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    Entre el ajuste y la esperanza: Argentina en recesión: pasado, presente y ¿futuro?

    La economía argentina atraviesa en 2025 una profunda recesión. La contracción del consumo, la paralización de la obra pública, la caída de la actividad industrial y comercial, y el deterioro de los ingresos reales configuran un escenario de estanflación, con características particulares, pero ecos conocidos.

    31 de mayo de 2025 - 04:00
    Entre el ajuste y la esperanza: Argentina en recesión: pasado, presente y ¿futuro?
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    Esta nota busca analizar la naturaleza de la recesión actual, compararla con los principales episodios recesivos de la historia argentina y evaluar, desde una mirada técnica, las chances de recuperación en el marco del programa económico del presidente Javier Milei.

    La recesión actual: diagnóstico técnico

    Desde el cambio de gobierno en diciembre de 2023, el nuevo programa económico se sustentó en un fuerte ajuste fiscal, desregulación, apertura comercial, y una política monetaria extremadamente contractiva. El llamado “Plan Motosierra” implicó la virtual eliminación de transferencias discrecionales a provincias, la paralización de la obra pública nacional, la licuación del gasto previsional y la liberalización de precios y tarifas.

    Según el INDEC, el PBI cayó 1,7% interanual en el 2024 y las estimaciones privadas proyectan una caída interanual superior al 4% para el primer semestre de 2025. El consumo privado, principal componente del producto, se encuentra en su nivel más bajo desde 2002. La inversión también muestra cifras alarmantes: la construcción registra caídas interanuales superiores al 30%, reflejando el freno de la obra pública y la incertidumbre macroeconómica.
    La inflación, aunque en baja respecto de los picos de 2023, sigue siendo elevada en términos mensuales y la economía se encuentra atrapada en un escenario de precios en alza con fuerte caída de la demanda: una estanflación clásica.

    Recesiones históricas: patrones repetidos

    Para poner en perspectiva la crisis actual, es útil revisar algunos de los principales episodios recesivos de la historia argentina. A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, Argentina ha atravesado al menos una docena de recesiones severas, muchas de ellas asociadas a programas de estabilización abruptos o crisis financieras.
    1930–1933: la Gran Depresión mundial golpeó con fuerza a la economía argentina, muy dependiente de las exportaciones primarias. La caída del comercio internacional y la fuga de capitales precipitaron una fuerte contracción del producto. La respuesta fue un giro proteccionista y la aparición del Estado como actor económico.
    1975–1976 (Rodrigazo): la corrección violenta de precios relativos tras años de atraso cambiario y tarifas congeladas generó una inflación galopante, pérdida del poder adquisitivo y una caída brutal del PBI. El Rodrigazo anticipó un nuevo modelo: el del endeudamiento externo y la valorización financiera.
    1981–1982: tras la caída de la tablita cambiaria y el default de la deuda externa, la economía se contrajo más del 5% anual. La liberalización financiera sin control y la acumulación de deuda externa fueron detonantes centrales.
    1989–1990 (Hiperinflación): la pérdida total de confianza en el peso derivó en una hiperinflación que pulverizó ingresos y paralizó la economía. La caída del PBI fue menor en términos estadísticos, pero el daño social fue devastador.
    2001–2002 (Crisis de convertibilidad): probablemente el episodio más traumático. El colapso del régimen de tipo de cambio fijo, la cesación de pagos y la implosión del sistema bancario llevaron a una caída del PBI superior al 10%. La pobreza superó el 50% y el desempleo llegó al 25%.
    2018–2019 y 2020: el fracaso del acuerdo con el FMI durante el gobierno de Mauricio Macri y la pandemia durante la presidencia de Alberto Fernández provocaron dos años de recesión consecutiva. La fragilidad estructural, el endeudamiento externo y la escasa coordinación de políticas fueron factores clave.

    Similitudes y diferencias

    El patrón común en muchas recesiones argentinas ha sido el ajuste fiscal, la liberalización brusca de precios y mercados, y la falta de un ancla de expectativas creíble. También se repite la subordinación de la política productiva a objetivos nominales de corto plazo, sin considerar impactos distributivos ni efectos sobre la capacidad instalada.
    Sin embargo, la recesión actual presenta algunas particularidades:
    1) Ausencia de crisis de deuda o tipo de cambio: a diferencia de 1982 o 2001, esta recesión no fue provocada por un evento financiero externo o un colapso cambiario, sino por una decisión deliberada de ajuste interno.
    2) Respaldo político-institucional del ajuste: el gobierno actual promueve una transformación ideológica del rol del Estado. La recesión no es un daño colateral sino, en parte, un objetivo para reordenar incentivos y “purificar” la economía, según sus defensores.
    3) Alta velocidad del ajuste: la magnitud del recorte fiscal y monetario en tan corto tiempo no tiene precedentes en la historia reciente.

    ¿Salida o persistencia? Las chances del modelo Milei

    Las posibilidades de recuperación bajo este modelo dependen de varios factores. Desde la lógica ortodoxa, una vez alcanzado el superávit fiscal y domada la inflación, el mercado debería liberar fuerzas productivas, atraer inversiones y permitir un rebote económico.
    Este es el corazón de la apuesta mileísta: la estabilidad como condición suficiente para el crecimiento.
    Sin embargo, la evidencia histórica y la experiencia comparada muestran que los rebotes tras ajustes severos solo se sostienen si existen motores claros de expansión: crédito, inversión pública, salarios reales en recuperación o demanda externa vigorosa. Hoy, ninguno de esos motores parece activo.

    El superávit fiscal se ha conseguido a costa de licuar jubilaciones y salarios públicos, frenar la obra pública y reducir gastos esenciales. Esto genera una base social cada vez más frágil y riesgos de inestabilidad política, sobre todo en el interior del país.

    La apertura comercial en un contexto de atraso cambiario y depresión interna puede destruir más empleo que el que se genera. Y la inversión privada, si bien mejora en algunos sectores puntuales (energía, minería), no alcanza aún para traccionar al conjunto de la economía.
    Si bien el FMI prevé un crecimiento del 5,5% para este año, esa proyección se da contra un año base de fuerte caída y después de dos años consecutivos de retracción de la actividad económica. Es decir, incluso si se concretara ese crecimiento —algo que hoy parece difícil— no alcanzaría para hablar de una verdadera recuperación sostenida.

    En este contexto, la Argentina necesita al menos una década de crecimiento sostenido a una tasa del 5% anual para comenzar a recuperar el terreno perdido en términos de empleo, ingreso per cápita e inversión productiva.
    Desde 1983 Argentina ha vivido más tiempo en recesión que en expansión sostenida. Casi todos los gobiernos democráticos enfrentaron al menos una recesión profunda, lo que marca la persistencia de problemas estructurales no resueltos.

    En conclusión, la salida de la recesión con este modelo depende de un delicado equilibrio entre consistencia macroeconómica, sostén político e institucional, y capacidad del gobierno para generar confianza sin destruir el tejido productivo y social.
    La historia argentina muestra que los ajustes sin crecimiento no son sostenibles. Y que las recesiones, si no se encaran con una visión integral, pueden convertirse en trampas de estancamiento crónico.
     

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    Álvaro Sierra
    Álvaro Sierra

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