Viajando en tren a Paraná
Debía viajar a Paraná por razones de trabajo, pero ese verano había estado lloviendo casi sin parar durante dos días, por lo que ni en sueños podía pensar en viajar en auto, es así que resolví hacerlo en el tren e inicié mi viaje con bastante fastidio por haber olvidado mi impermeable.
Sin embargo, �Sa mal tiempo buena cara⬝ porque ya había salido ganando yendo en el tren por razones de comodidad, considerando el hecho de tener un baño a mano, un bufet y muy confortables asientos.
El viaje en auto era imposible en aquellos años, desde San Salvador en adelante, el camino con lluvia era intransitable. La ruta 18 estaba en construcción y solo había algunos tramos pavimentados. Recién de Viale en adelante estaba el pavimento completo.
Acababa de sentarme en el asiento vagón del tren dispuesto a leer un diario La Nación que había comprado en el kiosco de la estación, cuando veo entrar a un viejo colega de Paraná por quien sentía escasa simpatía y no tenía dudas de que el sentimiento era recíproco. Pero no le quedó otra opción que venir a sentarse conmigo, para no parecer maleducado
Con toda la deferencia que me merecía un hombre de sus años, debo decir que su trato me parecía sumamente cansador. No solo cansador sino también indiscreto. Era por cierto la última persona que elegiría como compañero para un viaje, tan a disgusto con semejante compañía. Especialmente cuando uno no tiene nada en común con esa persona como para facilitar un diálogo. Nada de lo que hablar. ¡Qué largo se me va a hacer este viaje! pensaba yo mientras tanto. Además, no podía simplemente cometer la grosería de ponerme a leer el diario, ignorando su presencia
Recién cuando el tren paró en estación Osvaldo Magnasco resolví levantarme y buscar el bufet para tomar un café por lo que me disculpé de mi ocasional compañero de viaje porque, francamente prefiero elegir yo con quien conversar.
Era el último vagón y no tenía propiamente un coche comedor. Más bien un vagón común con asientos más confortables y al fondo un servicio de cafetería. Había poca gente en ese vagón, donde se destacaban dos hombres dormidos en raras posiciones. Especialmente uno de ellos, el que iba del lado del pasillo con la cabeza colgando de cualquier manera.
Después advertí que en realidad, ambos habían tomado unas cuantas copas
Pedí un café y lo fui tomando despacito haciéndolo durar mientras fumaba un cigarrillo, ya que ese vagón era para fumadores.
Al rato, uno de ellos, el que iba del lado de la ventanilla, se levantó y fue hacía la cafetería donde pidió algo que no alcancé a oír, a lo que el que atendía allí se lo negó. Comenzó este entonces a protestar, ahora de manera más audible, con esas típicas explicaciones y justificaciones porque quería que le sirvieran vino a lo que el encargado del bufet se negaba.
Los argumentos se referían a que tiene derecho a pedir lo que quiera, mientras lo pague, que la plata vale igual para todos y que nadie le va a decir ni que, ni cuánto. Clásicos argumentos de borracho.
A eso el encargado, de buenas maneras le decía que ya había tomado lo suficiente y que se fuera a sentar.
Allí estuvo un rato molestando, hasta que finalmente se dio cuenta que no se lo iban a servir, por lo que optó finalmente por ir a sentarse junto al otro que dormía.
Cuando el tren llegó a Federal, el que estaba más lúcido, trataba de despertarlo al otro, que en realidad estaba en un coma etílico. Después de mucho luchar consiguió pararlo porque habían llegado a destino. El asunto era hacerlo caminar; lo iba llevando como podía, pero se le resbalaba, pero consiguió llevarlo hasta la mitad del vagón tomado fuertemente de la cintura. Allí advertí que se habían olvidado de un bolso en el asiento. Yo pensaba (¿Cómo va a hacer ahora?). No puede pararlo, y si lo sienta no lo levanta más Le digo entonces � ¡Ey, te olvidaste el bolso!� Se detuvo y se quedó parado con el otro sostenido a duras penas sin saber qué hacer. Como el tema no tenía solución ya que no podía dejarlo, porque no se tenía en pie, ni tampoco volver con él a la rastra, le digo � ¡Esperá que te lo alcanzo!� Me puse de pie y tomé el bolso y se lo alcancé. Resulta que todos estaban pendientes de cómo se iba a resolver el asunto y mi comedimiento produjo la risa de todos.
Pero ese no sería el único incidente en ese viaje a Paraná.
El coche motor había tramos en los que iba perdiendo velocidad, luego retomaba el ritmo. Ya íbamos con atraso por la lentitud que traía, hasta que en el Apeadero Enrique Berduc, se detuvo del todo. Luego comenzó a retroceder y lo hizo cada vez más rápido hasta El Palenque que son como 20 kilómetros. (Yo pensaba ¿adónde vamos ahora?) Allí se detuvo de nuevo. Se abrió la puerta y apareció el guarda. Entonces le pregunté qué sucedía. Me contestó que venían con un solo motor y que le faltaba fuerza en las lomas y que por eso retrocedieron hasta acá, para que el coche tome velocidad y poder subirlas. Pero que en último caso íbamos a tener que bajar para aliviar el peso o que de lo tendríamos que empujar- ¿Sería una broma del guarda? No lo creo. A duras penas pasamos la última estación que era Ramón A. Parera y recién allí me quedé tranquilo⬦

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