Hostal del Río
Cualquiera que busque �SHostal del Río⬝ en internet, va a encontrar varios (en Aluminé, en El Bolsón, en la ciudad de Salto, entre otros). También un sitio en Concordia que figura como �Satracción turística⬝, con una única foto, actual, de un edificio abandonado, sin comentarios ni opiniones. Cualquiera que consulte Street View (las imágenes que tomó Google en marzo de 2015 cuando estuvo en ese lugar), verá el mismo edificio, pero prolijo, en actividad, incluso con un cartel que indica su nombre.
Un concordiense, sin embargo, no lo �Sgooglearía⬝ jamás. Hostal hay uno solo y todo el mundo sabe dónde está. Ningún concordiense pasaría a su lado sin dedicarle una mirada. Mirada que, sin embargo, ha ido cambiando con el tiempo.
En los años �"70 se lo miraba con curiosidad y admiración. Se lo mostraba con orgullo a cada pariente que venía de visita. Del mismo modo se lo enseñó también al presidente Lanusse en oportunidad de la visita oficial en la que anunció, en exclusiva, desde Concordia y para todo el país, que la construcción de la represa de Salto Grande ya estaba decidida.
Sin dudas, el Hostal encabezaba las atracciones turísticas de la ciudad. Incluso, había sido catalogado por la revista Gente como uno de los diez mejores boliches bailables del país. Es hora de repasar un poco cómo y por qué llegó ahí.
Surgió como una idea del intendente Rafael Tiscornia quién, en principio, pensó en emplazar un mirador en aquella privilegiada altura desde donde se podía apreciar el Río Uruguay y la zona de Salto Chico. �SY a salvo de cualquier creciente⬝, fue el pensamiento que cruzó por más de una cabeza. Diez años habían transcurrido desde la catastrófica inundación de 1959, pero su fantasma aún alimentaba los miedos de la gente.
El proyecto, tan atractivo como novedoso, con esa forma octogonal, cuasi circular que permitía encontrar al río del otro lado de cada ventanal, fue diseñado por el departamento de Obras Públicas de la Municipalidad, con dirección de obra a cargo del Arquitecto Hugo Benchoa. La construcción estuvo a cargo del personal municipal que con idoneidad supo amalgamar la solidez de la piedra con la calidez de la madera. Un dato curioso es que parte de la herrería se hizo en los talleres de la Unidad Penitenciaria.
Mención aparte merece su icónico techo de paja, trabajado hábilmente por artesanos locales, previamente capacitados por un especialista brasileño contratado a tal fin. Especialista que no había sido fácil de encontrar. Oscar Calvet, dibujante, cuenta que conformaron un grupo con otros tres funcionarios y emprendieron una intensa búsqueda por la República Oriental del Uruguay. Viajaron en un Falcon. A falta de puentes, cruzaron el río Uruguay en balsa (una tan pequeña que sólo llevaba de a un auto por vez). Después de dos intensos días sin encontrar un profesional, decidieron volver en lo que terminaría siendo un viaje peligroso. Cruzaron la ciudad de Montevideo en medio de un caótico apagón general, producto de uno de los atentados subversivos de aquellos tiempos difíciles. Un segundo viaje fue necesario. Así fue cómo finalmente hallaron al especialista que por ese entonces trabajaba en las Termas de Arapey.
El Mirador de San Carlos (así se lo llamó en un principio) se inauguró en 1970. Indudablemente encantador, con ese carácter entre exótico y romántico, su foto pronto apareció en los exhibidores de postales que se podían comprar en la Estación o en la Terminal como un �SRecuerdo de Concordia⬝.
Casi de inmediato, Ignacio Lapiduz, empresario gastronómico de la ciudad, se ofreció como concesionario presentando un proyecto superador: transformar ese lugar en una confitería, un salón de té y a la noche, en boliche bailable.
La propuesta fue aceptada y en julio de 1971, el Hostal del Río abrió sus puertas.
Y deslumbró.
El interior era espectacular, inspirado en la película �S2001 - Odisea del espacio⬝. Destacaba, por ejemplo, un importante hogar a leña emplazado en el medio de la pista principal. No era para menos. Para su decoración y ambientación se había contado con el asesoramiento del mismísimo creador de la famosa Keops de Villa Carlos Paz, siguiendo la tendencia que la �Sboite⬝ porteña Mau Mau había inaugurado un par de años antes.
Rápidamente, se convirtió en un ícono nacional con la presencia de los famosos de la época como Los Plateros, Piero, Héctor Caballero, �SChunchuña⬝ Villafañe, entre otros.
Eran los tiempos en que el romance entre una Susana Gimenez en auge y un muchacho de barrio campeón mundial de boxeo como Carlos Monzón era furor en las tapas de las revistas. Su sola presencia revolucionaba París, Mau Mau y al mismísimo Hostal, también.
No faltaron las figuras de la política. Se dice que el entonces gobernador Cresto solía recibir allí a los funcionarios nacionales que llegaban a la ciudad.
�SHostal era tan lindo de día como de noche⬝. Por muchos años, brindó desde la posibilidad de tomar un café con vista al río, hasta un vaso de whisky que podía ser incluso de la botella que el barman guardaba en exclusiva, con el nombre del cliente escrito en ella. Más de doscientas setenta botellas de whisky personalizadas llegaron a contarse alguna vez custodiadas detrás de la barra.
