Una lección de solidaridad a través de unos zapatos encontrados
La historia fue contada por Cecilia a diario El Heraldo y tiene como protagonistas a sus hijas, Francisca y Elena.
Francisca, de 13 años, salió a andar en bicicleta por el Centro de Convenciones de Concordia cuando vio un par de mocasines tirados entre el pastizal. Eran zapatos pequeños, talle 31, casi sin uso, con cordones negros y plantilla ortopédica.
Al llegar a casa, se los mostró a su madre y enseguida pensó en su hermana menor, Elena, de 7 años. “Lo primero que hizo fue pensar en la hermana”, recuerda Cecilia.
La familia quiso encontrar al dueño original y por eso se volcó a las redes sociales: publicaron en distintos grupos de Facebook de la ciudad, pidieron que se compartiera el aviso e insistieron varios días. No subieron fotos porque pensaron que el verdadero dueño sabría reconocer el talle y las características. Fue una búsqueda intensa, pero nadie se contactó.
A pesar de los esfuerzos, los zapatos nunca fueron reclamados. Francisca se sintió un poco triste, preocupada por quien los había perdido. “Pobre”, repetía, imaginando que tal vez habían sido descartados tras un robo, como sospechaban en la familia. El hecho de que estuvieran entre el pastizal y no en la vereda los hacía pensar que alguien los había dejado allí intencionalmente.
Quizás aquellos mocasines habían pertenecido a un niño que los necesitaba para caminar mejor y, por alguna razón, terminaron abandonados en ese lugar. Tal vez se perdieron en medio de un robo, o tal vez alguien los descartó sin medir lo valiosos que podían ser para otro. El misterio nunca se resolvió, pero la duda quedó latiendo: detrás de esos zapatos había, seguramente, una historia de la que nunca se sabrá el final.
Finalmente, después de esperar y no obtener respuestas, decidieron donarlos. Como siempre, llevaron sus donaciones a la parroquia Nuestra Señora de Itatí.
Los mocasines se fueron tal como llegaron: con sus plantillas intactas, listos para alguien que realmente los necesitara.
Para Cecilia, esta experiencia fue también una lección de vida: enseñar a sus hijas que las cosas que no nos pertenecen deben devolverse y que ayudar al otro es un valor que se aprende con pequeños gestos cotidianos. De unos simples zapatos, surgió una gran lección de solidaridad y empatía.
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