Al mando del vapor «Ciudad de Buenos Aires» iba el Capitán Silverio Leovigildo Brizuela, uruguayo nacido en el Salto y nacionalizado argentino en 1933. Tenía una larga y prestigiosa trayectoria naval, ingresando a la marina mercante argentina como baqueano el 25 de abril de 1922. Navegó por el río de la Plata y Uruguay por más de 36 años sin tener el menor incidente.
Pero este viaje estaba predestinado a no ser bueno: al poco tiempo de zarpar, estuvo a punto de embestir a una chata arenera que se le cruzó imprudentemente. El vapor le rozó la borda y se escuchó un «crujido», que dejó atónitos a los pasajeros que observaban desde la cubierta. El capitán Brizuela amonestó al patrón del remolcador de la arenera a través de un megáfono por tan temeraria maniobra. Luego del incidente, abandonó el canal Mitre, tomó rumbo al norte al canal principal. Pasó junto a la Isla Martín García y a las 22.30 horas frente a Carmelo.
Había niebla y la noche estaba «cerrada», pero testigos afirmaron en el sumario del juicio realizado por las autoridades con posteridad al accidente, que se podían ver las boyas del canal perfectamente.
A las 22,41 horas, al llegar al km 123 del canal principal, el carguero «Mormarcsurf» de la empresa norteamericana Moore Mc Cormack Line que venía de Rosario con carga completa, embiste al vapor de pasajeros «Ciudad de Buenos Aires» por estribor (banda derecha), entre el comedor y la sala de máquinas. Se estremece el vapor y se escora varios grados a babor (banda izquierda) en medio de crujidos, rotura de maderas y estallido de vidrios. Se produce un rumbo y por él ingresa rápidamente agua, se rompen las tuberías y estalla el tanque de fuel oil y el combustible viscoso se esparce por la superficie del río.
El capitán Brizuela junto a sus oficiales, con revólver en mano, daba órdenes, guardar la calma, ponerse los salvavidas, arriar los botes y que los pasajeros fueran al centro de la nave para equilibrarla. El jefe de operadores Sr. Romeo Vázquez irradiaba el pedido de auxilio en precarias condiciones, con energía de emergencia y a la intemperie, ya que su cabina había sido destruida por la embestida del carguero.
Al principio los pasajeros tenían más desconcierto que pánico, pero a medida que pasaban los minutos la gente comienza a correr gritando por los pasillos inclinados y tratando de subir a las cubiertas superiores. Otros, al escorarse rápidamente a babor quedaron «colgados» de los elemento0s del barco y al soltarse caían al agua fría. Muchos estaban en los camarotes ya acostados y cuando despertaron subieron en ropa interior cubiertos por gruesos tapados. Varias mujeres corrían con sus hijitos en brazos o de la mano. La superficie se cubrió rápidamente con una capa de fuel oil, lo que dificultó tremendamente el rescate de las personas. Los botes salvavidas estaban atascados porque los mecanismos estaban oxidados o las poleas estaban pegadas por las sucesivas capas de pintura.
Mientras tanto el carguero luego de la colisión - da marcha atrás - y el capitán Kenneth Sommers ordena irradiar un SOS, tocar las sirenas. Y los pitazos de auxilio, encender todas las luces, lanzar bengalas, arrojar varios cables y cuerdas para aferrar al buque de pasajeros y tirar al agua «todo lo que flote» pero el salvamento en el río no es como en el mar, la corriente del río se lleva rápidamente salvavidas y cualquier objeto que flote alejándolo del náufrago.
Minutos más tarde, el buque de carga al ver el enorme boquete en el «Ciudad de Buenos Aires», intenta colocar nuevamente la proa en la avería para obturar esa brecha embistiéndolo de nuevo y este comienza a hundirse rápidamente.
El remolcador «Don Pancho» de bandera uruguaya se encontraba en las cercanías y el patrón Juan Anselmo Montenegro escuchó los pitazos de auxilio, hizo desenganchar la embarcación que remolcaba y acudió rápidamente en auxilio del barco siniestrado. Tenían a la vista los dos barcos cuando ven con estupor las luces de «Ciudad de Buenos Aires» desaparecer en el río. Se hundió a las 23, exactamente 19 minutos después del impacto. El canal tiene allí unos 20 metros de profundidad y por todos lados veían personas que se agitaban flotando con salvavidas o tomados de maderas y gritaban por auxilio. La rápida llegada y la pericia del patrón Montenegro significó el rescate de 75 víctimas, a los que trasladó a Nueva Palmira. Allí llegó al puerto a las 2 de la madrugada del día 18 y se había previsto la emergencia en centros de salud y la Empresa ONDA dispuso dos ómnibus para traslado de heridos.
Al lugar del desastre llegó luego el remolcador «Laura» y diversos tipos de embarcaciones de ambos países para el auxilio. Los otros náufragos fueron trasladados a la isla Martín García y desde allí a Buenos Aires. El luctuoso saldo fue de 95 personas muertas, 72 pasajeros y 23 tripulantes. Elevado número considerando que transportaba 220 pasajeros. No se pudo salvar ningún niño. Tampoco se pudo saber con precisión cuántos murieron. No había registros dado que los menores de 10 años no pagaban pasaje. Ninguno de los botes de salvamento fue utilizado. Tampoco la mayoría de los 936 salvavidas personales, que aseguran no estaban en condiciones.
El capitán Silverio Brizuela cumplió con la ley del mar. En los últimos momentos de su barco se suicidó de un disparo. El jefe de operadores Romeo Vázquez se hundió con el barco irradiando la posición y la señal de socorro.
Participaron del rescate el remolcador «Don Pancho» ya mencionado, el «Don Bautista» el «San Pablo» (brasileño) y el «Ciudad de Colonia (uruguayo) También participó del salvamento el rastreador ARA «Drummond».
De Concordia perecieron 12 apreciados vecinos. Esa es una de las razones de esta nota.
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