�SLa niña del cisne⬝ es un cuento escrito e ilustrado por la autora argentina Sarah Mulligan, que obtuvo el 2º Premio Literario CON SO DIS en el año 2014.
Inspirado en una historia real trata sobre los problemas de accesibilidad y falta de empatía que deben atravesar las personas que se trasladan en sillas de ruedas.
En el contexto del día Internacional de la Silla de Ruedas que se conmemora el día 1 de Marzo, presentamos esta obra literaria para disfrutar junto a los seres queridos, que en cuyos corazones vive la infancia, más allá de toda edad cronológica.
Pueden encontrar a Sarah Mulligan en su canal de Youtube: Los cuentos de Sarah Mulligan
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Instagram: @sarahmulliganok
Website: www.sarahmulligan.com.ar
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Desde que era muy chiquita, Berni se movía de aquí para allá en una silla de ruedas. A veces, cuando escuchaba música, podía sentirla en su cuerpo, en sus piernas, y le daban muchas ganas de bailar. Se iba a su dormitorio, cerraba la puerta y empezaba a mover los brazos: giraba la cintura, inclinaba el torso hacia adelante y hacia los costados, como un cisne. Bernie había convertido su silla de ruedas en un maravilloso objeto giratorio, aunque nadie en este mundo conocía su secreto.
A Bernie le encantaba salía a pasear por el barrio. Solía dar vueltas por la manzana. Una tarde fresca del otoño decidió ir más lejos. Esperó durante media hora hasta que algún vecino de su edificio saliera casualmente y la ayudara a bajar los cinco escalones de la entrada; después tuvo que atravesar las baldosas en mal estado de la vereda; pidió ayuda a varias personas para cruzar las calles sin rampas. Aunque no todos estaban dispuestos a ayudarla, ese día, nada lograba entristecerla: pronto estaría en el lago, donde vería a los patos y a las garzas con sus cuellos largos y estilizados.
Finalmente, la joven llegó hasta una explanada. Eran solo cuatro los escalones que la separaban del parque. Unos metros más allá, el lago la esperaba. Un chico caminaba bajo los árboles. Vestía una camisa blanca, pantalones negros y unos zapatos de puntas alargadas, muy bien lustrados.
-Ey- gritó Bernie, con una sonrisa. ¿Me ayudas a subir? El muchacho la miró con desdén y siguió su camino. La muchacha lo miró, perpleja.
Empezaba a llover cuando un enorme cisne blanco voló, rasante, sobre ella. Las grandes alas la cubrieron con su sombra. Bernie levantó los brazos y acarició su vuelo por unos segundos. A veces, esperar es hermoso, pensó mientras dejaba que la lluvia le cayera en la cara.
Un hombre que pasaba la ayudó a subir la silla y minutos después estuvo por fin frente al lago. Atrás del grupo de garzas que chapoteaban bajo la lluvia, volvió a ver al cisne, con las alas quietas, flotando cerca de la orilla. Se dio cuenta de que no podría llegar hasta él. La senda asfaltada había terminado y las ruedas de la silla podrían quedar enterradas en el barro.
Empezaba a sentir el frío húmedo de la tarde cuando vio al ave dirigirse a ella con lentitud. El cisne frenó a unos pocos metros y empezó a dar vueltas en redondo, con serenidad. Alzaba las alas, las desplegaba, daba suaves vueltas sobre sí mismo. Inclinó la cabeza a un lado y al otro, siguiendo un ritmo silencioso y delicado. Después de un rato, pegó media vuelta y alzando las alas se perdió en el gris de la tarde.
Había dejado de llover. Hubo quienes la ayudaron a bajar los cuatro escalones, a cruzar los cruces sin rampas, a sortear las sendas en reparación, y sus penosas peripecias se transformaron, aquel día, en una gran aventura. Hasta que llegó a una vereda con baldosas sueltas y rotas. Esperó, pidió ayuda y volvió a esperar. Pero ¡nada!
De pronto, escuchó la suave melodía de un tango que sonaba a sus espaldas. Giró la silla y vio unas parejas que practicaban pasos de baile. Algunos vestían pantalón negro, camisa blanca y unos zapatos muy bien lustrados. Entró al salón a pedir ayuda, pero en su lugar dijo:
-Disculpe, ¿hay lugar para una alumna más?
El hombre que la atendió se echó a reír. Esta vez Bernie no se ofendió.
- Bueno⬦ -carraspeó- pase al salón. Está por empezar la milonga -y extendió el brazo en dirección a una puerta anaranjada.
El hombre de la entrada se acercó a un muchacho que vestía pantalón negro, camisa blanca y zapatos muy bien lustrados y le presentó a Bernie.
Para ambos era la primera clase en aquel salón, aunque no era la primera vez que se veían aquella tarde. La chica lo miró. Pudo ver en la mirada esquiva de aquel muchacho el mismo miedo y la misma lástima que solía encontrar en los ojos de los desconocidos. �0l le tomó las manos y la hizo girar sobre sus ruedas al ritmo de �SLa cumparsita⬝. Bernie cerró los ojos y se dejó llevar por el pulso de la música. Sintió el mismo calor de las alas del cisne acariciándola en pleno vuelo, aquella certeza de cobijo bajo la lluvia, mientras se dejaba llevar por la pasión que hasta ahora había escondido en el secreto de su dormitorio.
Girando los dos, se encontraron sus ojos. Algo nuevo brillaba en la mirada del muchacho. Bernie sintió compasión por él. El chico de los zapatos muy bien lustrados sonrió y la levantó en el aire. La llama de una amistad estaba naciendo. La chica supo que aquella tarde, en pleno vuelo de cisne, había ayudado a andar a una persona paralizada.
FIN