Mensaje al Encuentro Diocesano de Consejos Pastorales Parroquiales
Comparto unas sencillas reflexiones sobre la vocación misionera de todos los cristianos y la urgente necesidad de responder a ella en la acción pastoral. Lo hago recogiendo la llamada evangelizadora de los últimos Pontífices.
Jesús nos dijo: �SLos elegí para que vayan y den fruto⬝ (Jn 15,1). Resuena en nosotros el llamado. La parroquia, en particular, como comunidad de fieles junto a su pastor propio, el párroco, oye la voz del Espíritu que la convoca a una renovada conciencia, espiritualidad y presencia misionera.
Una característica propia de la vida parroquial, y a la que la comunidad debe ser fiel para proyectarse a las necesidades del hombre de hoy, es la entrega generosa de cada fiel (tiempo y carismas, oración y medios materiales) para llegar en su acción a todos los rincones del barrio, las aldeas y los sectores humanos.
La urgencia de la actividad misionera hoy, y la solicitud y de cada uno de los miembros de la parroquia por responder al imperioso deber que proclama el Apóstol Pablo: �S¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!⬝ (1 Co 9,16), son exigencias de renovada fidelidad.
Fidelidad de la parroquia a su naturaleza misionera. El fin de evangelizar pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia.
Fidelidad es corresponder a ese fin con nuevo ardor. Recordemos las apremiantes palabras del Papa Pablo VI:
�SNosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.
Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa⬝ (Evangelii Nuntiandi, 14).
�SJesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre⬝ (Heb 13,8), y en todo tiempo es la misma su voluntad salvífica. Hoy la Iglesia, como lo ha hecho ininterrumpidamente desde hace 2000 años, debe anunciar con todas sus fuerzas, a toda la familia humana, que la salvación no puede venir más que de Jesucristo.
El Papa Juan Pablo I tuvo un muy breve pontificado, pero suficiente para recordarnos esta vocación misionera. En su primer mensaje, programático, donde presentaba los ejes que se proponía para su misión pastoral universal, decía:
�SQueremos recordar a la Iglesia entera que su primer deber es el de la evangelización, cuyas líneas maestras nuestro Predecesor, Pablo VI, ha condensado en un memorable documento. Animada por la fe, nutrida por la Palabra de Dios y sostenida por el alimento celeste de la Eucaristía, ella debe estudiar toda vía, buscar todo medio, «oportuno o inoportuno» (2 Tim 4, 2), para sembrar el Verbo, para proclamar el mensaje, para anunciar la salvación que pone en las almas la inquietud de la búsqueda de lo verdadero y en ella la sostiene con la ayuda de lo alto. Si todos los hijos de la Iglesia supieran ser incansables misioneros del Evangelio, un nuevo florecimiento de santidad y de renovación surgirá en el mundo, sediento de amor y de verdad⬝ (Radiomensaje Urbi et Orbi, 27.08.1978).
El carácter misionero forma parte de la naturaleza de la Iglesia, congregación de fieles que es misterio de comunión misionera. Por eso la comunidad parroquial, que es la misma Iglesia entre las casas del barrio, sólo desea una cosa:
continuar, guiada e impulsada por el Espíritu Santo, la obra misma de Cristo.
Fidelidad en esta hora de la historia
Hoy muchas personas sobrellevan desorientadas un estilo de vida individualista, hedonista y pragmático, propuesto por filosofías secularistas e ideologías culturales y políticas en las que Dios y la trascendencia de la persona humana están ausentes. Quienes aceptan este estilo de vivir experimentan, tarde o temprano, las secuelas de injusticia y corrupción que engendra, y terminan sintiendo el vacío y, finalmente quizás, la náusea de su existencia.
Detrás del vacío de humanidad de nuestro tiempo hay un anhelo no confesado de escuchar un anuncio que proclame la verdadera dignidad del
hombre y el sentido último de su existencia personal y comunitaria.
