Guillermo Patricio Kelly al servicio de Perón: una fuga vestido de mujer, acusaciones de tortura y el peligro de linchamiento del General
(Continuación) Cuando partió de Chile con destino a Caracas, usaba una nueva identidad. Era el �Sdoctor Vargas⬝, y se presentaba como �Spsicoanalista⬝.
Apenas llegó a Venezuela, Perón convocó a Kelly para ejecutar una tarea de inteligencia. El jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada, había detenido a un nicaragu��ense que decía que el gobierno argentino le había encargado matar al General, asesinato que, por efecto dominó, produciría la caída del régimen de Pérez Jiménez, presidente de Venezuela. Estrada consultó a Perón sobre la veracidad de este plan y Perón creyó que el mejor hombre para interrogar al preso era Kelly.
Sin embargo, todo lo que Perón ordenó con sigilo, Kelly lo realizó con estruendo. Su presencia en la cárcel generó revuelo entre los detenidos políticos. Kelly decidió trasladar al nicaragu��ense al Tamanaco, un hotel de cinco estrellas. Lo tuvo ocho días entre sus manos para hacerlo hablar. Luego le informó a Perón:
�Es un pendejo capaz. Se llama Chaubol Urbina y responde a las órdenes de (Domingo) Quaranta, el jefe de la SIDE. Lo iba a matar a usted en Panamá, en la entrada del Hotel Washington, pero se le cruzaron unos chicos y prefirió no dispararle. Confesó todo.
�¿Lo torturó? �preguntó Perón.
�Nooo... Me hice pasar por el doctor Duval, su asesor legal. Lo puse en una suite, con una manicura para que le hiciera las manos. Todo a puertas abiertas. A la noche le daba de comer pollito con crema. Fina cortesía. Habló de buena manera. Aquí están las grabaciones.
Después de ese triunfo, Kelly no demoró mucho tiempo en exhibirse en público en Venezuela: organizó una conferencia de prensa en una confitería de Sabana Grande. Allí fue contactado por el reportero colombiano Gabriel García Márquez, quien quedó encantado por el relato de sus aventuras y escribió un artículo -�SKelly sale de la penumbra⬝- que luego recopilaría en el libro Cuando era feliz a indocumentado.
Otra de las tareas de Kelly, al servicio de Perón, fue el armado de una �Scueva⬝ de seguridad e inteligencia en el edificio Riverside, sobre la avenida Bello Monte, una �Scueva⬝ que pobló de granadas, pistolas y metrallas obtenidas en los encuentros con su amante, la actriz argentina Zoe Ducós, esposa del segundo jefe de la Seguridad Nacional, Miguel Sanz, y también amiga de Perón y de su novia Isabel, quienes para esa época llevaban casi dos años de convivencia.
García Márquez, en su artículo, había mencionado que las mujeres admiraban a Kelly tanto como a Humphrey Bogart. Pero el efecto de simpatía del célebre prófugo se desvaneció en forma abrupta cuando se supo que trabajaba para la policía secreta del régimen de Pérez Jiménez y asesoraba en la represión de los opositores �Spara impedir que estallase la primera revolución comunista de América Latina⬝.
Los estudiantes de la Universidad Central empezaron a identificar a Kelly con las torturas del aparato represivo local. La furia contra el militante nacionalista se transfirió también hacia Perón, que hasta entonces gozaba de todas las comodidades del régimen venezolano, aunque él prefería mantenerse apartado de las figuras de su gobierno.
El 26 de enero de 1958 el diario El Nacional tituló: �SPerón dirigió la represión contra el pueblo venezolano⬝, y lo sen̒aló, junto con Kelly, como �Sasesores de torturas de la Seguridad Nacional⬝. En la edición también se publicaron cartas fraternales de Perón al titular de ese organismo.
El ex presidente argentino no tardó en verse puesto en la mira de los revolucionarios y estuvo cuatro días cercado por los que bajaron de los cerros al grito de �Smueran los dictadores⬝.
Querían lincharlos a Perón y a todos los argentinos que lo rodeaban.
Perón se había transformado en uno de los enemigos del pueblo.
