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    El verdadero amor se ahogó en la sopa

    "El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina y el dinero Dios", decía Enrique Santos Discépolo en un tango maravilloso, "Quevachaché", uno de sus tangos fundamentales, de aquellos que retrataron la década del 30, la década infame, que llevó al paroxismo el desgarro, el dolor, la desesperanza y la pérdida de los ideales humanos, la desesperación, la soledad y la indiferencia del mundo, del hombre que sigue estando solo pero ya no espera.

    02 de diciembre de 2023 - 03:15
    El verdadero amor se ahogó en la sopa
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    El excepcional creador podía identificarse con esos tristes sentimientos que atravesaban a los desdichados habitantes de un mundo que comenzaba a sufrir los sacudones y la crueldad de un capitalismo de entreguerras, y darles un sentido poético, en algunos casos profundamente líricos y plasmarlo en conmovedoras composiciones. Así el tango, en su capacidad de "decir", con su trágica belleza, aquello que lo abrumaba, tenía una función catártica y terapéutica, pues situaba en un orden simbólico, del sentido y la emoción, lo real traumático de la angustia social. Cantarse un tanguito, era, seguramente, en ese momento, desahogar el alma, poniendo en palabras sufrimientos y tormentos, sobre todo de los miserables que no encontraban, un pecho fraterno para morir abrazado. Enrique se constituyó, en ese sentido, a través de dar significaciones profundas con sus creaciones, en una gran psicoanalista de los desposeídos, pobres y marginados de la tierra. Discepolín para componer estas canciones, sumaba, a su sensibilidad personal y social, su enorme capacidad para comprender, con una empatía sorprendente, el infortunio de los demás, hacerlos propios y transformarlos en obra de arte. Esta capacidad de ternura para la creación se prolongaba en una solidaridad social singular. En una ocasión le dio dinero a una ordenanza del teatro, porque ésta, le transmitió un delicado estado de salud de su hija. Al alertarlo un amigo de la mentira, de la estafa, ya que no había tal enfermedad, Enrique se puso muy contento, porque la niña no sufría esos padecimientos. Estas características amorosas de Discepolín, se habrán posiblemente, formado por su niñez huérfana, por la muerte temprana de sus padres. Esas tristes experiencias, dicen sus biógrafos, determinaron un perfil melancólico, una tierna sensibilidad hacia los otros y una excesiva necesidad de afecto, de ser querido. Enrique Santos Discépolo pudo ver con claridad que la llegada del Peronismo significó importantes mejoras en las condiciones de vida de los pobres y marginados, y aún más, representó la reivindicación de su dignidad humana y social. Esta percepción clara no solo se refleja en sus tangos, más nostálgicos que desgarrados ahora, sino fundamentalmente en su posicionamiento de apoyo al movimiento de masas y a su líder. De ese modo concretó su apoyo a Perón, con la construcción de un personaje radial, en la etapa previa a su reelección. Se trataba de Mordisquito, el contrera de las clases medias y altas que veía siempre lo malo y jamás reconocía que ninguna política lo favoreciera, aquel que solo expresaba prejuicios y odios de clase. A ese personaje le hablaba Discepolo, en el ciclo "Pienso y digo lo que pienso" tratando de convencerlo del derecho de todos los hombres a vivir bien y con dignidad. Poco a poco comenzaron las demostraciones de odio e intolerancia: enviaban a su casa sobres con discos de sus tangos destrozados, la gente se iba de los bares en cuanto llegaba, les compraban todas las localidades del teatro para dejarlo vacío al salir a escena, y sus propios amigos comenzaron a exhibirle su desprecio, dándole vuelta la cara. Estas circunstancias lo deprimieron profundamente. Comenzó a adelgazar de un modo preocupante, hasta que finalmente, a los cincuenta años, falleció de un paro cardíaco. Murió por el odio de aquellos que luego aceptaron la Revolución "Libertadora", eufemismo de un golpe de Estado que fusiló y asesinó. Discépolo murió de tristeza, por el desprecio y el odio político, por una criminal actitud de intolerancia. El odio como expulsión de todo lo malo del mundo, dirigido al exterior, a un blanco al que lo responsabiliza y que, por lo tanto, apunta a destruir, mata. Me preocupa hoy observar tanta gente angustiada y triste por el cuadro de confusión e incertidumbre de la hora. Por la reivindicación de momentos de nuestra historia extremadamente traumáticas, como la Dictadura, el estallido social del 2001, y de figuras cargadas de odio y muerte como Videla, Tathcher y Cavallo. El odio y la represión matan, son feroces y cruentos componentes de la parte más oscura de lo humano. Creo que ante tanta inquietud y ansiedad, es necesario repudiar, explícitamente todas las manifestaciones de violencia y destrucción y restituir y recuperar el amor y la ternura como materiales básicos de una convivencia democrática que repare los lazos sociales, porque como dice el gran Psicoanalista Fernando Ulloa, que vindicaba la ternura en contra de la crueldad, al que oponía, como elemento fundante de la salud mental, "hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades no es ninguna ingenuidad,. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos".

    Sergio Brodsky

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