El gobierno del hambre
La noche era cerrada y oscura, la niebla nublaba aún más la vereda de la que dentro del conteiner de basura, esos enormes paisajes de la miseria de Concordia, emergió sombrío un hombre, como de un cuadro de Antonio Berni, enmugrecido por los desechos que arroja un sistema inhumano. Al verme asustado me dijo “no tenga miedo, no le voy a robar, solo necesito una ayuda para poder comer algo”; le dije que no creí eso (pensé que iba a entenderlo incluso si intentaba robarme) y avergonzado, culpable y angustiado le extendí un billete que agradeció, también avergonzado. ¿Será esa la forma en que según Milei espera que la gente decida no morirse de hambre?, porque dijo hoy que “la gente va a decidir alguna manera para no morirse de hambre”, es decir, sin ninguna ayuda del Estado que desgobierna. Estas declaraciones se relacionan con la criminal retención de alimentos que no llegan a los comedores, que Bullrich explicó que no se daban hasta que se investiguen las organizaciones sociales y Adorni que no se repartían porque estaban reservadas a las catástrofes (vaya que poca lectura de lo que viven los pobres en nuestro país), y además la mayoría es yerba de baja calidad, es decir, otra excusa despreciable. Milei desestimó el hambre, que la gente se muera de hambre, dijo, porque si así fuera, habría muertos en la calle. Cuanta crueldad, cuanto horror, solo en las experiencias de exterminio más espantosas que ha sufrido la humanidad se ha visto estos niveles de insensibilidad y desprecio por la vida humana. Tanta perversidad. Recuerdo hablando una vez con el Padre Servín, todos lo recuerdan que decía que los comedores eran una tragedia, lo decía porque eso significaba que las familias no podían comer en sus hogares. Pero claro que los cierres de comedores, el achicamiento en algunos casos, los alimentos que no entrega el gobierno, es una tragedia mayor, porque implica lisa, llana y literalmente que la gente deberá comer de la basura y morirse de hambre.
Creo que esta política criminal, junto con un ajuste brutal que impide la subsistencia, la falta de medicamentos para enfermos oncológicos, y la represión de todas las manifestaciones del descontento es responsabilidad del gobierno de Milei, pero también de sus cómplices, sus aliados políticos e incluso de la blanda respuesta de la oposición. Es, además, la complicidad de la justicia, que lenta, a contramano del hambre, solo exige justificar los motivos de la retención de alimentos, y deja pasar todo el horror, los gravísimos delitos que afecta a la vida de las personas que está cometiendo el gobierno nacional y sus cómplices. El hambre de nuestros hermanos parecía que iba a ser el límite, lo último que tiene para preservar un sujeto expoliado de todos los bienes, su reducto último, su cuerpo y su vida, tampoco será respetado, según los dichos de Milei, que cree que saldrán de la miseria por su creatividad, su imaginación y su mérito. Ojalá algún día haya justicia que condene esta atrocidad inadmisible, ojalá esta pesadilla dure poco y los argentinos podamos buscar en serio, un modelo de sociedad que nos permita ser felices a todos, sin exclusiones. Ojalá a esa lacerante crueldad, a ese odio y esa maldad corrosiva, que ojalá no se coagule en una banalidad que la naturalice, suceda la ternura, que como decía Fernando Ulloa, no es un sentimiento blando, es un concepto profundamente político, por lo que hablar de ternura “en tiempo de ferocidades, no es ninguna ingenuidad, Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la verbalización de los lazos sociales que atraviesan nuestros mundos”, en tanto la ternura supone el miramiento (registrar al otro para ayudarlo en sus necesidades), el buen trato, la empatía y el amor. Imagínense un país en el que la ternura triunfe sobre la crueldad. Donde la búsqueda política sea la felicidad del otro, de nuestro hermano, donde nuestra felicidad sea ayudar al bienestar del otro. El miércoles pasado en una charla que realicé invitado por el Centro de estudiantes del profesorado superior de ciencias sociales y sus autoridades (y los artistas Facundo Stábile, Gisela Penco y Lucas Schonfeld), hablamos de un hombre emblemáticamente sensible, como Enrique Santos Discépolo , imaginamos cambiar de nombre al espeluznante Ministerio de Capital humano, brutal oxímoron, pues los términos se contradicen hasta los huesos por el de “Ministerio de la ternura”, aquel que bregue festiva y entusiastamente por la felicidad del pueblo, no son solo palabras, no son solo utopías, tal vez, después de esta pesadilla, si todos nos lo proponemos, pueda hacerse realidad.
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