Justo esa semana, el General había decidido convocar a una amplia reunión consultiva para definir la posición del justicialismo frente a las elecciones presidenciales de febrero de 1958. En la mesa de su modesta casa del barrio El Rosal se reunieron John William Cooke, el empresario Jorge Antonio, Guillermo Patricio Kelly, y varios dirigentes exiliados de la Resistencia Peronista y el sindicalismo. Cada uno había llegado con sus ideas. Las opciones estaban abiertas: podían apoyar el voto en blanco o a Frondizi, pero de ningún modo a los partidos neoperonistas que se gestaron en forma autónoma a su conducción, y amenazaban con dispersar el caudal electoral. Perón los consideraba �Straidores solapados del Movimiento⬝.
Cualquiera que fuese la decisión, el líder exiliado quería que su directiva fuese cumplida por la totalidad del Movimiento, para demostrar que era el jefe indiscutido y mantenía su capital electoral.
Mientras se analizaba en conjunto los riesgos y beneficios de las distintas alternativas, Perón ya había elegido: el 3 de enero de 1958 llegó a Caracas el enviado de Frondizi, Rogelio Frigerio, que dirigía el semanario político Qué y era uno de los inspiradores del pacto junto con el abogado Ramón Prieto y el delegado Cooke.
Perón escribió una larga lista de condiciones para apoyar a Frondizi, y se la pasó a Frigerio. Además de la restitución de sus bienes personales y los de la Fundación Eva Perón, lo obligaba a terminar con la persecución y las inhabilitaciones, normalizar la CGT y los sindicatos, legalizar el Partido Peronista, reemplazar a los miembros de la Corte Suprema, declarar vacantes todos los cargos electivos y convocar a nuevas elecciones en el término de dos an̒os. A cambio de todo eso, Perón suspendería sus directivas en favor de la violencia e intentaría su rehabilitación política legal.
En pocas palabras, quería que Frondizi, tras su triunfo electoral, le allanara el camino para volver a ser candidato a Presidente, y abandonar su condición de desterrado, vedado de derechos políticos.
Frigerio volvió a Buenos Aires con las condiciones impuestas por Perón. Frondizi las examinó y lo envió de regreso a Caracas el 18 de enero de 1958. El pacto Perón-Frondizi ya estaba listo para ser firmado.
Fue en ese momento cuando estalló la revolución en Venezuela.
El presidente Pérez Jiménez escapó a la República Dominicana. En el apuro �lo estaba persiguiendo una flotilla de taxis� dejó en la pista de aterrizaje una valija con millones de dólares. Todos los funcionarios de la Seguridad Nacional escaparon.
Perón fue otro de los objetivos de los insurrectos. Fueron a buscarlo a su casa. El ex presidente había intentado trasladarse a la �Scueva⬝ del Riverside junto con Cooke y Kelly, pero como el edificio ya estaba rodeado debió esconderse en la casa de un matrimonio argentino. En ningún momento Perón se desprendió de su portafolio, donde guardaba su metralleta Mauser. Mientras tanto, Cooke y Kelly salieron a buscar embajadas donde refugiarlo. Espan̒a y México lo habían rechazado. Los revolucionarios ya estaban tiroteando el palacio presidencial de Miraflores y el aeropuerto era tierra de nadie. La calle estaba tomada. Los agentes tenían bloqueada la salida del edificio de la Guardia Nacional. Había saqueos, incendios, ahorcados. Nadie identificado con el régimen o con Perón podría salir vivo. Ésa era la orden de los revolucionarios. Se suscitó un problema adicional: Frigerio. Si alguien lo tocaba, el pacto electoral con Frondizi se caía.
Finalmente, Perón recibió asilo en la embajada de la República Dominicana y permaneció cuatro días, del 23 al 27 de enero de 1958, junto con Isabel y los caniches, con el tableteo de las metrallas como fondo sonoro. Sus colaboradores fueron entrando como pudieron. No había protocolo ni servicio de embajada. Afuera, más de mil personas zamarreaban el portón de entrada con voluntad de hacer �Sjusticia popular⬝.
En momentos de soledad, Perón había imaginado que su destino era morir en el destierro, pobre y olvidado, como San Martín o Juan Manuel de Rosas, o bajo las balas de un oficial de inteligencia o de un mercenario, pero en su fatalismo nunca se le ocurrió la posibilidad de ser linchado por la venganza de otro pueblo. Hizo un aparte para analizar la situación con Kelly, pero su colaborador, el suboficial Andrés López los interrumpió:
�Mi General, ¿usted tiene un imán para la gente mala? �le dijo con la voz desencajada.
