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Opinión Nota vista 797 veces - 24 de Marzo de 2023



Entre Páginas y Pantallas - Por Gustavo Labriola

El tiempo de cada uno y el respeto por el otro

La amistad supone una cotidiana relación que implica la necesaria comunión de espíritus y acuerdos implícitos que permanecen mientras dura la relación. Ese entendimiento mutuo es una de las fortalezas de la amistad. Un entendimiento que se expresa en encuentros, diálogos, empatías y confianza.

Cuando uno de los amigos le dice al otro: -Ya no me interesa ser tu amigo, y te pido que no me dirijas más la palabra, sin dar explicaciones, disloca los atributos constitutivos de la amistad.

Esa frase es el disparador de “Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin)”, una encantadora y formidable película de Martin McDonagh que transcurre en una isla de Irlanda, en una época turbulenta, 1923, en plena guerra civil, después que este país se independizara de Inglaterra y se conformara el Estado Libre de Irlanda. La guerra civil se desarrollaba entre los que estaban de acuerdo con pactar con el Reino Unido y el Ejército Republicano Irlandés (IRA), que se oponía a ello. Esa confrontación, como sucede habitualmente, desangra a una comunidad y en este caso particular, terminó en mayo de 1923 con la derrota del IRA. Pero, como también es habitual, en situaciones similares, el bando derrotado continuó en los años posteriores con acciones bélicas que recién treinta años después se apaciguaron.

En Inisherin, (nombre ficticio), un apacible pueblo de una isla irlandesa, Pádraic (Colin Farrell) pasa a buscar por la casa a su amigo, Colm (Brendan Gleeson), a las dos de la tarde, como todos los días, para ir juntos al único pub de la isla, a tomar una pinta de cerveza negra. Pero, Colm prefiere seguir fumando su pipa sentado a su silla, sin atender a su amigo.

Ese súbito desinterés genera en Pádraic una inquietud que lo tensa, lo angustia y lo sume en un profundo dolor. Esa actitud de su amigo lo desconcierta y lo incita a indagar, en parte insistentemente, las razones del alejamiento de Colm, incluso con el riesgo de suscitar el cumplimiento del ultimátum que éste amenaza llevar a cabo: cortarse un dedo cada vez que aquel vuelva a hablarle.

Parece ser una, aparente, incomprensible decisión de Colm, justificado en la pérdida de interés por las conversaciones vanas e intrascendentes; en el hartazgo generado por aburrimiento de la monotonía. Frente a ello Colm procura utilizar con máxima utilidad el tiempo, consciente de la finitud humana, y busca la inmortalidad componiendo, en soledad y paz, una sinfonía con su violín.

En cambio, Pádraic, un simple campesino que vive de comercializar la leche de la única vaca que posee, no tolera quedar con una penosa soledad luego de la negativa de su amigo. Se obsesiona con el inexplicable (para él) rechazo y deambula detrás de una respuesta que nunca lo conformará.

Martin McDonagh, un dramaturgo inglés, de padres irlandeses que, en esta película, dirige su propio guion, parte de esa situación para hablar sobre la amistad, los sentimientos y la libertad interior de elegir lo que se considera más apropiado para el desarrollo personal, sin estar atado a compromisos que, en ocasiones, terminan resultando un limitante y condicionante a la propia voluntad.

También y no es casual, le permite al director hablar metafóricamente de la guerra, que es un telón de fondo e incluso más allá de un par de explosiones ligeras en islas aledañas no se la ve en escena, en el sentido de no consensuar entre posiciones diversas y llevar el conflicto a un punto cruento de no retorno.

McDonagh había deslumbrado hace unos años con “Escondidos en Brujas (In Bruges)”, (2008) film sobre dos sicarios (interpretados también por Colin Farrell y Brendan Gleeson) que recalan en esa bellísima ciudad belga, escapando de un asesinato equivocado y esperando instrucciones de sus mandantes. En 2017, con “Tres anuncios en las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri)”, consiguió un Óscar a la mejor película y personalmente un Óscar al mejor guion por una película sobre una mujer que busca a los responsables de la violación y del asesinato de su hija en un pequeño pueblo de Missouri, Estados Unidos.

En “Los espíritus de la isla”, la tensión crece mientras referencias satíricas fortalecen un delicado y firme relato. Los personajes principales interpretados magistralmente, son acompañados por un notable elenco. La hermana de Pádraic (Kerry Condon) cansada de convivir con animales, incluida Jenny, la burra predilecta de Pádraic, en su propia casa, acepta una propuesta laboral en otra isla, dejándolo sumido en un abandono que acrecienta su angustia. Dominic (Barry Keoghan) un muchacho inconsciente y taciturno, castigado por su padre policía, es quien acompaña a Pádraic en su derrotero. Una surreal “banshee” (alma en pena) transita los desolados parajes profetizando. La taberna atendida por Jonjo (Pat Shortt) es el lugar donde se evidencia las dificultades de entendimiento entre los dos viejos amigos. Y la isla en toda su rocosa integridad es el universo de estos seres que no consiguen conciliar sus deseos, voluntades e independencias.

La belleza de los lugares donde se rodó el film (las islas Aran en el Condado de Galway y Achill, en el condado de Mayo, en el Oeste de Irlanda) con su aspecto rural, y montañoso generan una atmósfera que es posible asociar con el dramatismo que surge del guion.

La reflexión del sentido de la vida, su limitada duración y el aprovechamiento de cada momento, es una instancia necesaria, mientras; por otra parte, el entendimiento de la individualidad del otro, es un complemento imprescindible para consensuar una vida que, en comunidad, respete a cada uno.


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