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    April: entre el deseo femenino y la sujeción moral

    Entre páginas y pantallas

    13 de septiembre de 2025 - 17:30
    April: entre el deseo femenino y la sujeción moral
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    Nina es una mujer de poco más de cuarenta años, ginecóloga obstetra de prestigio que ejerce su profesión en un hospital de un pueblo de Georgia. A su vez, en un intento de acercar soluciones a mujeres, sobre todo, de áreas rurales, las visita promoviendo el uso de pastillas anticonceptivas o en casos, la interrupción del embarazo que, en ese país, en ciertas condiciones, está legalizado.
    Al comienzo de “April” (2024), film de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili, Nina debe atender un parto de una mujer que llegó a esa instancia sin controles previos y cuyo hijo, a poco de nacer, fallece. Por esa circunstancia, Nina se ve involucrada en una investigación de supuesta mala praxis impulsada por el padre de la criatura, quién la insulta y saliva reprochándole su vinculación con la realización de abortos, actitud que, según él, habría motivado su desinterés en atender a su mujer. Dos colegas de Nina procuran defender, prioritariamente, la reputación del hospital por encima de su protección.
    Georgia es un país independiente desde 1991 a la vera del Mar Negro, al norte de Armenia y Azerbaiyán, en el límite entre Europa y Asia. Un país con mayoría de cristianos ortodoxos y mantiene características conservadoras. Si bien está permitido la interrupción del embarazo hasta las 12 semanas de gestación, desde el 2013 cuando el partido Sueño Georgiano accedió al poder, se ha llevado adelante una política más conservadora. Hay restricciones económicas y sociales que, dificultan ejercer esa opción por parte de mujeres de escasos recursos, por mayores costos y trabas burocráticas. 
    Incluso, como afirma la directora en un reportaje “el gobierno georgiano cambia la legislación cada día y la situación empeora”. Se ha agravado a partir de las elecciones parlamentarias del 2024, con restricción a la financiación extranjera de organizaciones no gubernamentales que proporcionaban instrucción y educación sanitaria a los sectores trabajadores. 
    Cuenta la directora que “en la ciudad donde rodamos la película, no había ni una sola pastilla disponible, ni en las clínicas ni en las farmacias”. Por otra parte, las mujeres se encuentran sometidas a los designios de los hombres, de forma tal que es mal visto un embarazo fuera del matrimonio. 
    La falta de controles durante el embarazo, como el caso de la mujer de la escena inicial es muy frecuente porque no se declaran los embarazos y las mujeres son presionadas a casarse y a procrear a una edad temprana. Alrededor del 14% de las niñas georgianas se casan antes de los 18 años, según el Fondo de Población de Naciones Unidas. Las mujeres temen represalias de sus maridos si optaran por interrumpir el embarazo o tomar pastillas. El cuerpo de la mujer debe estar a merced del hombre. En la película, Nina debe vencer el miedo y el resquemor de una joven que concurre a su consultorio y le estremece reconocer que no está lista para la maternidad y entregarle los anticonceptivos recomendándole que los mantenga ocultos para no soportar la hostilidad de su pareja. 
    En cierta forma, durante todo el desarrollo de la trama, se hace foco en la situación de la mujer, su falta de posibilidad de decidir, de ejercer la voluntad del consentimiento, sea para casarse o para tener o no un hijo. Nina, en un momento, incluso pregunta: ¿No tiene derecho a ser madre?, lógicamente como una derivación de una decisión personal, de la misma forma que, en una escena de fuerte implicancia, hablando con su colega médico en el hospital y ante la muerte del recién nacido, afirma respecto a la madre, “se veía en paz”, estableciendo una incógnita respecto a la verdadera voluntad de ésta de tener un hijo. Esa “incorrección” política es observada por David, su colega que le recomienda no repetir esa frase nunca más. David, que ocho años atrás había sido su pareja, también, imbuido en su creencia de ayudarla, le advierte dejar de hacer abortos, “nadie te lo agradecerá, ni nadie te defenderá”. Y en otra escena, fiel a la costumbre patriarcal, le sugiere tener un hijo.
