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    Ante el fin. Disquisiciones sobre la historia y la muerte

    ENTRE PÁGINAS Y PANTALLAS

    29 de junio de 2025 - 01:00
    Ante el fin. Disquisiciones sobre la historia y la muerte
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    La muerte es uno de los dos misterios más inescrutable a la mente humana. (El otro, obviamente, es la vida). Ha interesado y perturbado a numerosos artistas a lo largo de los siglos. El misterio en sí se acrecienta en la medida de la cercanía probable o esperable de su ocurrencia para el propio artista. En la literatura ha generado crónicas, ensayos, experiencias reales o paranormales que, en muchos casos, han evolucionado en expresiones ambivalentes, alegatos, desgarros, odas laudatorias y exploraciones filosóficas, religiosas, científicas y metafísicas. 
    Martin Caparrós, periodista y escritor, nacido en Buenos Aires en 1957, hace unos pocos años fue diagnosticado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad neurodegenerativa progresiva que no tiene cura y paulatinamente va atacando a los músculos, debilitando por lo tanto a todo el cuerpo. Esa enfermedad también había afectado a, entre otros, a los escritores Ricardo Piglia y Roberto Fontanarrosa.  
    Tal situación hizo que Caparrós escribiera sus memorias en “Antes que nada” (nombre que evidencia un sugestivo juego de inducción), voluminoso libro publicado hace poco tiempo y en el cual aborda su enfermedad en capítulos breves pero intensos con la clarividencia que le imprime la constatación evidente de su deterioro; además, en los otros capítulos, más extensos y ordenados cronológicamente, hace un repaso intenso, minucioso y genuino de su vida en consonancia con la vida social, política y cultural de la Argentina (sobre todo) de los últimos sesenta años. 
    Caparrós no es imparcial ni profesa la humildad. Por el contrario, siempre ha tomado partido. Ha fijado posición política (no siempre necesariamente partidista) sin escudarse en la, cada vez menos demostrable, objetividad prescindente que esgrimen ciertos escribas. Es posible constatar en muchos párrafos del libro una egolatría que no solo es indisimulable sino también es una señal personal, sin escudarse jamás en una falsa modestia que, en él, sería inaudita.  
    A lo largo de los consistentes capítulos, Caparrós recuerda a su padre, Antonio (como su segundo nombre y como el de su abuelo, quien estuviera preso en las cárceles franquistas en la Guerra Civil), español y médico psiquiatra, activo militante de la izquierda que le posibilitó conocer a Caparrós, siendo niño, a Fidel Castro en La Habana y a Juan Domingo Perón, en su residencia madrileña de Puerta de Hierro, donde Lopecito (el inefable López Rega) le sirvió café con leche. Su madre, Martha Rosenberg, judía (por ello, Caparrós se considera de origen judío, a la vez que ateo), una de las mujeres que más bregó por mucho tiempo por la legalización de la interrupción del embarazo en Argentina y cuyos antepasados fueron asesinados en las cámaras de gas de Treblinka, el campo de exterminio ubicado en un bosque al noreste de Varsovia, Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial. Su ascendencia, entonces, le hace afirmar que es “un judío andaluz”. 
    En su infancia, cuando era “Mopi” (seudónimo familiar) la lectura había sido frenética, “leía durante las comidas familiares (…) leía cuando me encerraba en el baño para que nadie me impidiera leer. Leía cuando se apagaban las luces de mi cuarto, a las 10 de la noche, con una linterna bajo la frazada. Leía, leía, leía -o por lo menos- así lo recuerdo”. Esa práctica, menciona, le permitió interesarse luego por escribir. Su maestra jardinera, al comienzo de su educación fue una chica de 20 años, Norma Arrostito, en su momento fundadora de Montoneros y asesinada en la Esma.  En el Colegio Nacional Buenos Aires Caparrós hizo su secundaria, participando del centro de estudiantes.  
    Está en el libro también su participación, muy joven, en un grupo que luego estuvo vinculado con las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y del cual se alejó por diferencias con la conducción. Su partida en barco a España en enero de 1976, para luego permanecer en Europa, alternando Paris con Madrid y en la casa segoviana en Valsaín, en la sierra de Guadarrama a 50 kms. de la capital española.  
    Caparrós, ha confesado que no había pensado escribir sus memorias, “me parece una actitud un poco presuntuosa, porqué qué le va a interesar mi vida a otra persona” -ha afirmado-. No obstante, en el libro lo hace con un entusiasmado interés en mutar la desazón de una enfermedad progresivamente letal e incurable en mostrarse como ha sido y es al natural, con sus amores y rencores, compromisos y cortapisas, aciertos y deslices. Tal vez, consiguiendo también, al revisar su vida, alguna aproximación a quien había sido en todos estos años. 
