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    San Martín y Bentham. Diálogos y controversias

    En la era de las revoluciones la figura de Don José de San Martín se destacó por la brillantez de su estrategia y la intensidad de su liderazgo. La historia lo conoce como “el hombre necesario” para la revolución americana. Su carrera como libertador estuvo marcada por un cronos muy curioso: treinta y cuatro años de preparación, diez años de acción, veintiocho años de exilio.

    16 de agosto de 2025 - 09:30
    San Martín y Bentham. Diálogos y controversias
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    Su carrera americana se concentró en una década breve, desde el momento en que llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 hasta su retirada de Perú el 20 de septiembre de 1822. En esos años, San Martín adquirió una combinación de talentos única entre los libertadores: destreza militar en los ámbitos de la estrategia y la táctica, un conocimiento de las ideas ilustradas y, quizá por encima de todo, una autoridad nacida de su participación en algunos de los acontecimientos cruciales de la historia moderna porque la empresa sanmartiniana se forja  en las postrimerías de la empresa bonapartista. 
    La grandeza de San Martín consistió en su habilidad para inspirar a los pueblos de Sudamérica a seguir a sus ejércitos y aceptar sus estrategias, lo que le permitió llevar la independencia más allá de las fronteras y los intereses nacionales y darle una identidad americana. Su vocación no respondía a ningún interés particular, social o económico, ni a una  preocupación  perpetua por el poder y la gloria.
    La carrera de San Martín no  constituye un anecdotario  sobre las revoluciones hispanoamericanas y tampoco es posible concebirlo sólo como una serie de acontecimientos políticos y militares. Los historiadores han explorado durante mucho tiempo la multidimensionalidad  del  proceso de  independencia y han buscado los  orígenes ideológicos, examinando la influencia de esa multidimensionalidad  en la formación de las identidades nacionales y de las identidades étnicas y sociales   y el diálogo de esos procesos con la construcción política- militar de la figura de San Martín.
    La mayoría de los movimientos independentistas en América,  empezaron como la revuelta de una minoría contra una minoría aún más pequeña, a saber, la de los criollos (los españoles nacidos en América) contra los peninsulares (los españoles nacidos en España).
    Hacia 1800, de una población total de 16,9 millones de habitantes, había 3,2 millones de blancos, de los que apenas unos treinta mil eran peninsulares. En términos demográficos, el cambio político del viejo orden por el nuevo orden, no fue un accidente ,sino una necesidad. 
    La meta de los revolucionarios era conseguir la autonomía para los criollos, no necesariamente para los “indios”, los “negros”  o los mestizos, que componían en conjunto más del 80 por 100 de la población de Hispanoamérica. 
    Este desequilibrio se reflejaba en la distribución de la riqueza y el poder. Los grupos criollos de finales del período colonial, con su “consciencia” recién adquirida, resultaban indispensables para la independencia, la administración de sus instituciones, la defensa de sus conquistas y la dirección de su comercio.
    ¿Qué motiva a San Martín, su participación en el proceso revolucionario? 
    No es su ambición personal, sino sus ideas políticas liberales, su desilusión con España y una idea de identidad personal y nacional que se forja en los aromas y paisajes de una infancia en Yapeyú. En el mundo hispánico el lugar de nacimiento era una cuestión decisiva en términos de identidad.
    San Martín reconocía que su condición de «indiano» (en el sentido de americano) no había perjudicado su carrera militar en España: “veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser americano; supe de  la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, solo sentía no tener más que sacrificarme al deseo de contribuir a la libertad de mi patria” (San Martín: 1820).
    Formado ideológicamente en las lecturas de la “Ciencia de la Legislación” de Filangieri, el “Tratado de la Legislación Civil y Penal” y la “Teoría de las penas” de Bentham y, fundamentalmente, del cristianismo ilustrado de Lardizábal en su “Discurso sobre las penas” –que lo acompañaron a lo largo de toda su travesía revolucionaria, tiene San Martín la visión  de un estadista de inigualable relieve por lo avanzado para su época, muy lejos estuvo de compartir  pretensiones de demagogia. Impregnado de las ideas liberales en relación a la esclavitud y los “indios”, le valieron la enemistad con los ricos hacendados y comerciantes, afectados por la visión sanmartiniana en relación a lo social. San Martín no es precisamente un abanderado del republicanismo; sus ideas en relación a los movimientos constitucionalistas, contrastaba con su arraigo a las formas  tradicionales, considerando que la  monarquía era la mejor forma de gobierno para Suramérica, una concepción que no sintonizaba con el espíritu de la época.