    Hay tres escenas de notable realismo. El parto normal (real) del inicio, la cesárea (real) del final y la del aborto. Las dos primeras generan un notable impacto y la otra, si bien no es real, el dramatismo que evidencia la tiñe de singular crudeza. A tal efecto y dejando en claro cuál era su objetivo al realizar esa escena, Kulumbegashvili dice “no importa por qué alguien se somete a un aborto, sigue siendo muy violento hacia nuestros cuerpos. Quería, de alguna manera, transmitir esa sensación de dolor”.
    Es también un acercamiento al deseo femenino. En las escenas en que Nina busca relacionarse en forma casual y tener sexo con desconocidos. Una manera de mostrar a la mujer con todos sus sentidos y con la posibilidad de decidir independientemente. Es una película moral en la combinación entre la sujeción que impone una sociedad sometida a preceptos conservadores y la acción de Nina en función de intentar una mejor calidad de vida a las mujeres.
    La presencia de una criatura semihumana con reminiscencias de Francis Bacon (la directora ha confesado que se ha inspirado en el pintor irlandés) en algunas escenas conforman una expresión del interior contundido de Nina. Encontrarse atrapada en un cuerpo y querer distanciarse del mismo. 
    La directora georgiana logra una película de una belleza impar. La complementación entre la naturaleza exultante de los campos de canola o un lago al borde de unas montañas en el mes de abril (primavera en el hemisferio norte) con las escenas de los partos y el aborto permiten compatibilizar la concurrencia de la vida en su confusa interrelación de belleza y tragedia.
    La actuación de Ia Sukhitashvili como Nina, una actriz de trayectoria en el teatro georgiano, es notable. Su silencio y su rostro transmiten su conflicto interior. La fotografía y el extraordinario uso del encuadre, largas escenas con cámara fija y algunas fuera de campo, son cuidadas y logradas y permiten la delectación morosa, acorde con la reflexión necesaria del espectador, a la vez que generan cierta tensión y expectativa inquietante. El escaso, pero (nunca mejor dicho) quirúrgico guion permite la precisa concentración dramática. Kulumbegashvili configura un lenguaje cinematográfico muy personal, singular y de significativo prestigio.
    La película ganó el premio de mejor film en el Festival de Cine de San Sebastián y su directora el premio especial del Jurado del Festival de Cine de Venecia, entre otros premios.
    Dea Kulumbegashvili había dirigido en 2020 su primer largometraje, “Beginning”, sobre una comunidad de testigos de Jehová que, al inicio, se encuentra sometido a un ataque violento de ortodoxos cristianos. Aparece una cruda exteriorización de actitudes morales. El predicador ejerce violencia verbal en sus sermones y castiga a unos niños que no participan de una celebración por jugar al futbol. La relación de Yana, la esposa del predicador, también interpretada por Ia Sukhitashvili, con éste se va desmoronando, cuando ella intenta despegarse de la presión machista. Se suma más violencia en la violación de un supuesto detective que dice investigar el ataque perpetrado en el templo y por el rechazo que Yana siente de su esposo cuando le cuenta lo sucedido con el detective. Otro hecho posterior acrecienta la violencia implícita, la acritud de la trama y la sutileza vibrante que utiliza Kulumbegashvili en el film.
    También la directora utiliza la naturaleza en largas escenas de especial estética. Su cine se acerca al de Carlos Reygadas, el director mexicano de “Japón” (2002) y “Luz silenciosa” (2007), que a su vez es el productor de la película. Tanto ésta como “April” se rodaron en Lagodekhi, al este de Georgia, un pequeño pueblo de cerca de seis mil habitantes, al pie de las montañas del Cáucaso, cerca de la frontera con Azerbaiyán.
    “Beginnig” generó tal repercusión que la película fue convocada a la Sección Oficial del Festival de Cannes y en la 68° edición del Festival de San Sebastián obtuvo el Premio a la Mejor Película, Mejor Directora, Mejor Guion y Mejor Actriz y fue seleccionada para representar a Georgia en la elección de la Mejor Película Internacional en el Óscar, entre otros galardones. La trascendencia de la película generó que Luca Guadagnino, presidente de la edición del Festival de San Sebastián se interesara por la directora, convirtiéndose en uno de los productores de “April”.

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    Gustavo Labriola
    Gustavo Labriola
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