De poetas y de locos
En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, un hombre pintoresco enloqueció de tanto leer novelas de caballería y salió por el mundo a curar sus maldades e injusticias, peleando con molinos de viento si para eso fuera necesario. Taciturno y final recuperó su deslucida cordura, el juicio que ya tiene, dijo,” libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballería. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma….” (“Don Quijote de la Mancha” Cervantes).
¡Cuánta tristeza da esta capitulación sobre la ajada y deslucida cordura de nuestro héroe!, cuanto el dolor del abandono de los sueños nobles cuando recupera una atroz cordura que lo acomoda a una ruin razón que todo lo tolera y justifica todas las vilezas. Tan así que dijo de él el poeta:
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
-rojo de herrumbre y pardo de ceniza-
Hay un sueño de lirio en lontananza
Huye de la ciudad ¡El tedio urbano!
¡Carne triste y espíritu villano!
No fue por una trágica amargura
Esta alma desgajada y rota;
Purga un pecado ajeno, la cordura
La terrible cordura del idiota”
“El loco” Antonio Machado
Pero como “la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin que nadie lo mate, ni otras manos que le acaben que las de la melancolía”, su espíritu tierno, cabal e idealista, renace cada tanto en hombres a los que se les da por el mismo delirio de crear un Hombre nuevo, hombres extraños y poco razonables a los que les duele el dolor de los hombres, sus miserias e injusticias y montan en sus enclenques rocinantes, decididos a cambiar el Mundo, a poblarlo de ternura y primaveras. Uno de ellos tomó una moto, y recorrió en las minas, en las plantaciones, en las fábricas y los leprosorios, los abusos y la explotación del hombre por el hombre, y en la selva aterradora y húmeda cargó remedios y un fusil en su cuerpo y en su alma para combatir todas esas iniquidades. Encontró, después de su vuelo insuperable por los cielos del coraje y la coherencia, la muerte previsible en una escuelita, acribillado hermoso, Cristo y luminoso, por las cobardes balas del Imperio, un 9 de octubre de 1967. Dijo el poeta del trágico episodio:
Dicen que te quemaron
Con qué fuego van a quemar las buenas
Las buenas nuevas
La irascible ternura que trajiste y llevaste
Con tu tos, con tu barro…
Donde estés si es que estas, si estás llegando
Será una pena que no exista Dios…
Pero habrá otros, claro que habrá otros
Dignos de recibirte
Comandante
Mario Benedetti “Así estamos consternados, rabiosos” fragmento
Todo volvió a una tranquila y aterradora normalidad, a la espeluznante miseria cotidiana, a los hábitos de la opresión y la Tiranía, de las sanas arbitrariedades, de las sensatas justificaciones del oprobio. En Latinoamérica especialmente surgieron razonables asesinos que cuidaron ese orden de los inquietantes Caballeros que quisieron de nuevo tomar las lanzas. Así los jóvenes de los 70, avivaron sus corazones del deseo de un mundo humano y fueron torturados por ideas tan extrañas e idealistas. Muertos, desaparecidos. Y los dueños de las Vidas y las Muertes sintieron un tenebroso Poder, un diabólico, omnipotente Poder de destruir tal, que vivieron con sorpresa esas rondas de pañuelos blancos, los jueves de la vida, invencibles y frágiles mujeres que los enfrentaban, los interpelaban y reclamaban Justicia por sus hijos. Y entonces las llamaron “Locas”, las locas de la Plaza. Y dijo el poeta de ellas: “Sigamos siendo locos, Madre y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera Patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo” (Julio Cortázar: “Nuevo elogio de la locura”).
Ayer fue el día Mundial de la salud mental que nos obliga a reflexionar sobre la razón y la locura, sobre el martirio de estos “Locos heroicos”, pero también de aquellos que sufrieron los tormentos del encierro, el abandono, los tratamientos injuriosos y violentos, y el aislamiento, manicomios y desamor. Y a honrar la locura heroica de los primeros, cuyo delirio era el sueño de un mundo mejor, por el que pusieron el cuerpo y la vida, evitando darles ese nombre a los crueles cobardes del hoy, que los llaman locos cuando son canallas, sádicos de las motosierra que apalean abuelos y niños, de pobres y miserables. Repudiemos la aterradora normalidad de esta atroz cordura, sigamos firmes y esperanzados, los ideales y el camino trazado por los grandes Quijotes de la humanidad, como el Che, como las Madres, como las Abuelas.
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