Carlos Saura y las metáforas en la dictadura franquista
El 10 de febrero pasado en la pequeña localidad de Collado Mediano en la sierra de Guadarrama, al noroeste de la provincia que comprende a la comunidad de Madrid, fallecía Carlos Saura.
Había sido uno de los grandes directores que, mediante metáforas, en la dictadura franquista, habló de las heridas lacerantes que la guerra civil española infringió en varias generaciones y que aún hoy, permanecen indelebles e irresolutas.
Carlos Saura, a sus 91 años, un día después de su fallecimiento, iba a recibir un premio Goya honorario, el principal galardón del cine español. Su trayectoria, de más de sesenta años, se engalana principalmente con sus metafóricas películas realizadas en la dictadura franquista.
Había nacido en Huesca, en la hoy, comunidad autónoma de Aragón, al noreste de España. Compartía el gentilicio aragonés con Luis Buñuel, que era oriundo de Calanda, pequeña ciudad ubicada al sur de Huesca.
Precisamente Buñuel fue quien promovió en sus inicios a Saura. Luego que éste hubiera concluido su ópera prima “Los golfos” (1957) sobre unos jóvenes marginales que molestó a la censura franquista, Buñuel lo aconsejó en la labor cinematográfica y actuó en las escenas iniciales de “Llanto por un bandido” (1964), biografía del marginal andaluz José María, el Tempranillo. Saura homenajeo a Buñuel, muchos años después con su película “Buñuel y la mesa del Rey Salomón” (2001), un film en el que con un guion de Agustín Sánchez Vidal se acercó a la Residencia de Estudiantes de Madrid en los años ´20 del siglo pasado, cuando convivieron en ese lugar, Luis Buñuel, Federico García Lorca y Salvador Dalí.
Carlos Saura en su larga trayectoria de más de sesenta y cinco años, se arriesgó con diversas temáticas. Entre otros logros estéticos, en los ’80 realizó tres películas con el bailarín Antonio Gades. Así llevó al cine una versión de baile español en “Bodas de sangre” (1981), la adaptación de la ópera de Bizet, “Carmen” (1983) y en 1986, “El amor brujo” inspirado en la obra homónima de Manuel de Falla.
En otro momento, se acercó a diversos géneros musicales con “Tango” (1998), “Sevillanas” (1992), “Flamenco” (1996), “Iberia” (2005), “Fados” (2007), “Flamenco, Flamenco” (2010), “Zonda, el folclore argentino” (2015) y “Jota de Saura” (2016). En el mismo sentido dirigió Opera. Varias veces “Carmen” de Bizet y “Don Giovanni” de Mozart.
Por otra parte, Saura se involucró con la historia de la conquista en América con “El Dorado” (1988); a una etapa de la vida del pintor Francisco de Goya en “Goya en Burdeos” (1999); la vida de la escritora y feminista mexicana Antonieta Rivas Mercado en “Antonieta” (1982). También incursionó con el universo de Jorge Luis Borges, en la serie de televisión “Cuentos de Borges” (1992) cuando recreó el cuento “El Sur”. Llevó al teatro a “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez y “La fiesta del chivo” de Mario Vargas Llosa.
Saura ha obtenido más de sesenta premios con sus realizaciones. Los principales galardones de los festivales de Berlín (“La caza”, “Peppermint frappé” y “De prisa, de prisa”), Cannes (“La prima Angélica”, “Cría cuervos”, “Carmen”), San Sebastián (“Mamá cumple cien años”), Montreal (“El 7° día”). Estuvo nominado tres veces al Premio Óscar a la mejor película extranjera, con “La prima Angélica”, “Mamá cumple cien años” y “Carmen”.
Pero Carlos Saura siempre va a quedar referenciado como el gran artista que, en medio de la dictadura franquista, mediante metáforas y subterfugios se ha referido a la crudeza de la guerra civil, su secuela y el dolor subyacente en una sociedad fragmentada. Sus films, en el período comprendido entre el debut ya mencionado de “Los golfos” hasta “De prisa, de prisa” (1981), han desarrollado alegorías que eran convenientemente entendidas por el público y vulneraban la férrea censura que dominaba la península ibérica en esos años.
De todas las grandes películas simbólicas de esos años, en estos días se cumplen cincuenta años del estreno de “Ana y los lobos”. El 20 de mayo de 1973, en el Festival de Cannes se produjo el lanzamiento de la película. “Ana y los lobos” contaba con guion del propio director y el notable escritor español Rafael Azcona, colaborador habitual en esos años de varios directores.
“Ana y los lobos”, si bien no está a la altura de otras obras geniales de Saura, como “La prima Angélica”, “Cría cuervos”, o “Mamá cumple cien años”, es una velada crítica a la aristocracia española de esos años. Es la historia de una joven, Ana, interpretada por Geraldine Chaplin, esposa entonces de Saura, que oficiaba de institutriz inglesa de unas niñas que viven con sus padres y familiares en una mansión ubicada en un paraje aislado, árido y destemplado, compuesta de dos pisos y amplios corredores y balcones en su piso superior.
Ese ámbito, claustrofóbico y angustiante, es un ambiente donde se conjugan oscura y veladamente, con su particular visión de la moral, tres de los elementos más representativos de la aristocracia conservadora de España: lo militar (José –José María Prada-, el tío, coleccionista de trajes militares, misógino y machista); lo religioso (Fernando – el gran actor Fernando Fernán Gómez- el otro tío, huidizo y esquivo, ambiciona una integración mística con Dios y el sexo reprimido (Juan (José Vivó), el padre, que escribe cartas con intencionalidad eróticas). Son estos tres hombres, perturbados e invadidos, los lobos del título que rodean, actúan como manada y coartan a la joven. La madre de los tres varones, una notable Rafaela Aparicio, muestra, con un juego de dolores hipocondríacos y sometimiento solapado en la superficie, una dominación constante y excluyente respecto a todo el clan familiar. Mientras la otra mujer de la familia, Luchy (Carmen Soriano) la madre de las niñas, no es más que una sometida y callada mujer que oficia casi de secundario adorno intrascendente.
Sutilmente es una notable alegoría sobre la sociedad conservadora española de esos años en la que aquellos que detentaban el poder ante la introducción de un elemento (en este caso, una persona) que, entienden, atentaba contra el orden inmóvil, antinatural, perverso y esquemático establecido, irán contra él, para garantizarse la continuidad de su enfermiza realidad.
El cine de Saura, principalmente en los años mencionados, se engalanaba con inteligencia, una estética simbólica sutil y claramente contundente, de una elaboración hermética pero cerebral. Fue con una línea propia y específica, un baluarte para mencionar, entre líneas, lo anacrónico y oscuro de la sociedad española con sus esperpentos y dolores que la guerra civil había acrecentado.