Se encontraron en la calle
dos viejísimos amigos,
que hacía ya bastante tiempo,
no cruzaban sus destinos.
Ese es Juan, el de camisa,
es maestro jubilado,
y el de traje es Alejandro,
funcionario retirado.
-¿Como andas querido amigo?,
Alejandro le pregunta,
-No se nada de tu vida,
porque no nos vemos nunca-.
-Desde que me he jubilado-,
fue la respuesta de Juan,
-es un lujo si en mi mesa
encuentro un trozo de pan-.
-Y para colmo de males,
mi mujer se me enfermó
y la obra social cerrada
nada me reconoció-.
-Pero Juan-, dijo Alejandro,
-Fue tu culpa haber tenido
tanta honestidad en la vida,
que de nada te han servido-.
-Yo fui más inteligente
y fui un hombre precavido,
cuando estuve en el gobierno,
separé para el retiro-.
Y después de unos minutos
de pasear por el pasado,
ven que el tiempo del encuentro
ya reclama ser cortado.
Alejandro se despide
y palmeándole la espalda
dice, -Juan, vos y yo somos,
como dos gotas de agua-.
Juan le respondió el saludo y
sumó cinco palabras,
-Somos dos gotas de agua,
una oscura, la otra clara-.
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