Un miércoles de miércoles
El Itinerario o Previsto era una papelería indispensable como guía de trabajo, y también servía para que te ubicaran si necesitaban hacerlo, además, era de cumplimiento obligatorio.
Lo envié con dos meses de anticipación, ya que eran los dos últimos meses del año. Pero no tuve en cuenta que el 3 de diciembre es el Día del Médico y este me tomaría en Gualeguaychú.
Correspondía entonces avisar que no iba a poder trabajar, y con ese fin, fui a la Compañía de Teléfonos para hablar a Bayer para comunicar la novedad. Antes de que existieran los celulares, había que pedir la comunicación a través de una telefonista. Había allí una sola cabina desocupada en ese momento, de las dos existentes. Fui entonces a la ventanilla y solicité la comunicación. Había allí unas cinco personas esperando. Me dieron una demora de 20 minutos y un cartoncito con el número 31. El lector pensará que ese número lo inventé, ya que esto sucedía hace 40 años, pero no es así y después sabrán porque puedo recordarlo. La comunicación salió bastante rápido, me llamaron por mi número y me indicaron en número de cabina. No hubo ningún problema con la empresa y me sugirieron, para no perder el día que lo dedicara a visitar a los clientes. Finalizada la comunicación me encuentro con que la puerta de la cabina estaba trabada.
En realidad, la puerta se abría desde afuera, pero desde adentro era imposible, o sea, una vez cerrada quedaba trabada. Todos estaban mirando mis infructuosos esfuerzos por abrirla, ya que yo los veía a través del vidrio, algunos con sonrisitas, pero nadie se levantaba para ayudarme a salir. Ante esta situación, confieso que me enfurecí ante la actitud burlona de la gente, luego de un último intento de salir, di un empellón con el hombro y la puerta se desprendió de la bisagra superior. Las sonrisas desaparecieron de inmediato y encaré a la encargada de atender desde la ventanilla
─ ¿No le parece que podría avisar a los clientes que la puerta se traba y evitar estas situaciones, señorita? ─
─ “Si señor” ─, me dijo y me cobró en silencio, a pesar de que la puerta quedó colgando.
Mi cara de pocos amigos, desalentó cualquier objeción de los que allí aguardaban.
Como todo esto me molestó bastante, me volví al hotel a tomarme un café. Una vez allí, le comenté lo sucedido al conserje, quien opinó que estuve bien en lo que le dije, aunque yo no estaba muy seguro de haber obrado tan bien, ya que la muchacha no tenía la culpa, pues lo que causó mi indignación fue la actitud burlona de los que aguardaban allí y ninguno de ellos tuvo la gentileza de abrir la puerta.
Como no tenía nada previsto para la tarde, porque de la parte comercial lo único que tenía pendiente era la droguería, pero mi turno era para el viernes.
Decidí entonces ir al Club Náutico a mirar las embarcaciones en venta, ya que allí en Gualeguaychú es muy importante el número de embarcaciones, de todo tipo, modelo y categoría
Había allí un encargado con pantaloncitos cortos con el que me puse a conversar sobre las que podían estar en venta. Yo tenía interés por una con cabina, pero que no tuviera motor interno, sino fuera de borda. Me señaló entonces una que estaba un poco escorada. Se lo dije, pero la explicación fue que era por el agua de lluvia que le había entrado y que el casco estaba en perfecto estado, pues el lo había pintado y lo conocía bien. Lo que estaba rota era la lona. Como había una planchada flotante que permitía llegar me invitó a acercarme y verla de cerca con mis propios ojos, cosa que hice…
No me había mentido el hombre. En su interior tenía agua, pero era agua limpia de la reciente lluvia. No era agua del río. Volví entonces a la costa, pero allí me ocurrió algo insólito ¡Perdí pie y me fui al agua!!! Sin comprender muy bien cómo, cuando apenas me faltaba una metro y medio para llegar a la costa. Cuando vi que me iba al agua, salté, pero no fue suficiente y caí hundiéndome hasta la cintura. El encargado vino a ayudarme a salir, cosa que hizo, mientras yo le comentaba ─” Pero que estúpida manera de caerme al agua” ─ Pero el encargado me aclaró lo sucedido. El viento movió la planchada y literalmente me la sacó de bajo mis pies.
Bueno, no me quedó otra que ir al hotel a cambiarme y llevar mi traje a la tintorería.
Le pregunté al conserje del hotel adonde lo podía llevar y me indicó un sitio donde para el día siguiente, seguramente estaría listo. Pero allí descubrí que había perdido los anteojos, seguramente cuando salté. Los suelo llevar en el bolsillito del saco.
Le comenté entonces que tendría que volver al amarradero y tratar de encontrarlos, ya que probablemente cuando salté, se me salieron.
Al llegar al sitio, veo que estaba el mismo cuidador y que le llamó la atención que yo hubiera regresado tan rápido. Cuando le comenté lo sucedido con los anteojos, se ofreció para ayudarme. ─” Permítame que se los busque yo que estoy con pantalón corto” ─ me dijo. Y dicho esto se sumergió junto a la planchada. Buscó un poco hasta que los encontró, más o menos donde yo salté. Realmente impagable la gauchada que me reconfortó gratamente, ya que los daba por perdidos, luego de un día como ese, en el que, francamente era preferible haberme quedado en la cama, si eso era posible. Por supuesto se ganó una buena y merecida propina.
En el hotel me encontré con hombre que oficiaba de lustrador, vendedor de billetes y levantador de quiniela llamado Dikinson. Yo no juego a nada, por norma, pero decidí jugarle al 31 a la cabeza en la nacional, ya que con ese número comenzó mi mala suerte.
El día concluyó sin mayores incidentes, que ya con esos tenía bastantes.
Al día siguiente, el conserje del hotel me dice ─¿ Yyyy??? Te ganaste unos buenos pesos
─La verdad es que no sé qué salió─, le digo
─ ¡Bueno, salió tu número! ─
─ ¿El 31? ─
─ No, el 95, los anteojos. Con ese número me gané unos cuantos pesos, gracias a vos.
Y bueno, esa es la historia de ese miércoles. Ni siquiera la quiniela me favoreció.
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