Cuando pensamos en ellos, sonreímos
con una sonrisa que nace en el alma y
despertando en nosotros una inmensa ternura.
Cuando llegan a visitarnos , juntos a sus padres,
nuestros brazos los envuelven suavemente,
después siguen los otros.
Cuando son pequeños, nos arrodillamos
para estar a su altura, aunque después
cueste levantarnos.
Es su mirada vivaz, pícara, la que nos lleva a su mundo
volviéndonos un poco niños a nosotros
es que son nuestros nietos.
Ellos nos devuelven las ganas de reír, de bailar
y de jugar.
Cuando sentimos esa voz de niño o de “grande”
llamándonos abuelo , abuela o simplemente “abue”
desaparecen todas esas durezas, esas corazas
con que el tiempo nos ha revestido.
Nos volvemos ternura.
A veces nuestros hijos, preguntan “papá y “mamá”
eran así con nosotros cuando éramos chicos…
Es que el corazón, de papá y mamá se agrandaba
acumulando amor, para darle a ese ser llamado nieto
que en sus sueños ya existía.
Nos ganan el corazón,
La casa se entristece, se agranda y parece vacía
cuando faltan ellos.
Es que sus caricias, sus abrazos se nos vuelven
necesarios para vivir felices. O cuando con picardía
nos dicen “ abuelo viejo “ y agregan “yo no dije nada,
yo dije abuelo o abuela joven”.
O cuando viene corriendo a sentarse “un ratito” en la
falda de la abuela.
El nieto es el que produce el milagro de volvernos
“más jóvenes” a los abuelos viejos:
como si sacáramos fuerza y vitalidad ahorrada en el tiempo
para ellos.
Personalmente cuando no los veo por unos días
hablo solo, aunque estén lejos, diciéndole cuanto los amo
o a veces les canto una linda canción, les parecerá una locura
sí, pero es una inmensa y hermosa locura de amor
que despiertan en nosotros , nuestros nietos.
ABUELO PABLO,
perdón DEBÍ DECIR PABLO SANCHEZ
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