En tractor
Mi viejo amigo de toda la vida, Juan Roberto. Salduna me invitó una vez, de esto hace ya mucho tiempo, a que lo acompañara a Federal porque que tenía que llevar unos muebles en un acopladito tirado por un viejo tractor �SCase⬝ de la quinta y que él manejaba con bastante pericia.
Mejor dicho, era bastante más allá de Federal porque el destino final era la estancia �SAmalia⬝ del coronel Samuel Donovan, tío de mi amigo ya que estaba casado con Elena Salduna, tía de Juan Roberto. Precisamente el viaje obedecía a que teníamos que llevarle unos muebles de la quinta �SCerro de la Cruz⬝, que se había vendido, y cada uno de los tres hermanos (María Agustina, Elena y Juan) había elegido lo que le interesaba. El día anterior lo ayudé a cargar el acopladito con los muebles, dentro de los cuales había un hermoso escritorio, de los que tienen tapa corrediza y dos hileras de cajones y muchos otros muebles antiguos de roble. Incluso un lavatorio con hueco para palangana y jarra muy valioso.
El problema fue que a la noche llovió⬦y bastante. Como no sabía si luego de esa lluvia íbamos a ir igual, lo llamé por teléfono como a las 6 de la mañana y él ya estaba levantado esperando que fuera un poco más tarde para decirme que si me animaba a acompañarlo el salía, porque ya les había puesto una lona a los muebles. Le confirmé que iba y entonces me dice �Llevá tu escopeta que si afloja la lluvia, cuando lleguemos salimos a cazar patos-
Con más razón acepté el ofrecimiento, y un cuarto de hora después, lo tenía frente a mi casa con el tractor y el acopladito.
Salimos por la Carretera Urquiza y todavía llovía bastante, pero ambos íbamos bien pertrechados para el mal tiempo. Juancho con una capa brasilera y yo con impermeable muy eficaz y gorra, además ambos munidos de botas de goma.
El conduciendo el tractor, y yo en el acopladito sentado sobre los muebles, pero me tenía que poner de pie a cada rato para poder sostener la conversación, pues el ruido del tractor hacía que habláramos gritando.
Aun así, fuimos conversando todo el tiempo. Entre otras cosas Juancho que así le llamábamos me dijo que pararíamos en la Estancia El Espinillo a comer algo, pues así lo habíamos acordado con Hernán Salinas que era quien la administraba.
Cruzamos Villa Zorraquín, que en ese tiempo eran unas pocas casas y la comisaría. Veníamos a buena marcha, pero la lluvia no amainaba. Es más, el horizonte invisible por la lluvia, era cruzado por relámpagos gigantes en esa inmensidad. Doblamos en lo de Capucci, que después sería el almacén de Miñones y enderezamos hacia Federal. Desde Concordia por el Paso Gallo, hasta Federal eran 24 leguas. Como a las 9 de la mañana pasamos por las arboledas de eucaliptus que estaban antes de llegar a la estancia El Rondadero de Conrado y parecía de noche, tanto era así que tuvimos que prender la luz del tractor. A lo lejos, un horizonte limitado por las cortinas de eucaliptus verdes o grises que parecían pinchar las nubes bajas de las cuales caían cortinas de agua, que luego desaguaban en las cunetas por donde se precipitaba a las lagunas. Las nubes bajas eran como un techo uniforme. Por encima el cielo semejaba un campo de batalla de enormes proporciones. Allí es cuando uno se siente verdaderamente empequeñecido y a merced de fuerzas gigantescas que deciden un destino del que uno no participa.
El agua se me escurría de la gorra y cada tanto me corría por la espalda. En ese tramo casi no hablábamos pues él iba muy atento al control del tractor y del acopladito donde iba yo.
Era notable el rebote del ruido del motor en las arboledas que lo amplificaba y producía un efecto multiplicador como si tuviera un altavoz.
El problema con el camino comenzaba justo aquí, al finalizar los montes de eucaliptus, porque se acababan los arenales y comenzaba la tierra negra. Claro está que con el tractor no teníamos problema y venía trabajando bien, aun arrastrando el acopladito con los muebles. A veces bailaba un poco, pero Juancho lo enderezaba. Pero había otro inconveniente y este se manifestaba en que luego de un tiempo, el tractor comenzó a cargar las ruedas lanzar pedazos de barro y yo los recibía. Al principio pasaban por los costados, pero después parecía que me buscaban a mí.