    Espíritu sudamericano, impregnado de las corrientes del despotismo ilustrado, del constitucionalismo y de la democracia a la que se agregaba , el utilitarismo, que como filosofía  política, se sustentaba  en las doctrinas de Jeremías Bentham.
    El plexo del pensamiento benthamiano llega a una Sudamérica atravesada por el deseo de romper lazos con España  propiciando una  búsqueda romántica que se sustentaba en el rechazo de las viejas tradiciones españolas heredadas por América. Es así que  cada sublevación, hubo, por lo menos un benthamiano importante en el Poder o por lo menos en posición influyente (Rivadavia, Santander, Miranda, Bolívar, por lo menos por cierto tiempo). 
    El pensamiento benthamiano se  constituyó en  uno de los pilares de las corrientes liberales de la primera parte del siglo XIX en la América española. No solamente tuvo Bentham una relación directa con la América española teniendo amplia correspondencia con muchos de los patriotas, sino que sus obras circularon y fueron leídas tanto como las de Rousseau, Montesquieu y Humboldt.
    Bentham pretendía ser a los procesos hispanoamericanos, lo que Montesquie fue a la revolución francesa. Bentham trató de reducir la ciencia política a la simple fórmula de placer y pena en la cual el principio directivo era la mayor felicidad para el mayor número de personas, una simple operación matemática de sumar y restar.
    Para Bentham, el utilitarismo constituye el fundamento necesario para construir una teoría de la legislación y una teoría de la política adecuada a las necesidades y aspiraciones de los seres humanos. La mayor parte del libro  Introduction to the Principles of Morals and Legislation(1789),  está dedicado a un análisis de las condiciones en las que tienen lugar las acciones humanas con la finalidad, de a partir de ello, diseñar las bases adecuadas para el derecho y las instituciones políticas. 
    La teoría de la legislación benthamiana parte de la base de que la legislación es un instrumento susceptible de variar los intereses de los individuos y de hacer que se conformen con el interés público. Fundamentalmente se trata de que la legislación no incentive aquellas conductas contrarias a la maximización del bienestar colectivo. Para Bentham, el interés público no era ninguna extraña entidad espiritual que animaba las sociedades humanas, sino simplemente la suma de los intereses individuales:  
    “la comunidad es un cuerpo ficticio, compuesto por las personas individuales que son sus miembros constituyentes. ¿Qué es, entonces, el interés de la comunidad? Pues bien, nada más que la suma de los intereses de los miembros que la componen” (IPML;2019)
    Jeremias Bentham había forjado amistades con todo el espectro  revolucionario americano que había puesto pie en Londres desde 1808 . Establece vínculos de amistad con Francisco de Miranda, en 1813 estuvo por viajar a Venezuela, esperando convertirse en el Codificador de la Primera República de Venezuela. 
    En 1814, ofrece sus servicios al Congreso Mexicano que había declarado con Morelos la independencia. 
    Bentham juzgaba que Simón Bolívar, era el americano con mayores condiciones para fundar la utopía en América del Sud. 
    Pero también juzgaba, sobre la base de  una mala impresión , las acciones de San Martín, producto de las correspondencias con Simón Bolívar y Bernardino Rivadavia quien veía en San Martín: “el brazo militar que moviera los pueblos al desorden”, aquel que reclamaban los caudillos contra los principios centralistas –y autoritarios– de Buenos Aires. Pero confiaba en que el Libertador nunca iba a “desenvainar su sable contra sus hermanos americanos” (Segreti:2000). 
    Parafraseando a John Lynch en San Martin , soldado argentino, héroe americano (2009), podríamos decir que lo que Cartago es a Aníbal,  Perú es a San Martín. 