Perón quedó en silencio. Kelly era incontrolable y había arrastrado a todos con sus desbordes. Lo sabía. Pero, con tantos an̒os de peronismo, el suboficial López no había entendido que un conductor debía empujar para adelante, con lo bueno y lo malo. Si elegía sólo a los buenos, se quedaba nada más que con tres o cuatro y terminaba sin ir a ningún lado.
El embajador dominicano Rafael Bonelly intervino y le pidió a Perón que desarmara a los argentinos. Era una exigencia del nuevo gobierno revolucionario que había asumido el contraalmirante Wolfgang Larrazábal.
Cooke, sentado en uno de los escalones de la pileta, se negó: si la multitud franqueaba la puerta, pensaba dar combate: �SMataremos a unos cuantos y después veremos...⬝, dijo.
En medio del caos logró filtrarse un oficial de Justicia, con una cédula de notificación para Perón. El General había dejado una deuda impaga de 39.000 bolívares a la tipográfica que le imprimió Los vendepatrias. Los abogados habían intentado cobrárselo con el embargo de su cuenta bancaria, pero ese mes, tras los sucesivos retiros de fondos, Perón sólo poseía diez mil. Ahora lo querellaban por falta de pago.
Dentro del marco de tensión, fue un momento de hilaridad. Presuroso, un colaborador firmó un papel y asumió la deuda, que nunca pensaba pagar.
Ya llevaban dos días encerrados y la gente seguía rodeando la embajada. Todos los argentinos miraban de reojo a Kelly. �SNos van a matar a todos por culpa de éste⬝, grun̒ían. Eran varios los que querían echarlo y alguien elevó la moción: que se votara si debía retirarse. No hizo falta: Kelly decidió dar la cara. Sólo pidió dos condiciones: que le dieran un par de anteojos oscuros y un sombrero. También pidió plata, pero, excepto Cooke, ninguno tuvo la voluntad de tirarle una moneda. Salió de la embajada caminando y se mezcló con la multitud, nadie pudo reconocerlo.
En medio de la convulsión, Kelly tomó contacto con dos agentes de la CIA:
�Los comunistas van a entrar en la embajada y van a matar a Perón. Y si lo matan, queda comunizado todo el continente �les advirtió.
Finalmente, Estados Unidos decidió rescatarlo, e intercedieron ante el gobierno revolucionario para que despejara la zona y facilitara la salida de Perón hacia la República Dominicana. El salvoconducto era sólo para él. El resto debería permanecer en la embajada. Perón pensó que era una trampa. Pidió garantías. Y el embajador Bonelly se animó a acompan̒arlo al avión militar dispuesto por el nuevo gobierno.
Perón partió hacia la República Dominicana el 27 de enero de 1958, escoltado por dos aviones norteamericanos.
Frigerio también escapó y debió llevar los papeles del pacto para que se firmaran en ese país. Finalmente, a sólo quince días de las elecciones, Perón dio la orden de votar por Arturo Frondizi, en una declaración que el Comando Táctico Peronista en Buenos Aires distribuyó en copias fotostáticas. Ese compromiso le sirvió para llegar a la Presidencia. En las elecciones del 23 de febrero de 1958 obtuvo 4.070.000 millones de votos, casi el 50% del electorado, más de dos millones de votos más de los que había obtenido para las constituyentes de julio del año anterior.
En Santo Domingo, el General se instaló en el Jaragua, un hotel de cinco estrellas con vista al Caribe. El dictador Rafael Leónidas Trujillo, que solventó los gastos de su estadía, dispuso dos edecanes a su servicio. Isabel continuó a su lado: arribó unos días después, con un salvoconducto que la presentaba como periodista francesa. Luego le llevaron sus caniches.
Kelly se fue apedreado del aeropuerto de Caracas, consiguió refugio en Haití y, luego de una turbulenta estadía en la que fue encarcelado, cruzó la frontera hasta la República Dominicana, donde permanecería unos días, y regresaría a la Argentina con un pasaporte robado. A los seis meses fue detenido y trasladado, otra vez, a la cárcel.
Después de medio siglo de los agitados sucesos de Venezuela, en entrevista con el autor de este artículo, Kelly se negaría a revelar en qué consistía el Operativo Belfast, que Perón mencionaba en forma insistente en su correspondencia con su delegado John William Cooke. Kelly mantenía el secreto.
Jorge Luis Ciucio, autorizado por Marcelo Larraquy, periodista e historiador (UBA). Su último libro es �SLa Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas⬝. Ed. Sudamericana.