�SLa hoja más alta del roble⬝
Sinopsis del cuento: �SLa hoja más alta del roble⬝ es un cuento escrito, ilustrado y producido por Sarah Mulligan, que relata la vida de una hoja que vivía con todas las comodidades en lo alto de un árbol. Hasta que llega el otoño⬦ Entonces, su mirada de la vida, de su entorno y de su existencia misma cambian⬦
La hoja más alta del roble es un cuento para compartir en familia que nos hace reflexionar sobre el sentido de la vida y de lo que es verdaderamente importante.
LA HOJA MÁS ALTA DEL ROBLE
Era una hoja verde, carnosa y vibrante. De las miles y miles que crecían en lo alto del roble ninguna llegaba a tocar el azul del cielo como ella y todas la admiraban por eso.
Al amanecer, la primera en ser despertada por los rayos del sol era la hoja más alta del roble. Solía estirarse, beber el rocío de la madrugada y escuchar los secretos de la brisa. Por las noches, el cielo se le ofrecía resplandeciente y pleno a su vista. Las lluvias llegaban a ella clementes. Aunque lo intentasen los vientos no podían arrancarla de la rama pues su tallo robusto y vital lo impedía. Así, el sol y la luna plateada, la brisa y el rocío de la mañana, el cielo y las estrellas brillantes se habían convertido en sus grandes amigos.
-¡Qué feliz soy aquí!- les decía, extasiada.
No acostumbraba a dialogar con las restantes hojas de aquella inmensa copa. Era demasiado esfuerzo inclinarse hasta ellas y, por cierto, había pocas afinidades. De cuando en cuando -sobre todo en los días ventosos- alcanzaba a oír la queja de una hoja a otra:
-¡No me golpees! ¡Más cuidado, por favor! La hoja más alta del roble no entendía los problemas que el hacinamiento les traía a sus compañeras pues gozaba de mucho espacio.
-¡Tengo frío!, gemían quienes nacieron a la sombra sin conocer la calidez del sol. Esta clase de padecimientos no la rozaban siquiera y tampoco sentía curiosidad por conocerlos. Aunque no se atreviera a admitirlo, prefería mantenerse a distancia de cualquier atmósfera penosa por si acaso la desdicha resultase contagiosa.
Hasta que el otoño llegó con su frescura y la hoja más alta del roble se miró. Con asombro, vio atenuado su color verde y vibrante, y enflaquecida su carnosa textura. El rastro de unos surcos desconocidos cruzaba su cuerpo y un tinte amarillo rodeaba sus contornos.
-¿Cuándo sucedió esto?- se preguntó, desconcertada.
-Fue sucediendo cada día, mientras gozabas- le respondió un ave que descansaba plácidamente en su nido.
Las incipientes heladas llegaron y ajaron su débil y dorado tallo. Desguarecida en la cima del gran árbol, sin la protección de aquella muchedumbre, la hoja más alta del roble fue la primera en ser desgarrada sin piedad por el viento del sur. Las integrantes del frondoso follaje se agolparon para ver las florituras que la hoja más alta del roble dibujaba en el aire durante su caída.
La hoja alcanzó a verlas y advirtió cuán bellas se veían todas desde las nuevas perspectivas que le daba su funesta danza aérea. Admiró cómo los tornasoles se iban pasando la posta de una hoja a la otra. Juntas formaban un delicado abanico de matices aceitunados, haciendo de la copa una pieza única y perfecta. Las había diminutas y frágiles, grandiosas y fornidas, vestidas de un rojo brillante y de un cobre opaco, de verde limón y también de esmeraldas.
Pudo juzgarlas no ya por sus penurias o sus bienestares sino por la belleza incomparable que irradiaba cada una desde el lugar que les había tocado en suerte. El viento las hacía danzar y congregadas así, formaban una coreografía formidable de la que, recién ahora podía pensarlo, había desentonado como un mal bailarín que quiebra la armonía con sus destiempos.
Sin aliento y sin voz, olvidada por los amigos de antaño, el manto de la noche la tapó sin estrellas. El mudo rumor de las horas conspiró contra la altivez de la hoja más alta del roble. Vio desnuda la alta rama que había habitado y supo entonces que nunca había sido suya. Imaginó el calor de las hojas arropándose entre sí y tembló de tristeza por la desolada cosecha en el final de sus días. El otoño siempre había estado allí, detrás de la savia que corría por su cuerpo verde, carnoso y vibrante. Comprendiendo estas cosas se sumió en un sueño profundo.
El alba despuntó sus luces y el viento la levantó en andas. Mareada, dio vueltas sobre sí misma hasta caer en el calor blando de una mano humana, y la meció el arrullo melodioso de un canto de niña.
La nena desató de su cabello una cinta morada, la anudó al tallo y se la llevó a la cabeza. Fue, aquél día, la hoja más alta de aquella diminuta criatura. Antes de acostarse, la pequeña soltó el lazo y tomó la hoja entre sus manos; acarició con ternura sus arrugas de oro y la besó. Después, la guardó en un transparente y sin dejar de mirarla escribió entre lágrimas un poema, luego otro y otro más.
Han pasado muchos años desde que vi al otoño arrancar aquella hoja de lo más alto del roble. El eco tardío de su vida se hizo poesía entre mis manos y el lápiz de aquella niña escritora que fui.
Desempolvaba mis cuadernos de infancia, la otra tarde, cuando la encontré. Recorrí con los dedos el recuerdo de su presencia generosa y besé a mi musa.
Impecable en sus grietas doradas, estaba la hoja más alta del roble. Sigue guardando el otoño que siempre está allí, detrás de la savia que corre en cada minuto de nuestras vidas.
FIN
Por Sarah Mulligan
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