Racismo, discriminación e historia de un pueblo entrerriano
Muchos afirman que, el proceso de esclavización de los africanos en América, comienza con la piedad de Bartolomé de las Casas. El Fray deseaba un reemplazo para la mano de obra exhausta de los indígenas, bajo el yugo explotador de la Colonia. Así podía continuar el saqueo de nuestras tierras. De ese modo llegaban los hombres, apresados como leones, en un porcentaje muy escaso, por los largos viajes, a través de los mares, en las condiciones infestas, en las bodegas de los barcos, donde la mayoría moría de hambre o por enfermedades. Los esclavos eran explotados en Plantaciones o en las nacientes ciudades. El racismo, es decir la traducción de la diversidad humana en términos de superioridad “racial” (de la existencia de “razas” superiores e inferiores), sirvió de liviano sustento ideológico al blanco europeo, para dominar, explotar y eventualmente eliminar, a los pueblos sometidos en su provecho. La (seudo) “Ciencia” decimonónica, contribuyó, incluso, para convencer a los propios oprimidos, de su inferioridad y por tanto, de la lógica del predominio de los colonizadores, y la justificación del abuso y la explotación. Franz Fannon, líder de la revolución de Argelia, cuenta su paso por la facultad de Psiquiatría de Francia. Allí enseñaban, a los estudiantes de medicina, claro que incluido los argelinos, que el cerebro promedio de sus compatriotas, equivalía al de un chimpancé. Obviamente que no todos compraban el “saber colonizador” y, el movimiento revolucionario del país africano, supuso convencerse de la verdad, de aquello que Sartre expresa en el prólogo “Los condenados de la tierra” (Fannon), que “no nos convertimos en lo que somos, sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”. Solo así, negando lo que el “Otro” quiere hacer de nosotros, accedemos a nuestra libertad.
Volviendo a nuestras tierras, en el siglo XIX, con nuestro país liberándose de España, la comunidad negra representaba entre un 30% y un 50% de la población, cuando en 1813, la asamblea dictó la “libertad de vientres”. Debemos preguntarnos ¿qué sucedió con tan importante población? , para no caer en la patética afirmación que realizó una vez, un Presidente Riojano, que dijo que en “Argentina no hay racismo porque no hay negros, ese problema lo tiene Brasil”. Esas afirmaciones ocultan un genocidio silencioso y particular, porque no solo existió una importante comunidad afro, sino que aun después de haber sido diezmados, tuvieron y tienen en la actualidad, una gran presencia en nuestra sociedad y nuestra cultura. Lo que oculta, interesadamente, la historia oficial, es el aniquilamiento silencioso que sufrieron por distintas vías. Una de ellas fue el alistamiento en los Ejércitos de la independencia, con la promesa de su liberación, luego de cinco años de participación en las batallas (lo que casi nunca sucedía). La segunda causa, fue la utilización de los negros, como carne de cañón, en la guerra de la “Triple alianza”, mejor denominada de la “Triple infamia” (1865/70), en la que Brasil, Argentina y Uruguay, exterminaron al glorioso pueblo de Paraguay, siendo serviles a los intereses británicos, movilizados en destruir cualquier experiencia independiente, de desarrollo autónomo( como el que intentó Solano López), que complicara su proyecto de convertir, a nuestros países en semi-colonia dependientes, a partir de la instauración del modelo agro-exportador que parió la generación del 80. Por último, su merma final, fue producto de la epidemia de fiebre amarilla, desatada en 1871. Los ricos y aristócratas de Buenos Aires, emigraron al norte de la ciudad (allí nació el barrio norte), dejando a los pobres y los negros en el sur, en condiciones de higiene calamitosas. Los afros intentaron huir, pero el Ejército argentino los cercó, se los impidió, determinando masivas muertes, producto del contagio. Era la presidencia de Sarmiento.