Esquivaba los que podía, pero algunos me acertaban. Uno de ellos, del tamaño de un pomelo me acertó en el pecho y me largó para atrás. Lamentablemente caí sobre el escritorio con persiana corrediza y quedó muy dañada. También comprendí que así no podíamos seguir. Entonces pasé adelante para ir parado en el eje y agarrado del asiento de metal del tractor.
Pero entonces se presentó otro problema. A la altura de la Estación Don Roberto (El Redomón) dejó casi de llover y el barro, ya bastante blandito se deslizaba desde los guardabarros del tractor hacia mis pies, y este comenzó a amontonarse y a formar una pila que iba creciendo en altura, hasta que llegó hasta mi cintura, por lo cual mis botas de goma se llenaron de barro. Cada tanto me movía para que cayera un poco de esa viscosa prisión de barro que me rodeaba y que se estaba secando porque no llovía más. Veníamos dejando una huella importante en el camino después de la lluvia, y este parecía que hasta ese momento no había sido transitado porque adelante se lo veía muy firme, pero nosotros lo rompíamos con el tractor y el acoplado.
Pasamos por El Redomón y después de a las 11 y media cruzamos el puente sobre el Arroyo Robledo y como a las 12 llegamos a la estancia El Espinillo donde encontramos al capataz, que se llamaba Godoy, conocido nuestro que charlaba con otra persona en la entrada al campo y ya desde lejos, cuando nos vio, comenzó a hacernos saludos
�� �SLos estaba esperando porque don Hernán nos avisó que ustedes venían. Ahí la patrona les está preparando unas chuletas y unos huevos fritos porque calculamos que vendrán con hambre, ¿no Juan?⬝ ��
�� �SSe agradece Godoy. Usted siempre tan atento con nosotros⬝-��dijo Juancho
�� �SLo sentimos de lejos al tractor, cuando venían por el Robledo⬝ ��aseguró Godoy
�� �SSe van a quedar a sestear un rato, porque el camino que les queda es largo⬝ �� agregó
�SEn eso veníamos pensando Godoy. Me parece que va a ser mejor dormir un rato porque nos levantamos temprano y venimos peleando con el camino⬝ �� dije yo
�� �SAdemás tenemos miedo que nos agarre el Caminero, porque venimos rompiendo todo el camino desde El Rondadero hasta acá. A lo mejor ahora que paró de llover no anden controlando los de Vialidad⬝ ��dijo Juancho.
Noté cierta incomodidad en Godoy quien ciertamente es una persona respetuosa y prudente, tanto en sus juicios como en sus expresiones.
�� �SBueno, parece que al final los encontró nomás, porque este hombre que está acá conmigo es el Caminero⬝ �� agregó Godoy guiñándonos un ojo.
Queríamos que nos tragara la tierra, pero el hombre no dijo nada. Solo se sonrió. Charlamos un rato sobre donde estaban los pasos feos para los autos.
Se despidió el hombre de nosotros y Godoy subió al acopladito con el que marchamos para la estancia El Espinillo, distante de allí un kilómetro
Comimos lo que nos sirvió la Sra. de Godoy y además nos agregó unos pastelitos de dulce para el camino.
Nos sacamos la ropa embarrada que ya estaba seca y nos dormimos instantáneamente por el cansancio acumulado en esa turbulenta mañana.
Alrededor de las tres de la tarde nos despedimos de esta buena gente y reemprendimos la marcha hacia Federal. El tractor comenzó a tener un mejor comportamiento porque el camino se fue poniendo más firme ya que se veía que por allí no había llovido tanto. Pasamos el almacén de Lacroix, que a esa hora ya estaba concurrido. La lluvia seguramente les impidió a las peonadas hacer las tareas rurales y a juzgar por los caballos atados había muchos que buscaron refugio allí
Dejamos atrás la ruta provincial 28 y tomamos la 5 (que viene de Chajarí) que más adelante pasa en las cercanías de Nueva Vizcaya. Pasamos luego por el Apeadero La Virgen y a las 6 de la tarde finalmente entramos a Federal.
Paramos en una panadería para llevar una bolsa de pan y galleta fresca a la estancia y seguimos viaje. Atrás de la estación de Federal comenzaba el camino que llevaba a la estancia. Por el Paso Birrinchín. Eran unas dos leguas hasta la entrada al campo y desde allí unos 1.500 metros hasta el casco, camino que conocía muy bien por la cantidad de veces que lo habíamos transitado con mi viejo amigo Juancho desde siempre.
Ser jóvenes no será una virtud, pero sin duda es una ventaja.