Esperamos unos 10 minutos y llegó el colectivo justo cuando comenzó a llover. El cielo se oscureció trayendo consigo relámpagos y cortinas de agua, peligros y cegadoras. Un nubarrón enorme y furioso se formaba al sur. Unas nubes grandes y de color oscuro se habían agolpado en una masa de energía intensa que se cernía en el cielo justo en el sitio adonde nos dirigíamos. Llovía tan fuerte que no se veía nada a través de las ventanas. Así fue durante casi todo el camino. Unos 90 km, pero afortunadamente fue amainando y el camino era un arenal, de manera que no había riesgo de que el ómnibus se empantanara y cuando arribamos a La Paz ya no llovía.
De todas maneras nos instalamos en un café, frente al Automóvil Club porque ya eran como las dos de la terde. Yo tenía unos pesos, que no nos daba para mucho, pero pudimos tomar al menos un buen café con leche con pan y manteca. Aprovechamos para hacer un balance de nuestras posibilidades, que eran las siguientes: El colectivo de La Paz a Federal no saldría hasta el día siguiente por el barro (si es que no volvía a llover).
No teníamos plata para pagarnos un hotel ni tampoco para comer. El dinero que teníamos era justo para el pasaje de La Paz a Federal y de Federal el tren a Concordia.
Fuimos al Automóvil Club, que quedaba enfrente a averiguar sobre el camino. Lo que nos dijeron nos animó un poco porque nos dijeron que acá llovió poco y con el viento que hay, para mañana seguramente se puede ir sin problemas. Ya de paso les preguntamos si no conocían a alguno que nos pueda llevar, pero nos dijeron que no. Pero que preguntemos al mozo en el café. Si hay alguien que vaya a Fedral, seguro que ellos lo saben. Así que volvimos al café, que estaba enfrente y le preguntamos al mozo que nos había atendido y, efectivamente nos señaló a un hombre que estaba tomando café, de apellido Siebzehner. Bueno, tuvimos suerte porque no tenía inconveniente en llevarnos. Pero que el salía al otro día a las 6.30 de la mañana y que si queríamos ir, aquí mismo lo esperaramos. Por supuesto que aceptamos de inmediato y así quedamos.
El asunto era ¿Qué ibamos a hacer hasta el día siguiente y dónde pasaríamos la noche?
El Café Cenci estaba abierto hasta la medianoche y allí podíamos hacer tiempo. Además ahora teníamos unos pesos diponibles ya que nos salvábamos de pagar el pasaje a Fedral. Además, yo recordé que tenía en La Paz unos parientes de apellido Montiel. Como sabía que él era Comisario de Policía, nos fuimos a la Jefatura de Policía de La Paz a preguntar por él. Le comenté al que me atendió que era pariente y que lo quería saludar. Estaba casado con una prima hermana de mi madre de apellido Gallegos de Fedral.
Vino enseguida y por supuesto que me reconoció, a pesar de que hacía varios años que no me veía. Le presenté a mis amigos y le contamos el problema que teníamos de cómo pasar la noche. -“No se preocupen, nos dijo, que a la intemperie no lo van a pasar”.
-“En última instancia, si ustedes no tienen inconveniente, se vienen a la Jefatura y en algún lado los vamos a acomodar”. “Si quieren ir por casa, no los puedo acomodar allá porque no tengo comodidades y la casa es chica, pero mi señora y mis hijas se van a alegrar de verlos, eso seguro”. Le agradecimos la gentileza y nuestras disculpas por ser inoportunos y fuimos a su casa, de acuerdo a lo que nos indicó. Quedaba cerca de la plaza, porque enseguida llegamos y nos estaban esperando. Seguramente Montiel les avisó por teléfono de nuestra llegada. Ella estaba tal como la recordaba. Las que habían cambiado eran las chicas, que cuando dejé de verlas eran unas nenas y ahora eran unas muchachas, más o menos de nuestra edad.
Su afectuoso recibimiento nos hizo sentir cómodos y además quedaron fascinadas con nuestro relato de la experiencia vivida en el Estero Batel y de esa noche interminable rondados por esa fiera. Se empecinaron en que se lo contáramos a los amigos de su grupo y organizaron una pequeña reunión con sus amigos. Lo cierto es que se esmeraron preparando sándwiches, tartaletas y otras cosas. Y en verdad que lo pasamos muy bien (sobre todo con el hambre que teníamos). Hasta se organizó una guitarreada y realmente disfrutamos mucho con esta buena y agradable gente. Finalmente nos despedimos con pesar del grupo, agradeciéndoles todas las atenciones, dejando muchos saludos a sus padres y de allí ya nos fuimos a la Policía porque eran ya más de las 11 de la noche. En la guardia explicamos el motivo de nuestra presencia allí. -“Ah sí, el comisario Montiel dejó instrucciones de que los atendiéramos. Pasen por acá”, nos indicó y nos llevó a una habitación donde se cambian de ropa los que entran de guardia.
“Como ven, acá no hay comodidades, pero si no tienen inconveniente en acomodarse en el suelo, allí tienen todos esos capotes para acostarse arriba. Frío no van a pasar, eso seguro. Cualquier cosa que precisen, me llaman”. Le agradecimos y nos acomodamos allí con los capotes de los milicos lo mejor que pudimos. Ya nos estábamos durmiendo, cuando entraron dos agentes (que seguramente no sabían nada) y nos vieron allí durmiendo en el suelo “Y estos, ¿quiénes son?” “No sé, dijo el otro. Parece una familia”.
Eso fue suficiente para que empezáramos a reírnos. A reírnos de tal manera que terminaba uno y comenzaba el otro. Así estuvimos riéndonos un buen rato sin saber de qué. Aún después, siempre sin tener claro el motivo, empezábamos de nuevo. Hasta que se nos pasó la risa, pero fue cuando Tincho dijo “Yo creía que nos iban a poner en un calabozo” y allí empezamos a reírnos de nuevo.
Les habíamos pedido a la guardia que nos despierten a las 6, ya que don Siebzehner nos esperaba hasta las 6.30 en el Café Cenci. Como ahora teníamos unos pesos porque el viaje a Federal nos salía gratis, nos fuimos a tomar un buen desayuno primero. Justo llegó don Siebzehner a quien invitamos, pero no aceptó porque ya había estado tomando mate temprano. Tenía un Ford 1940 negro, que si bien era un coche pesado, era bueno para el barro. En cuanto salimos, ya vimos que el comportamiento del auto, aunque no tenía gomas pantaneras, eran bueno. La verdad que el hombre manejaba muy bien en el barro y en algún momento nos confesó que accedió enseguida a traernos, para que en el caso de que peludeara lo íbamos a ayudar a desencajarlo. Afortunadamente, solo en un tramo de unos 300 metros donde había un camión que estaba empantanado y nos dejaba un paso muy estrecho de barro blando y profundo con huellas llenas de agua, pero pasamos bien. Era hombre baquiano para el barro.