El Dr. Leandro N. Alem y su trágica muerte
La vida de Leandro N. Alem estuvo signada por acontecimientos trágicos, que fueron marcando su existencia desde niño con sucesos de una magnitud de difícil asimilación.
Esa niñez estuvo marcada por estrecheces económicas y debió asumir responsabilidades tales como el sostenimiento de su casa. Su padre sufría períodos de trastornos mentales que le impedían desarrollar una actividad regular. Alternaba sus períodos de normalidad con su negocio de pulpería, de lo contrario como integrante de la Sociedad Restauradora “La Mazorca” en la cual tuvo un papel importante en esas fuerzas parapoliciales que respondía a Juan Manuel de Rosas. Se llamaba Leandro Antonio Alen. Caído Rosas, fue encarcelado junto al coronel Ciriaco Cuitiño, temible jefe de “La Mazorca”. Ambos fueron sentenciados a muerte y fusilados. Posteriormente fueron colgados y exhibidos durante cuatro horas.
Su hijo, Leandro N. Alem que como señalé antes se había convertido en el sostén de la familia de 10 años de edad con la venta callejera de pasteles, sin saberlo, se encontró con el penoso espectáculo de su padre colgado. Y digo colgado y no ahorcado porque luego de fusilado, se lo colgaba, aunque no del cuello sino de una especie de arnés.
A raíz de este suceso, decidió cambiarse el apellido con una “m” en lugar de una “n” como su padre.
Sin embargo, ese niño que pudo haber sido un chico descarriado, asumió toda su responsabilidad en su nueva vida. Fue un romántico, un poeta, un lirico que creyó en muchas cosas que no eran tales. Participó en muchas batallas, primero en Cepeda, junto al general Urquiza en el bando federal, aunque luego siguiendo a Mitre estuvo en Pavón. Luego le tocaría marchar al Paraguay con las tropas de la Triple Alianza.
Terminó luego sus estudios de abogado y acompañó a Río de Janeiro al general Wenceslao Paunero como secretario, pero renuncia al poco tiempo, en ese cargo es remplazado en la misma Legación por el joven Jorge Mitre, precoz suicida a los 18 años.
Alem fue Autonomista y seguidor de Adolfo Alsina, quien en 1889 fundará la Unión Cívica de la Juventud. Fue también uno de los jefes de la Revolución del 90, que es cuando se transforma en figura nacional, aunque la Revolución fracasó
Pero en junio de 1896, la Unión Cívica va encontrando un nuevo liderazgo, una nueva conducción y va surgiendo una joven figura, su sobrino Hipólito Yrigoyen. Alem fuma y trasnocha y siente que su lucha ha fracasado. Está pobre y debe mantener a varias personas, como hizo siempre. Alem tiene 54 años, es célibe, pero ama a una mujer. Se llama Catalina Tomkinson de Solveyra. Pero su marido, Bernardo Solveyra es el mejor amigo de Alem y además su socio. Por esa razón Leandro Alem dejó de frecuentar su casa mientras aquel vivió, al darse cuenta de que amaba a la esposa de su amigo.
Siempre ha sido neurótico, no encuentra motivos para vivir. Sus cartas de despedida las escribe con fecha 1º de junio, pero postergará un mes su determinación. Dice en una carta a su hijo adoptivo “Leandro, hijo mío: antes de alcanzar la edad que tú tienes ahora, ya eran muchas las amarguras y vicisitudes que debí sufrir para formarme un hombre útil a la sociedad en cuyo seno he vivido combatiendo con los nobles afanes de su constante perfeccionamiento. Esta conducta me ha deparado muchas amarguras, pero he preferido siempre la línea recta, cualesquiera fuesen los sacrificios o las injusticias a afrontar.
“Sigue mi ejemplo Leandro. No antepongas nunca los intereses pequeños o personales a las consignas patrióticas y no abandonando jamás la línea recta que yo seguí en mi azarosa existencia, y habrás rendido el mejor homenaje a mi memoria.
“Te doy un beso en la frente para que la conserves pura. Esa es tu herencia”
Alem ha citado a sus más íntimos amigos entre las cinco y media y las seis de la tarde, de esa tarde del 1º de julio de 1896. Estaban presentes Domingo Demaría, Oscar Liliendal, Adolfo Saldías, Enrique De Lamadrid, Francisco Barroetaveña y Martín Torino.
Él se halla pálido pero tranquilo. ?Espérenme, ya vuelvo? les dice al salir. Había ido a su escritorio. Se supone que, para suicidarse, pero se encontró con Demaría y Barroetaveña, que estaban hablando. Fue entonces cuando pidió el coche que previendo que eso pudiera suceder, había llamado por las dudas. ? ¿Sabés como ir al Club del Progreso?
Según el conductor, no habían recorrido más de 20 metros, cuando escuchó un estampido. Creyó que había sido un cohete, ya que en esas fechas se usaba hacerlos explotar. Cuando el coche llegó al Club, el cochero descubre el cadáver de Alem ? “El doctor Alem se mató” ? no dejaba de repetir el cochero. Este yacía en el asiento. Vestía un gastado traje oscuro, muy usado. Sobre sus hombros, un poncho de vicuña. En su mano derecha había un revolver Smith y Wesson de culata nacarada.
El juez de instrucción que revisó sus bolsillos encontró que había dos paquetes para Martín Irigoyen y un papel sin firma que decía “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en cualquier parte” lo que indica que pensaba suicidarse en su casa y no en el coche.
Otra carta era para su hijo Leandro en la que le decía …“no abandones nunca la senda recta, por grandes que sean los sacrificios que alguna vez esta conducta pueda exigirte”
A Barroetaveña le escribió sobre un pequeño pliego que se publique como su testamento político- rescatando algunos fragmentos “He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Si, que se rompa, pero que no se doble. He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos, pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña y la montaña me aplastó. “He dado todo lo que podía dar, todo lo que humanamente se puede exigir a un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado…