Este fue un militar entrerriano bastante olvidado, aunque rescatado del olvido total al ponerle su nombre a la Escuela de Agentes de Policía de la Provincia con asiento en Concepción del Uruguay. Luego se le cambiaría el nombre y la localización, ahora en Villaguay, pero gracias a esa denominación volvió a ser sino plenamente recordado, al menos mencionado. Creo que vale destacar que fue el primer Jefe de Policía de Concepción del Uruguay en 1861 cuando esta era Capital de la Provincia. Luego sería Presidente de la Legislatura, y también Jefe del Departamento Topográfico de la Provincia. Fue Intendente Municipal en 1881 y luego nuevamente Intendente en 1885, aunque no terminó su mandato por razones de salud. Muchas obras de la ciudad se concretaron por su iniciativa, como la construcción de la primera Escuela Normal. También la planta alta del Colegio Nacional. Fue el fundador de la Biblioteca Popular �SEl Porvenir y Presidente de la Comisión Provisoria. También por su iniciativa se reconstruyó la Pirámide de la Plaza Ramírez que se encontraba en estado ruinoso.
Su esposa, doña Etelvina Céspedes de González fue Presidente de la Sociedad de Beneficencia de Concepción del Uruguay, acompañando desde su lugar a su esposo en bien de la comunidad. Su residencia particular en la actual calle 8 de Junio esquina Urquiza aún se conserva, aunque su estado actual, torna imprescindible realizar trabajos de restauración para su puesta en valor, ya que su estado es francamente ruinoso, de lo que en su tiempo fue una mansión.
Alrededor de 1875 el coronel González hizo construir en un baldío existente esa casona, en la calle que en ese tiempo se llamaba Santiago del Estero y La Rioja (hoy 8 de Junio) en la esquina sudeste. Tiene estilo italiano, como era el tipo de construcción que predominaba en ese tiempo para su residencia. Como el coronel González era una figura relevante y con una trascendente trayectoria militar y política. Además habiendo sido de los hombres de confianza del General Urquiza, fue invitado por un importante de correligionarios del Partido Conservador para postularse como candidato a Gobernador de la Provincia. Se dice que González manifestó su acuerdo con la propuesta, pero también pensaba que en ese caso, debía residir en un lugar acorde a tan distinguida distinción. Eso lo movió a mandar construir su residencia en esa esquina y como ellos querían un lugar con ciertos �Slujos⬝, entre ellos 12 habitaciones principales, dos de servicio, dos baños, un galpón, techos de tejas, pisos de madera y mosaicos, y cielorrasos de lienzo. Le fue necesario tomar créditos para la continuación de la obra. Pero las elecciones para Gobernador las ganó el Dr. Ramón Febre, de la localidad de Victoria. De todos modos, como el coronel Melitón González era un hombre muy apreciado, fue electo Intendente en dos períodos 1881 y 1885.
UN SUCESO INCREÍBLE
El 1 de enero de 1861 el General Urquiza lo designó como Jefe de Policía de Concepción del Uruguay y como Secretario a Don Pascual Calvento y fue en ese carácter que le tocó vivir una extraña situación.
�SPor esa época, muchos orientales cruzaban el río Uruguay y se establecían en los pueblos de la costa argentina. Algunos huían por haber pertenecido a facciones rebeldes y otros para incorporarse a bandas armadas que preparaban el alevoso asesinato. Eran entonces figuras militares de primer plano y de confianza del General Urquiza, el general Miguel Galarza, el coronel Pedro Melitón González y el teniente coronel Mariano Troncoso, quienes habían sido designados por el propio General Urquiza, para que reunieran todos los datos necesarios sobre el estado actual de las tres armas del Ejército de la Provincia (1870).
Los cuarteles de la guarnición de Concepción del Uruguay, capital entonces de Entre Ríos, estaban situados al oeste de la ciudad (para el lado de la actual Terminal) entre las calles Artusi y Bartolomé Mitre con frente a Maipú. Existía hasta hace pocos años �Sel polvorín⬝, los pozos con grandes piletas bebederos y algunos paredones derruidos del mismo como testigos olvidados de aquellos tiempos difíciles y gloriosos para la ciudad capital. El coronel González era una figura de relieve, había ocupado el cargo de Jefe de Policía y el de Intendente Municipal y por ese entonces presidía la Cámara Legislativa de la Provincia, allí en Concepción del Uruguay. Su ascendiente sobre las milicias y sobre la gente de la ciudad y la campaña era grande por su abnegación y generosidad. Fue asimismo un progresista propulsor de la beneficencia. Su popularidad ente la gente humilde la había adquirido porque sabía llegarse hasta ellos con mano generosa y porque sabía atemperar el rigor de la ley para reprimir los pequeños delitos, producto de la necesidad y de la incuria de la época, que por designio de delinquir.
