El despertar de la primavera
“Despertar de primavera” es una obra teatral escrita por Frank Wedekind en 1891, tan transgresora de la época que ninguna editorial aceptó publicarla.
Fue el mismo Wedekind quien lo hizo, con sus propios recursos. Es que pasados más de 120 años sigue vigente porque esa “tragedia infantil” (ese es el subtítulo de la obra) que es el tránsito por la adolescencia, continúa siendo traumática, sobre todo con una sociedad adulta que más que acompañarla, la abandona y desampara. Es tal vez por eso que la mayoría de los dramas e interrogantes planteados por Wedekind, la represión de la sexualidad, el abuso sexual intrafamiliar, la desigualdad de género, la masturbación, la discriminación de la diversidad sexual, la violencia familiar, las angustias juveniles, el suicidio, el aborto clandestino y la profunda desestimación de los sentimientos y las necesidades de los jóvenes, aparezcan planteados en el debate de ayer y de hoy. Es la represión de la sexualidad por parte de las instituciones sociales, la Familia y la escuela, como forma de control del deseo, de las potencias transformadoras de los jóvenes, por parte de una sociedad pacata y puritana, tomado por los valores de la burguesía, tramada por la cultura de las apariencias, de la hipocresía la que reniega con virulencia de los enigmas y descubrimientos puberales y los convierte en esa singular tragedia. Es el modo en que la sociedad adulta y sus autoridades, padres, profesores, médicos, religiosos etc. encarnan la opresión de los adolescentes, el que los deja solos con sus desgarros y desasosiegos, estragados por angustias indecibles y sus consecuencias notables: el suicidio de Mauricio, la culpabilización de Melchor y su destierro en un orfanato, la indefensión absoluta de Ilse, abusada sexualmente por su padre, el aborto clandestino inconsulto de Wendla y su muerte, entre otras calamidades de la que los adultos desligan responsabilidades, depositándolas en los propios jóvenes, sus víctimas y chivos expiatorios. Este desamparo y esta soledad a la que el mundo adulto conmina a los muchachitos también hoy, esta misma honda incomprensión de sus necesidades, es uno de los múltiples factores que los arroja a la expresión de los síntomas actuales, las adicciones, las autolesiones, el delito, las depresiones y el suicidio. El chico de 16 años que se quitó la vida consultando a la inteligencia artificial con quien “intercambiaba” 650 mensajes por día, es un símbolo de época, de la soledad, de la incomunicación, de un universo que cada vez más, como dijo Gabriela Dueñas, manifiesta un mundo de soledades híper -comunicadas. Una época en el que la tecnología y los celulares empobrecen cada vez más una subjetividad entrampada en las pantallas en detrimento del diálogo, de la inteligencia, de la imaginación creadora, de lo lúdico como tramitación de las tensiones psíquicas, de elaboración de lo traumático y no de respuesta pasiva e hipnótica a una serie de estímulos impuestos por la pantalla. Ya las formas brutales de represión de la sexualidad, como expresión del control de las subjetividades, del cuerpo y del deseo por parte del Poder, tal como lo advertía Foucault (“Historia de la Sexualidad”), parecen no tan decisivas, aunque dé cuenta de ellas el destino medieval de la ESI, sino que parece alcanzar con el tik tok y el alelamiento que llega al punto de confundir la libertad con la alienación. Eso pasa, aun, cada vez menos creo, con muchos jóvenes que, por ejemplo, estudiando en la Universidad pública adhieren sin fisuras, a políticas y gobiernos que la destruyen, sin siquiera poder percibir la contradicción. Victimas ellos de un sistema que necesita de ese apoyo que, paradójicamente, los excluye, a partir de un modelo económico que apuesta sin ambages a la timba financiera, arruinando el mundo de la producción y el trabajo, dejando a su paso un tendal de ludópatas virtuales pubescentes, y un ejército de desocupados. Despojando a esos mismos jóvenes de la elaboración de un proyecto de futuro, un horizonte de realización personal y colectiva, al in-fertilizar las dos vías clásicas de su concreción: el trabajo y el estudio. Este modelo deja a los jóvenes un mundo de precarización laboral, de explotación laboral, de condiciones indignas de trabajo y de imposibilidad de estudiar en las universidades como sinónimo de ascenso social y horizonte de vida. Es por ese motivo que el rechazo del veto a la ley de financiamiento de las universidades, fruto de la lucha del pueblo en las calles, constituyó el miércoles pasado un paso decisivo, un eventual despertar de la conciencia social, un despertar de la primavera como signo del renacimiento de la esperanza, del florecimiento de la fe para los jóvenes de crear un mundo más igualitario y justo, en el momento en que recordamos la tragedia adolescente de la “noche de los lápices, en el que festejan su día y en la hora en que celebran el resurgir y reverdecer de la primavera.
Para comentar, debés estar registradoPor favor, iniciá sesión