El alejamiento de sus raíces cristianas convierte a nuestra cultura en tierra de misión. Nuestra fidelidad a la vocación propia de discípulos de Jesús debe traducirse, en esta hora de la historia, en un anuncio claro de Jesucristo. �0l es el único Redentor del hombre. Decía el Papa Juan Pablo II en el comienzo de su pontificado, y sus palabras conservan hoy particular significación:
�SEl cometido fundamental de la Iglesia en todas las épocas y particularmente en la nuestra es dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús⬝ (Redemptor hominis, 10).
Fidelidad al llamado de la Iglesia
La Iglesia universal, a través de la voz del Papa y los Obispos, no cesa de convocarnos a una Nueva Evangelización.
La mirada de pastor de San Juan Pablo II sigue siendo actual, y nos urge para que vivamos nuestra hora como un tiempo de misión:
�SLa misión de Cristo Redentor confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse... Una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios⬝ (Redemptoris Missio, 1).
Muy diversos pueden ser los métodos y las expresiones que la misión disponga en cada parroquia, zona pastoral o sector (geográfico o humano); pero cualquiera sea el camino emprendido en cada lugar o situación concreta, los laicos deben estar presentes como primeros e insustituibles colaboradores de los pastores en la irradiación de la vida que nace del anuncio de Cristo Salvador. La vocación de todos los cristianos es esencialmente misionera, de salida a todas las periferias geográficas y existenciales para que allí brote una Vida digna y plena en Jesús.
Ardor misionero, alegría de evangelizar
Vivimos un tiempo y un espacio que son apremiantes de misión. Dos notas se deben destacar en la respuesta fiel a este desafío de siempre y muy
imperioso hoy: el ardor misionero y la alegría de evangelizar.
La parroquia, elegida y enviada, será rica en frutos si todos sus miembros respondemos con generosidad y santidad, con ardor y alegría, a las urgencias y desafíos de nuestro tiempo.
Nos exhortaba el Papa Benedicto XVI:
�SNecesitamos retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio⬝ (Mensaje para la Jornada Misionera 2012).
El Papa Francisco comparte con toda la Iglesia su sueño y nos invita a soñar con él y a hacer realidad este sueño: una Iglesia que recibe la alegría del Evangelio y vive la alegría de evangelizar. Al introducir su Exhortación Apostólica EvangelioGaudium nos dice:
�SLa alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por �0l son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años⬝ (Evangelii Gaudium, 1).
En las parroquias, animadas por la fe, la esperanza y la caridad de Cristo, cada cristiano hace una experiencia comunitaria, gracias a la cual también él se siente un elemento activo, estimulado a ofrecer su colaboración en las tareas de todos. De este modo las comunidades contagian entre los fieles el ardor y la alegría de la evangelización.
Renovar nuestro compromiso misionero en la diócesis
Nuestra Iglesia particular de Concordia quiere seguir asumiendo este compromiso misionero, como lo hizo en el Plan Pastoral Diocesano, al proponernos como primer campo pastoral el Anuncio evangelizador:
�SPorque, como comunidad diocesana, estamos convencidos que el centro de nuestro anuncio es la presencia viva de Jesús⬦
⬦ nos comprometemos a revitalizar en cada comunidad la dimensión evangelizadora, asumiendo el estilo de vida de los discípulos y discípulas asemejándonos cada vez más al modo de pensar, hablar y actuar del Señor, promoviendo la participación e integración de los adolescentes, jóvenes y adultos; para que crezca en cada bautizado el deseo y el compromiso de anunciar el Reino logrando que el anuncio del Evangelio llegue a todos⬝.
Roguemos a María Santísima, modelo de fidelidad al plan de Dios en la Anunciación y primera misionera en la Visitación, interceda por nosotros para sostener nuestro compromiso de fidelidad a la vocación misionera. Roguemos a San José, quien acompañó con su fe, su silencio, su trabajo y su amor, el crecimiento de Jesús, quien es el Evangelio y el Evangelizador, nos siga acompañando con su intercesión y ejemplo, como Patrono de la Iglesia universal misionera.
Luis Armando Collazuol
Obispo de Concordia

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