    En Perú, el jefe revolucionario se arrogó de inmediato la representación de los intereses de un hipotético nuevo Estado independiente, designándole una bandera y un escudo y entablando negociaciones con el virrey José de la Pezuela, en las que se discutieron cuestiones tan delicadas como la independencia del país o la posibilidad de instalar una monarquía constitucional.
    Las lecciones aprendidas eran obvias: en un contexto de guerra revolucionaria como el hispanoamericano, toda división del poder constituía una invitación a la anarquía. Por el contrario, la única tabla de salvación disponible residía en la concentración inconsulta y extrema de la fuerza.
    San Martín no tenía problemas en reconocer una parte de estas lecciones:
    La experiencia de 10 años de revolución en Venezuela, Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me ha hecho conocer los males que ha ocasionado la convocatoria intempestiva de congresos, cuando aún subsistían enemigos en aquellos países: primero es asegurar la independencia, después se pensará en establecer la libertad sólidamente( Proclama :1821).
    En el caso peruano, sin embargo, se presentaban problemas adicionales a los afrontados en otras partes del continente por los revolucionarios. En carta confidencial a O’Higgins, el jefe libertador justificaba del siguiente modo su asunción de la totalidad del poder público: 
    “Destruir para siempre el dominio español en el Perú, y poner a los pueblos en el ejercicio moderado de sus derechos, es el objeto esencial de la expedición libertadora. Más, es necesario purgar esta tierra de la tiranía, y ocupar a sus hijos en salvar su patria, antes que se consagren en bellas teorías, y que se dé tiempo a los opresores para reparar sus quebrantos y dilatar la guerra. Tal sería la consecuencia necesaria de la convocación de asambleas o de colegios electorales, si de este origen hubiese de emanar en las presentes circunstancias el poder central y reorganizador; porque habiendo gravitado sobre el Perú la fatal educación colonial del Gobierno Español, no puedo prometerme aquí diversos efectos de los que por igual principio hemos llorado en otros pueblos de la América” (San Martín :1821). 
    Surgía entonces el problema de cómo liberar a quien no necesariamente quería ser liberado. San Martín asumió la suma del poder público con facultades que, como sostenía el Estatuto Provisional del Perú, emanaba de poner la fuerza y la razón al servicio del bien público  y gobernó transitoriamente bajo su sola responsabilidad, más allá de una difusa mención al “asentimiento” de los pueblos: 
    Aparecía de este modo una nueva forma de gobierno dentro del repertorio revolucionario hispanoamericano: el protectorado. 
    Para el Filósofo Inglés, el infortunio de título de protector, estaba ligado a la oprobiosa actitud de Ricardo III  como Lord protector del Reino, que ultimó a su sobrino Eduardo V y a la Oliverio Cronwell , el revolucionario que hizo decapitar a Carlos I .
    El 6 de junio de 1822 Jeremías Benthan envía una carta al Gral San Martin a través de Bolívar, cuando la carta llega a su destino. El acto de Guayaquil era la respuesta a tan indiciosa misiva. 
    Benthan encabeza la carta aludiendo al Título de Protector , como condición de absoluta autoridad, sólo posible de ser limitado por decisión propia.
    Hace hincapié en que esta designación sea temporaria, y el horizonte esté determinado por la instalación de una democracia representativa.  
    Acompaña con un ejemplar de Propuesta de Código , dirigido a todas las naciones que profesen una actitud liberal. 
    “ ahora veamos señor de hacer que esta propuesta sirva como prueba de sus intenciones” …”Si en el nuevo vocabulario Peruano, Protector significa dictador y nada más, la recepción que usted de la propuesta ha de ser positiva(...)Si en cambio Protector significa emperador, la respuesta será negativa, mientras tanto como prueba de su sinceridad, usted dará más información que ordenes,  hablara más de los derechos que de los deberes del pueblo, hablara más de los deberes que los derechos que usted tiene”. (Correspondencia de Jeremias Bentham: 1822)
    “Mortificación tras mortificación, había concluido ya mi carta cuando llegó el norming chronicle de hoy con la noticia de una nueva orden de nobleza instituida en Perú, bajo el nombre de Orden del Sol. ¡¡ Dios mío!! Si en verdad usted ha creado semejante sol, húndalo en el mar.  Es un arcaico y despreciable símbolo del despotismo, levantado en otros tiempos. ¿ Qué es está orden, sino un premio ofrecido al servilismo y la adulación?(Correspondencia de Jeremias Bentham: 1822).
