El café en la Historia Argentina
La ciudad de Buenos Aires tuvo su segunda fundación el 11 de junio de 1580 y apenas pasados unos 30 años, los ''timberos'' tenían su sitio en una de las ciudades más pobres y tristes de las posesiones de España en América.
El investigador Raúl A. Molina incursionó en el tema arribando a la conclusión de que, la primera mesa de billar, que no se llamaba billar sino truques, la introdujo un hombre con pasión por el juego llamado Simón de Valdez, un tramposo conocido, a pesar de ser ��o en virtud de ello�� tesorero de la Real Hacienda. Obtuvo permiso para explotar esa novedad, pero lo cierto es que no se limitó al billar, sino que instalo en Buenos Aires un verdadero garito, donde no faltaba nada, pues además de las carambolas había naipes, dados y cualquier otro elemento de juego de apuestas.
Afirmó el citado estudioso que fue una casa instalada a todo lujo, donde daba gusto tirar el dinero, si bien le duró poco al dueño, ya que un día el señor Valdez fue remitido con cadenas a España por contrabandista, defraudador del fisco y coimero.
Sin embargo, antes de que se lo llevaran lo vendió al pingüe negocio a un italiano originario de Florencia.
Importa señalar que el sitio estuvo en la esquina sudeste de Alsina y Bolívar y puede considerarse como el primer café porteño.
Pero esa mesa de billar o truque como se le decía entonces, andando el tiempo tuvo un destino singular: el inefable gobernador Jacinto de Lariz se enamoró de la mesa y también del juego y como no era hombre de pararse en detalles, la confiscó sin más y la hizo llevar al Fuerte para jugar tranquilo cuando le diera la gana.
No hay más datos sobre los cafés de Buenos Aires por un buen tiempo, hasta que el geógrafo y capitán de fragata español en el siglo XVIII don Francisco de Aguirre pasa por Buenos Aires y anota en su libro de viajes �S�altimamente hay ya cafés, confiterías y posadas públicas⬦⬝
Ya en el siglo XIX se identifican los primeros cafés. Como el de don Domingo Alcayaga, como buen vasco con cancha de bochas. El de Francisco Cabrera, el de José Mestre y el de Domingo Mendiburu, con una mesa de billar, y ya se había inaugurado el de Los Catalanes, que luego hizo historia. Pero el más destacado, la estrella del momento era el perteneciente a José Marco. Estaba ubicado frente a la Iglesia de San Ignacio, haciendo cruz con la Botica de Marull (luego Librería del Colegio y hoy �SLa Librería de Ávila⬝ Almacén, Bar y Café Literario, así tiene pintado en la puerta) en la esquina de Alsina y Bolívar donde funcionaron los truques de Valdéz.
El Café de Marco tiene un bien ganado lugar en la historia, aunque bueno es decirlo, hubo un poco de confusión con el nombre. Algunos le llamaban Café de Marcos, o de Marcó y también de Malcom. Pero gracias al investigador Raúl A. Molina, citado antes y José A. Pillado, determinaron que el apellido exacto del fundador era Marco. Fue sin duda el favorito de los porteños de los primeros años del siglo XIX, el café elegante, con grandes espejos bruñidos y nada menos que mesas de billar. Un lujo.
Allí se reunían los más destacados del momento y de la muchachada intelectual. El señor Marco, acaudalado comerciante, atendía personalmente a la selecta clientela.
Como tenía otros intereses, solía ausentarse de la ciudad. Se sospechaba su relación con el contrabando, ya que su destino era por lo general Río de Janeiro.
Así transcurría la vida en Buenos Aires, sin mayores sobresaltos, hasta que un día de 1806 el virrey, marqués de Sobremonte, se llevó el susto de su vida, cuando recibió la noticia de que una fuerza inglesa acababa de desembarcar y se disponía a atacar Buenos Aires.
Mientras los soldados de Beresford chapaleaban barro mientras se acercaban a la ciudad, varios centinelas ocuparon la azotea del Café de Marco (edificio de dos pisos) para vigilar los movimientos del invasor. Pero poco hicieron para detenerlos y lo que hicieron fue ineficaz para contener su avance.
Poco después, las rojas chaquetas desfilaban por las calles de Buenos Aires en una fría tarde de junio, y al son de gaitas ocupaban el Fuerte rendido casi sin combatir, mientras se disipaba en el horizonte la polvareda del virrey huyendo.
Una de las más amargas humillaciones se instaló en Buenos Aires en su historia. A muchos patriotas se los vio llorar de indignación en la Plaza Mayor.
Así, no fue raro que un par de meses la bandera de San Jorge y San Patricio flameó en el Fuerte, más de un parroquiano del café de Marco masticara su impotencia y su rabia. Pero las patrullas inglesas que recorrían la ciudad, al llegar a los suburbios, algún gaucho de mirada torva presagiaba lo que vendría y algún inglés era encontrado con una puñalada certera.
Pero hoy sabemos que uno de los jefes de la resistencia sería don Martín de Álzaga, amigo de Pedro José Marco, de manera que debemos suponer que las mesas del Café de Marco fueron el teatro del complot que se tramaba en torno a Beresford.
Y estalló la revuelta con decidida voluntad de expulsarlos y al poco tiempo se luchaba a una cuadra escasa del Café de Marco y cuando arriaron el pabellón inglés, sus puertas se abrieron de par en par haciendo vibrar con los vítores los espejos y los suntuosos salones iluminados.
Como se esperaba una pronta replica de los ingleses ya que la flota permanecía en Montevideo, Buenos Aires se militarizó creando de la nada un ejercito de ciudadanos, en reemplazo del regular de tan ineficaz papel en los combates de junio.
Tenderos, comerciantes, profesionales, artesanos y peones vistieron llamativos uniformes con doradas charreteras y se entregaron con fervor a la instrucción militar. Frente al Café de Marco estaba la Iglesia de San Ignacio y junto a esta, el Real Colegio de San Carlos (hoy Nacional Buenos Aires). Las aulas fueros desalojadas y el edificio destinado al Cuartel del Regimiento de Patricios, colocado al mando del comerciante altoperuano don Cornelio Saavedra, improvisado militar de 47 años y ex alumno del colegio. Así el Café de Marco se llenó de oficiales y suboficiales procedentes del vecino cuartel, que entre sonar de botas comentaban su adiestramiento militar.
Hasta que en julio de 1807 los esperados británicos por fin habían desembarcado y avanzaban sobre la ciudad. Sale a su encuentro Liniers y es estrepitosamente derrotado, tras demostrar una impericia desconcertante. Afortunadamente, el comandante inglés tampoco figuraba en la lista de los genios militares. Otra vez don Martín de Álzaga- general de levita- como lo había llamado el general Julio A. Lagos- sale al encuentro de la historia y toma en sus manos el mando que dejara en el aire Liniers. Y entonces Buenos Aires vive una de sus jornadas mas gloriosas. Los británicos son despedazados en las calles y deben finalmente rendirse. Nuevamente los festejos reinan por doquier y el Café de Marco es escenario de ese triumfo sin igual.
Pero luego, a partir de 1812 el descollante papel que cumpliera el Café de Marco en las lides militares y politicas, se esfumó visiblemente.
Dejó de ser el punto de reunión obligatorio de la juventud y va pasando de moda. Los muchachos dejan de serlo, se dispersan, formaron familia y los años bravos de la Revolución los lleva por distintos caminos. Tras ellos el Café de Marco va cayendo en el olvido. Allá por 1816 su dueño fue multado por una contravención, y así fue el último y poco lucido destello de su paso por la historia.