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    Un entrerriano en el grupo de deportados por el gobierno de Trump

    Mario Robles, entrerriano, de 25 años, fue detenido entrando a EE.UU. desde México y fue enviado a Buenos Aires a pesar que le pidió al juez que lo deportó que lo regresara a México, donde están su esposa e hija. Viajó esposado 40 horas. Su regreso forzado ocurrió después de un mes de detención en EE.UU. Llegó el jueves a la madrugada a Ezeiza con un grupo de argentinos deportados por el gobierno norteamericano, en el marco de la brutal avanzada antiinmigración impulsada por la Casa Blanca.

    15 de septiembre de 2025 - 10:00
    Un entrerriano en el grupo de deportados por el gobierno de Trump
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    Mario Robles llegó a la Argentina en un vuelo no comercial a las 3:20 del jueves. Tiene 25 años y es uno de los argentinos deportados desde EE.UU. por Donald Trump. Su mamá, Natalia, y el marido de ésta lo esperaban en la zona de arribos, al igual que la Policía Aeroportuaria. Sólo pudo comunicarse con su familia a través de esos agentes. Todavía le duele el cuerpo por las más de cuarenta horas que, como el resto de los deportados, tuvo que permanecer engrillado sumando el avión y los traslados previos.
    Los tuvieron encadenados a la altura de los tobillos, la cintura, los pectorales y las muñecas, como si se tratara de delincuentes de máxima peligrosidad. “Y como si pensaran que a mí se me iba a ocurrir fugarme tirándome desde una ventanilla del avión en pleno vuelo... Se ve que pensaban eso”.
    El relato de su odisea fue a través del celular de su madre, porque —según cuenta— perdió el propio en el momento en que huyó desde la camioneta conducida por coyotes, que le habían prometido llegar a salvo al territorio que él mismo nombra como “el suelo del sueño americano”. Mario fue apresado en la frontera, en San Antonio, Texas, después de cruzar a pie el Río Bravo entre México y EE.UU.

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    Regreso sin gloria

    Su regreso forzado al país tuvo lugar después de un mes de detención en EE.UU. Su testimonio se inscribe en el operativo que, en la madrugada del jueves, recibió en el aeropuerto de Ezeiza a un grupo de argentinos deportados por el gobierno norteamericano, en el marco de la brutal avanzada antiinmigración impulsada por la Casa Blanca.
    Mario Robles nació en Villa Clara, Entre Ríos, donde ahora lo recibe su mamá. Recuerda haber tomado la decisión de emigrar a México a raíz de la escalada cambiaria ocurrida en 2019, durante el gobierno de Mauricio Macri. “Recuerdo haber vivido mi adolescencia en un país muy lejano a este... el dólar estaba a 18 pesos y con mil pesos alcanzaba para todo”, dice. “Decidí irme del país en ese momento, 2019, en el que empezó a devaluarse tan fuertemente el dinero. Junto a mi familia y vecinos pasábamos todos una muy mala racha.”
    En México se instaló en el estado de Guanajuato y empezó a trabajar como encargado en una empresa de construcción apenas llegó, hasta un mes antes de que “me agarraran tratando de entrar a EE.UU.”. “México tiene toda esa violencia que ya sabemos, toda esa mala fama donde sabemos que pasan las cosas que pasan. Sin embargo, en la ciudad donde yo estaba, Guanajuato, no se siente tanto y podía trabajar bien. Me alcanzaba incluso para enviar algo de dinero acá, a mi mamá y mi hermana, a Villa Clara. Además, es un país donde te tratan bien, te integran, jamás me sentí discriminado”.

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    Una nueva vida

    En 2022 conoció a su esposa, mexicana y ese mismo año tuvieron una nena que hoy tiene tres años. Su idea de cruzar a los EE.UU. se instaló “hace como dos o tres años”. Su suegro, que falleció en Fort Worth, Texas, iba a ayudarlo a cruzar. “Mi plan era el famoso sueño americano. Pensaba que podía lograrlo en tres o cuatro años. Un año entero le pagás al coyote; los otros años son para levantar tu casa y hacerte de una camioneta. Yo iba por mi casa y por un negocio, para luego volver por mi familia a México”, donde tiene residencia permanente. 

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    Para llegar a EE.UU. Mario contrató un coyote, como se suele llamar a quienes se dedican al tráfico ilegal de personas y cobran para guiar y facilitar el cruce de migrantes a través de fronteras. “Sí, como en las películas: cruzamos ilegalmente el Río Bravo. Firmé un acuerdo de confidencialidad, por lo cual se supone que no puedo dar detalles del tipo de trato que hacemos con los coyotes. Pero hay distintas formas de cruzar ese río, dependiendo de la corriente. Si está alta, con una lancha. Cuando nosotros lo hicimos, lo hicimos caminando: unos 40 minutos por el monte y luego caminando por el río. De ahí te suben a una camioneta con la promesa de cruzar la frontera en San Antonio, Texas, donde hay un puesto de migración. Toda la operación sale arriba de 7 mil dólares”.
    Mario fue apresado en San Antonio: “Casi lo logramos. Iba una persona conduciendo y éramos unos 7 escondidos en la caja de la camioneta. El auto se detuvo en el peaje de ingreso a San Antonio y aparecieron agentes antimigrantes. Ahí, desde nuestro escondite, escuchamos la conversación: le pedían los papeles al chofer. Finalmente revisaron la camioneta y varios de nosotros empezamos a correr. Corrí y logré esconderme en una zona del monte. Vi que incluso había drones y perros recorriendo la zona. A mí finalmente me encontró un perro”.

    Días en la heladera

    El derrotero de los migrantes detenidos en esas circunstancias casi siempre es el mismo: primero los llevan a la famosa ´heladera´, donde deben permanecer dos o tres días. “Es el lugar más difícil. Serán unos 8 metros por 8 metros para albergar durante días a unas 40 personas. Sin sillas, ni camas. Muy poca comida. Te tienen incomunicado. No te podés bañar. Dormís sentado, si lo lográs, apenas unos minutos, porque no tenés dónde recostarte y el ruido de entrada y salida de gente nunca para. Y está helado. Si tenés suerte, quizás conseguís una manta. Hay una zona a la que la llaman ‘baños’, pero es un área en la que te hacen hacer tus necesidades enfrente de todo el mundo“, cuenta Mario.
    “Es muy sufrido. Y lo peor son los agentes. Son nacidos en EE.UU. pero hijos ellos mismos de mexicanos y todo tipo de migrantes, lo que se llama chicano. Y ellos son los que peor te tratan. Entre ellos hablan en español, pero si les llegás a pedir algo o algún tipo de explicación, hacen de cuenta que no entienden español.”, describe Mario.
    Luego son llevados a alguna corte federal, donde se les asigna un juez y un proceso, según qué tan grave sea el caso. La gravedad se mide en función de la reincidencia: “El juez te pregunta cuántas veces has cruzado. Si sos primerizo, te preguntan tu historia. Le expliqué que era argentino, pero con esposa e hija en México. Le pedí al juez que me mandaran para México, pero decidieron mandarme acá.”
    “Ya en el centro de detención te dan desayuno, cinco comidas al día. Ya podés tener contacto con tu familia a través de una tablet. La instalación es buena, te sentís un poco mejor. Te podés bañar. Teníamos una tele para ver las noticias. Tu familia debe depositar dinero a la gente del centro de detención, y ahí sí podías hablar con tu familia, algo que no sé si es legal o no, pero por lo menos en esa instancia ya sabés que vas a volver a casa”, termina Mario su relato.

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