Stefanie Abel Horowitz dirigió un corto con el mismo título que la película “A veces pienso en desaparecer” a partir de la obra de teatro mencionada con un guion escrito por la directora, Armento y Katy Wright Mead, quien actúa en el corto en el papel de Fran. En la película de Lambert, los mencionados (Armento, Horowitz y Wright Mead) son los autores del guion.
Si bien, como se ha dicho, la película está basada en una obra de teatro de 2014, las características peculiares y aislacionistas de la pandemia del Covid-19 (época en la cual se filmó) se encarnan en el personaje y en su introspección permanente. La película dice mucho sobre estos tiempos de sociabilidad muchas veces impuesta (sobre todo en ámbitos laborales), necesidad de pertenencia disputando con una desesperada búsqueda de retraimiento, en una ambivalencia que explota lo excéntrico y el anonimato que da la soledad. Como realización, la directora logra transmitir con fidelidad la cotidianeidad de la oficina, con diálogos que muchas veces permanecen en el fondo de la escena integrado a un retrato de seres de ciudades pequeñas, en un Estados Unidos profundo y, en cierta forma, abandonado. La película es minimalista, con una fotografía, encuadre y manejo de las situaciones, logradas.
La composición de Daisy Ridley – Rey Palpitane en la trilogía secuela de “Star Wars”- es admirable. Sus miradas fijas, sus silencios, sus expresiones agudas y sus escuetas sonrisas componen un personaje que, sin esfuerzo, convence en trasmitir una sensación ambigua y, en cierta manera, melancólica en su encierro personal.
Rachel Lambert, la directora de la película es norteamericana y se dedica también a diseñar vestuario para teatro. Como directora de cine había realizado en 2016 “In the radiant city”, sobre un drama familiar y en 2021 “I can feel you walking”, películas que no se han estrenado en Argentina.
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