En la década de 1980, más precisamente desde aquel fatídico día de 1982 en que un incendio arrasó con todo, se miraba al Hostal con mucha desazón y tristeza. Sólo la solidez de las piedras de sus paredes les permitió quedar en pie. Ese día todos desfilaron por allí. El humeante panorama resultaba desolador.
Así fue por casi dos años hasta que en diciembre de 1983 corrió una voz⬦ el Rotaract Club Concordia usaría el lugar para la icónica fiesta de fin de año.
Pasada la medianoche del 24 de diciembre, la calle y los cerros estaban tapizados de autos. El Hostal, aún en ruinas y sin techo, lleno de gente. Daniel Sadowski hizo que la música sonara como siempre. La fiesta fue un éxito. La noche, épica. La del 31, también. Inolvidable.
El Hostal se miraba con renovada esperanza. Se reconstruyó el techo de paja, pero ya no tan grueso y con una novedosa cumbrera de vidrio. También se reconstruyó el entrepiso que haría las veces de reservado. Chapar allí una noche de lluvia, las gotas resbalando sobre los vidrios y éstos vibrando con los acordes de un Eclipse Total del Corazón, sería una experiencia intransferible.
El Hostal volvió a abrir sus puertas el 6 de diciembre de 1985 de la mano de los hermanos Oppel. �SCharly⬝ Díaz De Vivar, secundado por Sadowski pusieron sus equipos al mango y con �SMoney for nothing⬝ de Dire Straits no solo habilitaron la pista, sino que encendieron las noches de las nuevas generaciones por casi diez años más.
La entrada nunca fue barata. Aun pudiendo pagarla, había que ser admitido. En eso había cierta analogía con Mau Mau, donde nunca se era lo suficientemente rico, elegante o famoso para poder entrar (a Guillermo Vilas, por ejemplo, no le habían permitido el ingreso porque calzaba zapatillas). En el caso del Hostal, parecía que nunca se era lo suficientemente grande para poder entrar.
Para un concordiense, la primera ida al Hostal era motivo más que valedero para alardear. Pero también para sorprenderse. La pista, unos escalones más abajo. La barra, pegada a un costado, no pasaba desapercibida. Deslumbraba. Grandes aberturas daban al exterior. Permitían circular por los distintos patios que acompañaban el desnivel natural del cerro y, si se había prometido una noche de �Ssidra libre⬝, hasta se podía ver en el fondo un camión entero cargado de cajas conteniendo botellas y más botellas del burbujeante líquido.
La música siempre fue de un impecable género rock. Si bien no fue el único, uno de los �Sdisc-jockey⬝ más emblemáticos de ese tiempo fue sin dudas, Carlitos Díaz De Vivar. Charly respiraba y latía Hostal. Por lo general, ponía los lentos una media hora antes de que el cielo sobre Salto comenzara a aclarar. Luego, en un momento que parecía tener perfectamente estudiado, apagaba el sonido y daba por finalizada la noche. Era el momento en el que, con una queja a flor de labio, todos salían al patio. Un lapso de tiempo único, inconfundible, donde el cuerpo pretendía seguir bailando, los oídos zumbaban y todos se peleaban por un lugar en los asientos de piedra que copiaban el contorno del patio. Y ahí, parecían sentirse plenos, habían bailado en el Hostal hasta ver aparecer el sol.
Las décadas cambiaron. Los milenios cambiaron. Los concesionarios, también. Hubo un tiempo en el que hasta permaneció cerrado. El Hostal empezó a ser mirado con una premonitoria nostalgia. El techo de paja y el hogar central no cumplían con los nuevos estándares de seguridad y debieron ser removidos. El Hostal estaba perdiendo parte de su identidad.
En la década de 2010, el Hostal fue mirado con desconcierto. El sábado 14 de enero de 2017 fue la noche que se promocionó como su última fiesta. Los rumores hablaban de rescisión de concesión. Lo cierto es que el Hostal, claramente cerrado, volvió a las manos de la Municipalidad.
Al día de hoy, principios del 2023, ya son seis los años que el Hostal sólo recibe miradas dolorosas. Pocas, porque el acceso vehicular al Parque San Carlos está restringido, pero no por ello menos dolorosas. Enojadas, también. Nadie parece haber cuidado al Hostal. Ni el incendio lo había destruido tanto. Ni en cincuenta años lo habían despojado de su nombre. �SHostal de los Niños⬝, pretendió imponer hace un tiempo un cartel.
Seis años de promesas. Proyectos. Contraproyectos. Anuncios. Vandalismo. Nuevos y distintos anuncios. Una consulta no vinculante. Una concesión que lo transformó por un tiempo en pelotero y salón de cumpleaños. Abandono. Malezas. Nuevos anuncios. Pero todo eso es otra historia. Historia reciente que no es la que se pretende rescatar aquí.
Bien podría replantearse simplemente aquello de⬦
�SUNA CONFITERÍA, UNA CASA DE T�0, CON UNA VISTA EXCLUSIVA DEL RÍO URUGUAY⬝
Sólo en horario diurno. El ingreso vehicular podría ser el mismo que actualmente es usado por los huéspedes del Hotel San Carlos. Unos pocos y acotados metros.
Y los concordienses volveríamos a estar orgullosos de llevar a las visitas e invitarlas con una cerveza o un café, unos �SCarlitos⬝ o una porción de torta.
Charla de la buena, con vista al río. En el Hostal.
�anico.