Modelo para armar
El presidente de la Nación dio, en las últimas 72 horas, una nueva muestra de cómo entiende el manejo del poder. Pinta por fuera de los bordes y deja espacios vacíos: la obra se completa más allá de los trazos.
El presidente Javier Milei forzó nuevamente la marcha. Enfrentó el desafío de los gobernadores (aliados y no) que buscaban fondos para sus arcas alicaídas redoblando la apuesta. Los acusó, en forma abierta y sin distinción entre cercanos y lejanos, de querer destruir el Gobierno.
La respuesta que esperaban los mandatarios provinciales era un llamado al diálogo y a acordar. Pero ni siquiera la entrega a la Nación del 50% de los fondos de los ATN (aportes del Tesoro nacional), que pertenecen a las provincias, calmó la fiera.
Hubo intentos de despegue. Se deslizó que el apoyo de los gobernadores no alcanzaría a los proyectos que el kirchnerismo impulsaba. La respuesta fue la misma: no hay matices, son todos culpables. Ahora el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, saldrá a calmar ansiedades hasta la próxima vuelta.
Tercero excluído
La ilusión que persiguen los gobernadores y lo que se denomina “oposición dialoguista” es que podrán sentarse a la mesa y compartir el poder con Milei. Imposible. Los hechos lo demuestran, pero la voluntad suele no rendirse a la evidencia cuando la alternativa es insoportable.
El destino que afrontan es convertirse, a lo sumo, en una segunda línea de cortesanos. La opción es el ostracismo o la jubilación. Los gobernadores deberían observar qué ha ocurrido con los últimos presidenciables para entender que lo que pretenden es una quimera.
Hagamos un rápido repaso para simplificarles la tarea:
Patricia Bullrich: dejó el PRO, partido por el que fue candidata y que encabezó hasta hace unos meses. Se pintó de violeta y, desde el Ministerio de Seguridad, es uno de los mastines infernales que custodia el Gobierno.
Horacio Rodríguez Larreta: se fue del PRO tras el acercamiento a LLA. Armó un partido vecinal en la ciudad de Buenos Aires.
Después de haber sido jefe de Gobierno del distrito y de contar con dos tercios de la Legislatura, festejó sacar 8% y lograr una banca de legislador.
Mauricio Macri: está negociando una salida honrosa del partido que fundó, luego de que Milei encabezará una adquisición forzosa del PRO.
Sergio Massa: está sumido en un silencio ensordecedor desde que perdió el balotaje hace casi dos años.
Alberto Fernández: luego de haberse pegado un tiro en el pie mientras ejercía la Presidencia, terminó por debajo del piso por las denuncias de violencia de género presentada por su ex Fabiola Yañez y la contratación de seguros en el Estado. En este último caso fue procesado días atrás.
Daniel Scioli: ocupa un cargo menor en la administración libertaria. Está al frente del área de Turismo. Para vergüenza propia y ajena, adaptó su tradicional “con fe y esperanza” añadiéndole un verso con rima: “La Libertad Avanza”.
Cristina Fernández de Kirchner: está presa por la causa Vialidad. Cumple arresto domiciliario en un departamento del barrio Constitución. La confirmación de la condena la salvó, en términos políticos, de tener que competir por un cargo distrital en la provincia de Buenos Aires y de chocar de frente con Axel Kicillof, tal vez el único referente que permanece en pie de la “década ganada”.
El poder no se comparte. Esto es ley para la vida de los hermanos Milei. Las circunstancias los llevaron a construir un triángulo en algunas oportunidades. El tercer lado estuvo encarnado en Ramiro Marra, Carlos Kikuchi y, por ahora, Santiago Caputo. El Presidente sostiene que su hermana Karina es Moises. Y que él es Aarón, el cuñado que se encargaba de traducir su palabra al pueblo hebreo durante el éxodo ¿Alguien recuerda a un tercero que haya protagonizado ese tramo de la historia bíblica?
Los que se arriman mucho a la incandescencia del poder terminan como Ícaro cuando voló hacia el sol. De esto deberían tomar nota los gobernadores y sus asesores.
Todo cambia
Milei quemó todos los manuales clásicos sobre política y poder. Por eso sus comportamientos resultan, para quienes están acostumbrados a pensar en estas categorías, imprevisibles o erráticos.
Quienes quieran comprender el fenómeno deberán llevar encima dos trilogías imprescindibles.
La primera la componen El mago del Kremlin y Los ingenieros del Caos, de Giuliano Da Empoli y Síndrome 1933 de Siegmund Ginzberg. Allí se explica cómo el poder se construye y se articula en base a emociones, incluso de prejuicios. Las ideas y los proyectos quedaron en una estantería.
La segunda la integran El Loco y Las Fuerzas del Cielo, de Juan Luis González, y El Monje, de Maia Jastreblansky y Manuel Jove. Allí se puede entender que Milei no se percibe como solo como un líder, sino que es un elegido que debe cumplir un destino manifiesto.
Es por eso que donde la lectura tradicional observa un retroceso de su gobierno, él contempla un avance, una etapa cumplida. Lo ocurrido en el Congreso durante el jueves es un ejemplo claro. La primera lectura evidente es que la oposición, dura y dialoguista, se anotó un poroto sancionando leyes que favorecen “a la gente”. Sin embargo, la interpretación desde la perspectiva del proyecto de poder de Milei es que se reforzó la idea de que la clase política conspira en su contra para debilitar sus logros. Y consolidó el vínculo del líder con la gente en forma directa, sin mediaciones.
El presidente alcanzó su cometido de infundir en la opinión pública, o al menos en gran parte de ella, que, en última instancia, es el Estado el culpable de todos los males. En la manifestación frente al Congreso por los recortes en discapacidad, una madre confesó que había votado a Milei y que seguía estando de acuerdo con que el ajuste es necesario, pero no en esa área. La lógica subyacente es que el programa es el correcto: el Estado gasta demasiado en cosas superfluas, y por eso no tiene fondos para atender esa problemática. Así se conjugan bronca y frustración. Y sobre eso se monta el proyecto actual.
El mecanismo argumental no es innovador. Es el razonamiento que estuvo detrás de la campaña del Brexit en Gran Bretaña: adjudicar todas las frustraciones personales a Europa y motivarlas a la gente a votar. Así, sin otra motivación, elegiría la salida de la Unión Europea. Y así ocurrió.
Si se reemplaza Europa por Estado el resultado es similar: las personas terminarán avalando el ajuste mientras no llegue a su metro cuadrado. El problema es que, como lo enseña la historia, más temprano que tarde el ajuste caerá en el metro cuadrado de la gran mayoría.(I:Juan Braco-Valor Local)
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