La invisibilización de esta historia, hace decir a muchos, que nuestro país es producto de la inmigración. Hay una negación de la discriminación racista que atravesó la historia argentina, con sus componentes de esclavitud, explotación, desprecio y racismo. Habiendo disminuido tanto la población afro, el término “negro” sigue aplicándose en nuestro lenguaje, con una carga peyorativa. La interesante hipótesis de Enrique Carpintero (Revista “Topía), es que el significante “negro” sufrió, a mediados del siglo XX de nuestro país, un extraño desplazamiento de su sentido. Comenzaron a denominarse así, los migrantes del interior, que venían a las grandes ciudades, buscando trabajo. Las clases medias y la oligarquía local, designaba “negros”, despectivamente a esos grupos, obreros que se incorporaron el trabajo fabril, en nuestro tardío proceso de industrialización. Eran los cabecitas negras. Aquellos que amó Evita, y por lo cual, aun hoy determinadas clases sociales, manifiestan un odio visceral. Esa nueva expresión del racismo y de la discriminación, aquella por la que “negro” comenzó a ser sinónimo de “pobre “continúa en nuestros días, en la experiencia de una porción de los sectores medios y de las clases “altas”, que siguen denominando, con desprecio con el término “negros”, a los habitantes de los barrios pobres y de las villas miserias. Esa discriminación penetra nuestra cotidianeidad, cada vez que son mirados con desconfianza en el centro de la ciudad, detenidos por la policía, o rechazados por portación de aspecto, en algún lugar público, que se “reserva el derecho de admisión”, entre múltiples experiencias de discriminación. Así como los europeos querían convencer a quienes esclavizaban, que ellos, los esclavos, eran los responsables de su propio sometimiento, una corriente muy fuerte quiere imponer hoy, sobre todo a través de los medios hegemónicos de (in)comunicación, que los pobres son los culpables de su situación, atribuyéndole la vagancia y los vicios como causas de sus desgracias, elidiendo las condiciones económicas y sociales de la exclusión y la miseria. Evidentemente, las operaciones ideológicas para la explotación y sometimiento de los pueblos, no varían demasiado, con el transcurso de los siglos.
UN PUEBLO ENTRERRIANO QUE NACE DE LA PERSECUSIóN RACIAL
También oculta la historia oficial, la rebeldía y la resistencia que opusieron los afros contra su esclavitud. Prefieren presentarlos mansos, en la aceptación del sometimiento. Sin embargo, los esclavos “hacían quilombo”. Esta expresión, tan popular en nuestros días, refirió inicialmente a los lugares de resistencia de los esclavos, cuando se rebelaban y podía huir de sus opresores. En algunos casos, los quilombos, representaron comunidades que duraron muchos años y en la que participaron miles de africanos, al punto de transformar, algunas tierras brasileñas, en una continuidad del África. No fue esa la experiencia de Manuel Gregorio Evangelista y su familia. Ellos pudieron fugar de la esclavitud de un cafetal de Santa Catarina, al sur de Brasil, individualmente, aprovechando que Argentina ya la había abolido. En efecto, Brasil fue el último país de América en terminar con ese oprobio, a fines del siglo XIX. En su épica huida, Manuel y su familia, llegaron, luego de días enteros, de atravesar selvas y ríos, a una pequeña posta del centro entrerriano, llamada “La capilla”, por tener un pequeño oratorio, destinado al rezo de gauchos y estancieros. Puede uno suponer la sorpresa de los pobladores al recibir a esos exhaustos viajeros, en búsqueda de la libertad. Los Evangelista fueron muy bien recibidos, instalándose en “La capilla”, trayendo consigo toda su cultura, sus costumbres, su música, creando lo que aun hoy, con sus terceras y cuartas generaciones, es conocido como el “Galpón de los Manecos”, como fue denominada esa comunidad. Esta localidad, ubicada a 15 km de Villaguay, recibió posteriormente la llegada de los “gauchos judíos”, aquellos que venían, huyendo también, de los progroms (formas de la persecución, a través de linchamientos, abusos y muerte por parte de los cosacos) de la Rusia Zarista. Eran otros viajeros en busca de la paz y de la libertad. La encontraron, gracias a la acción filantrópica del Barón Hirsh, que creó la experiencia del asentamiento de las colonias Judías en toda la zona rural, principalmente, del centro de Entre Ríos. Uno de esos pueblos, ganados por la Colonización, fue “La capilla”, que luego rebautizada “Ingeniero Sajaroff”, en honor de uno de los máximos pioneros del cooperativismo argentino. La historia de “Ingeniero Sajaroff”, es un emblema de la convivencia intercultural en paz, trabajo y libertad, aquella extraordinariamente relatada, por Alberto Gerchunoff, en su inmortal obra, “Los gauchos judíos”. Una experiencia esperanzadora, en medio de un mundo plagado de racismo y discriminación. Allí compartieron vida y sueños, judíos, gauchos, criollos, alemanes del Volga y manecos, entre otros. Hace poco fui a visitar Ingeniero Sajaroff y recorrí sus calles, sus monumentos, sus cementerios, su maravillosa historia, que también es la mía, que es la nuestra. Existe allí, además de los fabulosos cementerios judíos, la particularidad de una necrópolis, donde sólo se encuentran enterrados los negros. Está a la entrada del pueblo y es conocido, ya, como el “Cementerio de los Manecos”. Sería extraordinario que se organicen viajes de estudio de los colegios, que todos podamos conocer esas tierras inundadas de nuestra identidad, para poder amar nuestra tierra y nuestra patria, conociendo su conformación, para que podamos todos, aprender de Sajaroff, la hermosa experiencia de la convivencia en la diferencia, aquella que, sin dudarlo, nos convierte en humanos.
(En “Tenemos que hablar”, programa que conduzco por la radio Uner, 97.3, trataremos esta importante problemática del racismo y la discriminación, el sábado a las 19 horas).
Sergio Brodsky