    El contenido de esta carta enviada a San Martín, no tenía por objetivo aconsejar al general , sino humillar al libertador. 
    El emperador o dictador muy a pesar de Jeremias Bentahan se desmoronaba frente al héroe inmortal que se consolidaba.
    La preocupación de Benthan radicada en que la revolución había engendrado en su seno formas de  solución autoritaria. No obstante, también había dejado abierta la pregunta por el régimen político y la participación popular en la toma de decisiones, dos temas que continuarían apareciendo una y otra vez , hasta bien entrado el siglo XIX.
    Perú era el recuerdo que mortificaba a San Martín: Perú, fue  el límite de su horizonte libertador  . Ese desenlace había supuesto una profunda decepción, y aunque en su momento supo mantener sus emociones bajo control, lo ocurrido empezó a atormentar sus pensamientos. Sin embargo, a pesar de no poderse sentir realizado, estaba lejos de ser un libertador fracasado. Nunca desconoció sus cuatro certezas en relación a Perú: la campaña requería el apoyo militar de Bolívar y él lo solicitó; Bolívar no le proporcionó las fuerzas que necesitaba; él se ofreció a servir a órdenes de Bolívar “con todas las fuerzas de que yo disponía”; cuando ese ofrecimiento fue ignorado, le resultó obvio que en Perú no había espacio para dos libertadores y, en consecuencia, decidió marcharse. 
    San Martín realiza el acto político más grande y de mayor trascendencia para la historia americana  que muestra la grandeza de su figura y la honestidad de cada una de sus acciones,  su histórico renunciamiento frente a Bolívar, a quien cede su ejército, su posición de poder y el usufructo de sus hazañas militares. Nunca más lejos de la traición, San Martín renunció a la gloria en el mismo acto en el que la obtenía para siempre. Movido por convicciones despojadas de ambición de poder y opuesto a la lucha fratricida. En conclusión, podemos decir que la principal preocupación de San Martín y muy a pesar del filósofo inglés, fue la derrota del Absolutismo y que más allá de los localismos y las adscripciones territoriales, el Libertador se preocupó por generar siempre las condiciones que le permitieran actuar con independencia de los poderes de turno, embarrados en sus rencillas particulares y siempre deseosos de echar mano a los talentos y recursos que San Martín desplegaba. Parafraseando al Libertador digamos que San Martín fue lo que debía ser, consciente de que, de no ser así, de haberse dejado arrastrar por el violento remolino de las pasiones facciosas de su época, no hubiese sido nada.
     

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    Dr. Diego Garcia 
    Vicepresidente Asociación Cultural Sanmartiniana Concordia

    Bibliografía general: 
    Altamira, Rafael (1928), Bentham y la independencia hispanoamericana, Revista de Occidente, 1928
    The Correspondence of Jeremy Bentham, University College London, vol. XI (1822–1824), J. R. Dinwiddy. 
    Correspondencia personal del Libertador con su amigo Tomás Guido (1816-1849)(2000)  Buenos Aires. Planeta. 
    Documentos del Archivo del General San Martín(1910), Buenos Aires,  Proclama a los Habitantes de Lima, t. XI, p. 385).
    Moreso, José Juan (2013)  “Jeremy Bentham: luces y sombras”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez, en  https://www.academia.edu/12976206/Jeremy_Bentham_luces_y_sombras
    Pigna,  Felipe Pigna (2008), San Martín. El político I, Unsam Edita, San Martín.
    Segreti, C.S.A. (2000) Bernardino Rivadavia. Hombre de Buenos Aires, ciudadano argentino. Buenos Aires: Planeta.

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