Los más jóvenes seguro que no. Además ya está pasada de moda, como el casamiento.
Pero no quiero entrar en polémicas, solo preguntarte si recordás cuando en casi todo los casamientos “por iglesia”, se escuchaba “La Marcha Nupcial” de Mendelssohn.
Se creaba un ambiente especial; los vecinos que conocían a los novios y sus familiares formaban una doble fila para ver y aplaudir a la novia que entraba del brazo de su padre (si es que él había estado de acuerdo con “ese casamiento”, mientras el novio nervioso, esperaba a un costado del altar a la novia, que no se por qué motivo, siempre llegaba tarde.
Para fastidio del cura por supuesto.
Esto lo vi en Pompeya, es real. Son detalles simplemente, pero estaba recordando a La Marcha Nupcial, que se escuchó por primera vez en un casamiento Real y desde ese día y a través de más de dos siglos sigue sonando, marcando el ritmo del paso de los novios y del corazón de todos los que los acompañan el día en que ante Dios se prometen amor para siempre (si cumplen la promesa o no, bueno lo dejamos para otro día).
Las madres y los padres (no digo los suegros porque le quitaría romanticismo), unen su emoción y sus lágrimas mientras sus hijos dicen un Sí fuerte ante el altar.
Mientras los novios se miran con un amor único, ese amor que deberán renovar cada día de su vida matrimonial, para que sea eterno.
Luego el celebrante elevará su mirada a Dios y a El le pedirá que bendiga a los novios especialmente y a todos los que compartieron uno de los momentos más lindos de esa pareja.
Es entonces que, como bajando del cielo, esta melodía tan clásica y hermosa, vuelve a sonar, indicando que el casamiento ya está concluido.
A la salida todos, al grito de ¡VIVAN LOS NOVIOS, VIVAN LOS NOVIOS!, los abrazan, los saludan deseándoles toda felicidad.
Cuando los novios suben al auto, los invitados a la fiesta son los primeros en irse, apurados para verlos llegar o simplemente para ganar una mesa bien ubicada.
Casi me olvidaba, cuando yo era chico, iba a ver los casamientos; es decir iban todos los curiosos del barrio: los vecinos que querían a los novios y las que venían a ver cómo era el vestido de la novia, que solo se quedaban hasta el final de la ceremonia, sentadas en el muro del Parque Ferré, aquellas que no alcanzaron a verlo bien.
En el momento en que salían los padrinos se abalanzaban los chicos del barrio que, como era costumbre, esperaban que el padrino arrojara monedas, al grito de ¡viva el padrino!, mientras juntaban con entusiasmo sin dejar ninguna en la vereda.
Si el padrino olvidaba de este detalle, bueno, a gritos llegaba el castigo:
¡Padrino pelau, padrino pelau!
Y de a uno se alejaban del lugar, mientras parecía que aún se oía le hermosa Marcha Nupcial.
© 2022 por ZARO Estudio Creativo