En su oportunidad había advertido al General Urquiza, su impresión acerca de los emigrados orientales, que no todos venían perseguidos, sino que se pasaban a nuestro territorio para sumarse a los descontentos. �SExceso de celo, coronel⬝ le había contestado el general, palmeándole la espalda con su sonrisa franca de viejos camaradas. Tal vez previendo una alteración del orden en los cuarteles o acaso una supuesta infiltración sediciosa, el coronel aparecía allí por sorpresa, por la noche. Acostumbra a hacerlo después de las diez la mayor parte de las veces le acompañaba el teniente coronel Troncoso, su hermanastro, o el mayor Pascual Calvento. Aquella noche se dirigió a los cuarteles sin acompañantes, tomando por el medio de la calle Bartolomé Mitre. Hasta acá la historia verídica. La parte sobrenatural viene a continuación:
El coronel caminaba a paso seguro en la oscuridad por la calzada citada más arriba. Esta calle tenía entonces veredas (altas, de casi 1 metro) y una que otra casita: los demás eran ranchos con cercado de enredaderas de zarzaparrilla y huevos de gallo. Vestía uniforme y llevaba espada, aunque en otoño cubierto con su capa negra que estilaba en días invernales. La ciudad dormía. Solo de vez en cuando se oía el ladrido de algún perro insomne. Al llegar a la calle Ameghino apareció ante el de improviso, un enorme perro blanco y lanudo que, evidentemente, quería interceptarle el paso; ladraba poco: su actitud era más bien de no dejarle pasar. El coronel quiso avanzar, más el perro se paró delante suyo con las patas traseras, gruñendo ferozmente. Desenvainó entonces su espada y le tiró a fondo un puntazo veloz. El perro se lo esquivó fácilmente y así otros varios consecutivos, pero el animal no abandonaba su resuelta actitud de no dejarlo avanzar ⬝Pensé haberle un tiro de pistola, pero el temor de causar alarma me contuvo⬝.
Así pasaron varios minutos: a cada puntazo, el mastín daba un salto rápido, y a la par que lo esquivaba, llegaba casi a rozarle el pecho con sus patas delanteras. Diestro en el manejo del acero, ágil a pesar de sus años empleó sus recursos de soldado veterano, pero todo fue en vano. El perro parecía intocable y sus saltos rápidos eran cada vez más amenazantes y fieros. En uno de esos alcanzó a apretar entre sus dientes el rudo de la capa y tirar fuertemente hacia atrás, como dándole a entender que debía volverse. El coronel clavó su espada en el suelo y apoyó ambas manos en la empuñadura y se limitó a mirarlo fijamente. El perro echado delante suyo, jadeante, deba algún ladrido extraño. Esta es la parte interesante de la historia. El perrazo blanco, dueño y señor del medio de la calle, deteniendo el paso a un aguerrido soldado con buenas armas.
¡Cosa del diablo! Había exclamado el coronel y optó por volverse a su casa, a pesar de su carácter inflexible, acostumbrado a no desistir de sus decisiones. No había desandado dos cuadras, cuando vio venir apresuradamente a dos bultos oscuros que al pasar bajo el último farol de kerosén fueron reconocidos; se trataba de dos viejos amigos y parientes, Don Pascual Calvento y Don Manuel Céspedes. Ambos venían apresuradamente de su casa. Habían ido a avisarle que esa noche no fuera a los cuarteles, como lo hacía habitualmente. El Negro Mariano, criado del coronel había llegado corriendo a su casa para comunicarle que cuando volvía de los cuarteles, hacía apenas unos minutos, varios emponchados estaban cerca de la esquina, hoy Santa Fe, como si aguardaran a alguien, en actitud sospechosa. El coronel a su vez les refirió lo acontecido, pero al llegar nuevamente a la calle Ameghino, el perro había desaparecido, lo que no dejó de molestarle. Sin novedad llegaron juntos al cuartel. Seguramente su encuentro con los dos oficiales despertó sospechas entre los emponchados, que se creyeron descubiertos y temiendo ser rodeados, optaron por desaparecer del lugar. ¿Aquel misterioso perro le había salvado la vida? Misterioso porque ningún vecino de ese barrio tenía un perrazo semejante. Al día siguiente, una esquela anónima decía al coronel �SUn amigo de Usted, que no puede revelar su nombre, le pone sobre aviso que han planeado asesinarle, como también al general Galarza. Cuídese Usted de salir por la noche sin asistentes bien armados⬝. La coincidencia era total. El coronel no creía en esas cosas y cuando contaba lo acontecido, decía que todo había sido una casualidad⬝
Esta anécdota fue extraída de Recuerdos de Concepción del Uruguay. Evocaciones a la distancia 1957 de Gregorio Troncoso Roselli. Publicación local.