Previamente consideremos que trabajar es, en nuestra cultura, un bien que promueve saludables efectos en el campo emocional, social y por supuesto, en el económico. Son muchas las horas del día que invertimos en él y por esta razón nos aleja del ámbito familiar, recreativo y en ocasiones, del necesario buen descanso.
Pero hay que reconocer que el trabajo ocupa un lugar tan preciado como el amor. Al punto que Freud definía la salud como la capacidad de amar y trabajar. Y afirmaba: “Hay que amar para no enfermar y se enferma cuando no se puede amar”. Siguiendo su pensamiento, se puede decir “que se enferma si no se puede trabajar o también, agrego, si las condiciones laborales son estresantes”. Esta es una aproximación general a las causas de tristezas en el trabajo. Pero demos otra vuelta reflexiva sobre el sentido del trabajo.
El trabajo cumple entre otras funciones, el de ser un organizador psicológico que refuerza la identidad personal, promueve sentimientos de autoafirmación, integración social y creatividad. Aun cuando sabido es que quien ingresa a un trabajo, se integra a un colectivo socio-laboral que lo incluye y determina e impregna lo que la sociedad “piensa y dice” de ese trabajo, con independencia de la específica actividad que realice. Se trate de una reconocida empresa, sea eléctrica, de transporte, banco, comercio u otros rubros, portan una identificación social que incluye a sus trabajadores. Esto no significa que las personas que allí trabajan se identifiquen con dicha nominación. Aquí hallamos un camino para apreciar que los registros de satisfacción o insatisfacción que cada trabajador percibe de sí mismo, aun cuando la empresa o ámbito laboral goce de buena reputación social.
Ahora sí, procuramos comprender el motivo por el que un trabajador puede sentir tristezas en su trabajo. Ubicado en alguna oficina o sector de la empresa o institución, se impone una diaria convivencia, donde intercambian e integran, sintiéndose por ello, de particular manera. Se comparte con compañeros/as, jefes y superiores, quienes en conjunto le otorgan significación a las horas que el trabajo exige. Si bien el intercambio es con quienes más se comparte, aquí es donde habitan sonrisas, empatías, celos o competencias que tallan el ánimo de cada persona.
Cuando se torna habitual el buen trato, aumenta el nivel de reconocimiento y valoración entre los trabajadores. De esta manera se trabaja en un marco ameno, distendido y gratificante. Es necesario subrayar que este clima laboral no solo es saludable, sino que se trata del más apropiado desde la perspectiva de la salud. Pero ocurre que no siempre estas buenas condiciones suceden.
En los trabajos con climas laborales tensos, con exigencias desmedidas o con falta de reconocimientos, se alimenta un malestar que daña el bienestar psíquico. Esto se debe a que el cumplimiento de las tareas con jerarquías intimidantes o amenazantes, que a menudo reclaman y exigen, generan una elevada dosis de preocupación y tensión en el equipo de trabajo, provocando que se sientan inseguros de realizar correctamente las tareas. Al comportarse la jerarquía de esta forma, impregna el clima laboral con un cotidiano malestar que inside en el estado anímico del personal, facilitando el nacimiento de estados de tensión, estrés, angustia y ansiedad. La cronicidad de este clima laboral logra una persistente afección anímica, emergiendo entre ellas, la tristeza laboral.
Por cierto que los ejemplos nocivos varían. Factores de tensión entre pares, también producen malestar. Muchas veces estos hechos cursan de manera invisible a los ojos de los superiores, ya que despreocupados de dialogar con su equipo de trabajo, estas manifestaciones cotidianas no se aprecian. Cuando se generan alianzas cómplices hacia quienes no pueden defenserse de los ataques personales, burlas o descalificaciones, el afectado convive con este malestar. Esto le provoca errores en las tareas o las realiza deficitariamente, incrementando las desconsideraciones de sus pares y sufren además llamadas de atencion de sus jerarquías. Inevitablemente las personas afectadas, impedidas de cambiar la situación o de trabajo, soportan este mal estado por largo tiempo y con daños en su salud psíquica.
Todo lo contrario sucede con las instituciones o empresas atentas al equilibrio y armonía del clima laboral, propiciando diálogos y comunicaciones independientes a las tareas específicas, incluyendo en la agenda reuniones informales, almuerzos y talleres reflexivos para escuchar el acontecer de los trabajadores con el fin de producir mejoras en la cotidianeidad laboral. Se empeñan en sostener el clima laboral distendido, ameno y grato, contemplando la salud de todos y las producciones eficaces, ya que este clima emocional positivo incrementa el espíritu colaborativo y creativo.
Las tristezas surgen en marcos laborales en que los trabajadores carecen de opciones de cambios, silencian su malestar y viven su quehacer diario con sometimiento. Auguran estos comportamientos, afecciones psíquicas o somáticas que más temprano que tarde, conducirán al personal a presentar certificados de síntomas clínicos o psiquiátricos, que afectará la carga laboral del resto de los trabajadores y también al eficaz desarrollo y cumplimiento de metas institucionales o empresariales.
Trabajar con tristezas o estados psíquicos adversos no es de buen pronóstico para las personas ni tampoco para la organización. Persistir en esta forma de desarrollar el trabajo muestra una debilidad institucional y en las personas, ausencias de recursos para establecer límites con el fin inclaudicable de defender su derecho al bienestar emocional laboral.
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