Ojeando un álbum familiar me detengo en una fotografía de años atrás y observo la radiante sonrisa de una chica de cara llenita y cabello enrulado reflejando la felicidad que implica para los estudiantes el viaje de fin de curso. El ansiado, esperado y “súper vivido” viaje a Bariloche.
¿Qué sueños se vieron frustrados en un día aciago años después?
¡Cuánto potencial se perdió en una vida tronchada...acaso una profesional exitosa; competente empleada; madre; hermana; amiga y sobre todo una hija que su familia añorara por siempre!
La espina del dolor se clava muy profundo con la solidaridad de madre a madre y veo una madre sufriente por siempre, mutilada a quien le arrancaron el alma
El hombre construye y destruye.
¡Qué poderoso!
Pero olvida que no es Dios...no puede dar vida a una sola de esas que con malicia y total vacío de amor al prójimo tronchara ese nefasto día 18 allá en Buenos Aires.
Me refiero a este triste e injustificable hecho (ya histórico) al ver a mi hijo y su hermosa familia; el cual fuera compañero de ese viaje de egresados de Silvia Portnoy.
Para ella una fría tumba; ¿los autores de esa destrucción y homicidio habrán encontrado la paz, la alegría, el amor? ¿Podrán abrazar a alguien sin recordar el horror?
Acá una familia arropa su sufrimiento, en algún lado otros, arropan su miseria perseguidos eternamente por el dolor de miles de almas.

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