Gente de radio
La luna sonríe, amplia y brillante. El frío sabe cómo hacerle cosquillas. La soledad mastica sus celos y se escabulle entre las sombras de los techos. Busca compañía. Una luz escapa por la mampara vidriada del patio interno de una antigua casona. Se siente invitada a espiar.
Adentro hay vida. Al menos, en dos de las habitaciones. Parece haber un clima ameno y una actividad normal. La normalidad de un estudio de radio, claro está.
En realidad, la enorme casona que alberga a la histórica radio AM de la ciudad, está en penumbras. Parece dormir. La gente de radio vela por su descanso. Sólo hace uso respetuoso del estudio de transmisión que no es más que dos de sus habitaciones, bien iluminadas (el estudio propiamente dicho y la sala de control). Son un puñado de personas trabajando en turno nocturno. No más de tres o cuatro. La gente de radio es así. Poca. Uno o dos locutores y/o conductores. Un operador. Y cada tanto, un par de invitados. No más. Poca gente, pero de presencia generosa. Siempre.
El estudio suele engañar a los de afuera. Parece pecar de austero. Sin embargo, todo lo necesario para producir un programa radial está allí. Al medio, destaca una mesa en franca actitud convocante y con sobrado lugar para apoyar, básicamente, una notebook y un vaso de agua. Eventualmente, un par de tazas de café o un mate. Solo a veces. La gente de radio vela por la salud de sus gargantas y esos brebajes, por lo general, no ayudan a la causa.
La sala de control, plagada de aparatos, aporta pequeñas luces que titilan al son de la hábil voluntad del operador, quien, dos minutos antes también hizo de recepcionista. Atravesó el silencioso patio interno de baldosas impecablemente enceradas y abrió la puerta de calle para recibir al invitado de la fecha.
Estaba citado para las 22:15. Llegó un poco antes. Había previsto la demora habitual del tránsito, pero las calles están completamente vacías. Si bien es un día hábil, no es tan tarde como para que eso suceda. La explicación es simple. Cuando los agradables "veintipico" de temperatura de la tardecita otoñal bajaron a la par del sol, "no quedó ni un alma". Típico de Concordia.
El operador retoma su puesto. El enorme ventanal que lo comunica visualmente con el locutorio le permite adelantar con un gesto la proximidad de una tanda comercial. Treinta segundos después se apaga la luz que indicaba que estaban al aire. Conductor y locutor dejan por un segundo sus auriculares, dan la bienvenida al invitado y le ofrecen un lugar alrededor de la mesa. Le explican que los dos importantes micrófonos suspendidos por encima de la mesa "captan hasta el más mínimo sonido ambiente". Lejos de tranquilizarse, el novato visitante los imagina capaces de percibir los acelerados latidos de su corazón.
La voz de una locutora hace los anuncios comerciales. El invitado sonríe para sus adentros pensando que seguramente los oyentes no imaginan que ella en realidad no está allí. Luego observa que la luz indicadora se enciende. Apenas conserva cierta tonalidad rojiza y ninguna de las clásicas letras que deberían decir "AIRE". Pero nadie parece necesitarla. "La coordinación entre ambos lados del vidrio parece casi telepática", reflexiona con asombro y admiración.
La gente de radio hace un fugaz silencio y retoma la transmisión. La entrevista es informal, una charla distendida.
Entre los noctámbulos oyentes están quienes la siguen por “streaming”. También están quienes desconocen de qué se trata eso. Sin embargo, lo entienden cuando alguien aclara que no es más que escucharla por internet.
Están también quienes siguen el programa por medio de un radio receptor clásico, de esos que ya casi no se consiguen. Hay muchos de ellos aún, distribuidos por toda la región. Aparatos tan viejos como confiables. Sólo necesitan pilas nuevas de vez en cuando. Suelen estar apostados sobre heladeras, mesas de luz y estanterías de talleres. También suelen habitar los bolsos de los serenos. Pertenecen a oyentes igual de fieles. Esos que, a pesar de haber cambiado en algún momento su vieja radio a válvulas por una a transistores, siempre tuvieron anclado el dial en el 560. Algunos, desde el mismísimo 1945, cuando los estudios de LT15 estaban en calle La Rioja (1). Son los radioescuchas más añosos. Los que la siguen llamando Radio Concordia, a pesar de que hace más de 50 años que la emisora cambió su nombre por el de Radio del Litoral (2).
Mientras dura la transmisión sucede algo mágico, misterioso. La soledad que hasta ese momento rondaba a oyentes, locutores, operadores y conductores, vuelve a deambular, despechada, por entre los tejados. No hay lugar para ella en esa mesa grande donde todos están invitados a acercarse. Esa ronda de voces amigas. Algunas, más allegadas incluso que las de sus propios familiares.
La luz de “AIRE” se apaga por última vez. Fin de la transmisión.
La gente se retira. Atraviesa el patio. La luna sonríe a través de la mampara. A la mente del invitado acude fugazmente el recuerdo olvidado del techo corredizo del cine San Martín.
Se despiden. Se dispersan. El último cierra la puerta. Pasa por debajo del cartel roto que hace largo tiempo ya no ilumina el “LT15” que tiene escrito y encara la silenciosa calle, rumbo a su hogar. Allí, en el umbral, tal vez lo espere la soledad. La misma que visita a los oyentes cuando la gente de la radio necesita descansar.
(1) LT15 funcionó desde un principio en el edificio que hoy es propiedad del Centro de Comercio, Industria y Servicios de Concordia y era, por aquellos tiempos, una filial local de LR-3 Radio Belgrano.
(2) En 1969, LT15 no solo cambió de nombre, sino que también cambió de dueño (una vez más) y se mudó a su actual dirección en calle San Martín.
*Marta Fabiola Müller
APUNTES DE MADRUGADAS DESVELADAS
Nota: me pareció oportuna la idea de hacer hincapié en la icónica emisora AM de la ciudad para darle un contexto literario a estas palabras escritas a modo de homenaje para toda aquella persona que se considere, sea o haya sido GENTE DE RADIO.
27 de agosto DÍA DE LA RADIODIFUSIÓN ARGENTINA.