    Por tal razón, en el libro habla de sus mujeres: la francesa Patriciá;  Fernanda que quedó en España; Deborah, hija del poeta y librero Héctor Yanover y madre de su hijo Juan (y también llamado Antonio); Erna, una colombiana con la cual gozó de una estancia bien remunerada por Editorial Perfil en Nueva York; la escritora también colombiana Margarita Gómez Robayo y con la estuvo viviendo algún tiempo en Cartagena, otro en Olivos y otro en el Tigre ; Marta -su actual mujer- y otros amores y/o encuentros a quienes identifica con iniciales (en algunos casos) para mantener cierto anonimato, reserva o por alguna otra razón inconfesable. Un particular momento es el recuerdo de encuentros con Silvia Labayru, (la protagonista de “La llamada” de Leila Guerriero) en una de las tantas visitas de ésta a España, cuando los cancerberos le permitían salir temporariamente de la Esma. Además, algún conciliábulo con Joaquín Sabina, en la época que éste atraía a pocas decenas de tertulianos en bares de mala muerte y una promesa incumplida. Y las relaciones con sexo incluido con algunos hombres, literatos o no; tríos y otros divertimentos incluyendo algunas sustancias. 
    En la infancia, Caparrós adoptó a la lectura como un elemento constitutivo de su vida, derivando luego en la escritura. Su primera novela, “Ansay o los infortunios de la gloria” consiguió que se conozca luego de algunos intentos, convirtiéndose en uno de los primeros libros publicados por la editorial de Ada Korn, una de las mujeres de su padre. 
    A su militancia, Caparrós la refirió en su primer libro escrito (entre 1979 y 1981 en el exilio) pero publicado luego de “Ansay”, como cuenta en “Antes que nada”. Adquiere singular relevancia el relato de lo ocurrido el 17 de noviembre de 1972 en el retorno de Perón tras 17 años de proscripción y exilio y las manifestaciones que se realizaron. 
    En “Antes que nada”, entre tantos recuerdos evocados, con detalles precisos, gracias a su memoria extraordinaria, Caparrós narra su encuentro con Adolfo Bioy Casares. Y el programa de radio “Sueño de una noche de verano” que con Jorge Dorio revolucionó la medianoche en radio Belgrano que dirigía Daniel Divinsky (el propietario de Ediciones La Flor) en los tiempos de la restitución de la democracia. Cabe acotar que a la emisora por sus conductores y temáticas en los programas se la llamaba Radio Belgrado. También alude a un reportaje a Julio Cortázar, pocos días antes de la muerte de éste, iniciado en la librería Norte de Yanover y concluido en el departamento del titular de la librería, varias horas después. Su postergada y nunca concretada visita a su admirado Jorge Luis Borges. La experiencia como asistente de dirección de Pino Solanas en Francia. Su intervención como extra, en la película “Reds” de Warren Beatty. La entrevista a Leonard Bernstein en Israel. La vicisitud de la “Semana Santa” alfonsinista cuando estuvo en riesgo la democracia. Su encuentro con el dictador Videla, trotando en la Costanera Sur de Buenos Aires, éste gozando de libertad gracias a los indultos de Menem. Su oposición a los Kirchner y su desencanto con la Mesa del Hambre organizada por Alberto Fernández y fracasada, tal vez (entre otras cosas), por la pandemia. 
    Y asimismo su recorrido por los medios. Primero, Tiempo Argentino. Después con Jorge Lanata integrando “Página 12”, en los primeros años de la misma, creada -según cuenta Caparrós en el libro- a partir de “unos cientos de miles de dólares que les habían quedado a militantes del ERP de algún zafarrancho en los setenta”. Su alejamiento del diario al poco tiempo por “imposición” de Osvaldo Soriano, con quien no se llevaba bien. Un regreso posterior lo incluyó también en la redacción de “Página 30”, un mensuario que pertenecía al mismo grupo editorial. Cuenta, además, su participación en “El Porteño” y así los lugares en los que trabajó, tanto gráfico (entre ellos el malogrado diario “Crítica”), radio y televisión. 
    Los más de cuarenta libros publicados por Caparrós alternaron las novelas, con los ensayos (entre ellos, los reconocidos “El hambre” (2014) y “Ñámerica” (2021), con las crónicas (“La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina” (1998), escrito con Eduardo Anguita, “Extinción. Últimas imágenes del trabajo en Argentina” (2001) con el fotógrafo Dani Yako, “El interior” (2006) y uno sobre el club de sus amores, “Boquita” (2005). También participo en películas y recibió numerosos premios, entre los más reconocidos, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España por Crónicas de fin de siglo (1992), el Herralde de Novela por Los Living (2011), el Konex de Platino en “Crónicas y Testimonios” (2014) y en “Crónicas” (2024), el Ortega y Gasset a la trayectoria profesional (2022). 
    Retornando a “Antes que nada”, el libro, si bien, de más de 600 páginas y con letra apretada, es de lectura ágil y dinámica. Es más que útil para un ejercicio de reminiscencia de los sucesos que marcaron la vida de una generación que coqueteó con la muerte. Y en una especie de retruécano, Caparrós dice -apostando a disputar cual caballero cruzado de “El séptimo sello” la partida de ajedrez con la muerte, “creo que voy a estar vivo mientras pueda seguir escribiendo”. Y en una suerte de colofón en el final de su libro y en función del mismo, afirma “esto fue, de todas formas, una vida”.

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    Gustavo Labriola
    Gustavo Labriola
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